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Channel: DE TAPITAS POR SEVILLA Y OTRAS COSILLAS QUE HACER
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13/03/2016. CAPRICHO

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CAPRICHO. Cocina casual sevillana


El domingo estuve en Sevilla Este que es como otra ciudad dentro de Sevilla. No soy yo mucho de ir por esos lares, pero esta vez me cogió el toro y no tuve más remedio que salir al ruedo y torear. Si se trata de ir en coche no tengo el menor de los problemas, pero claro si vas a comer y a tomarte unas copitas a ver quién es el guapo que luego coge el coche para venir de vuelta a casa. Así que autobús al canto, autobuses para ser más exacto, y eso me da una pereza que me tumba y más cuando no controlo  yo los pasos de los autobuses. Si fuese de mi casa al centro no hay problemas, le tengo cogida la onda y perfecto.





El caso, que mi cuñado Abraham y Meli se empeñaron en que teníamos que ir a un sitio que a ellos les parecía bastante apañado, con una buena relación calidad-precio y con cositas curiosas y allí que no plantamos a comprobar in situ las excelencias del lugar.

Capricho, cocina casual sevillana se llama el restaurante, sito en calle Demófilo nº 5, por detrás del Palacio de Congresos, teléfonos 954 4444 695 y 661 934 211 y el artista que lo regenta responde al nombre de Ventura. Yo ahora mismo no sabría volver, pero con esto de los GPS eso no es problema.

El día es magnífico y nos acomodamos los cuatro en la terraza, pica el sol y yo no lo aguanto por lo que abrimos una sombrilla y ahora sí, ahora en la gloría. Para paliar el sofoco e ir haciendo boca una cervecita 1,60 €, que en realidad es un cervezón servido en vaso grande y casi hasta arriba.

Viene Ventura a saludar y después de la plática le decimos que nos ponga lo que le vaya pareciendo, con una sola condición: nada que tenga queso, que yo para eso soy muy mío. A los pocos minutos se presenta el camarero que nos atendió con ¡sorpresa, una tapa de queso viejo! La verdad es que nos quedamos un poco con cara de tonto, el caso es que el que no come queso soy yo pero ellos tres sí y por tanto  dieron buena cuenta de ella. Por cierto la tapa nos había llegado por error del camarero ya que iba destinada a la mesa de al lado.

Las primeras tres raciones fueron:

Anchoas 00. 7,60 €




Tortillitas de camarones 6€




Timbal de bacalao dourado con langostinos 8,50 €




Las tres estupendas, las anchoas verdaderamente hermosas, las tortillitas grandes y en su punto de crujiente y el bacalao muy generoso y bastante cremoso.







Cambiamos de tercio y nos pasamos al vino, después de deliberar un poco nos decidimos por un Toro de casa Maguilla, concretamente por Angelitos negros 2014 22 €. Estaba muy bueno pero caro, en mercado no llega a los 8 € y cobrarte 22€ es incrementar el precio en un 175%.












Seguimos degustando y los tres siguientes fueron:

Magret de pato plancha sobre no me acuerdo qué cosa 9,00 €


Bacalao gratinado con costra de ajo negro 10,50 €


Lomo bajo de retinto  15€


La misma apreciación que los tres anteriores. Muy buenos. Yo que soy más carnívoro que los cocodrilos del Nilo y que adoro la carne jugosita disfruté con el lomo de lo lindo.

Al final Abraham remató la comida con un postre que era un vasito muy mono y al que no hicimos foto y nosotros tres con una copita de vino.

Conclusiones: sitio muy agradable y bien atendido, servicio ágil. La comida muy buena y una estupenda relación calidad-precio. No visité el local por dentro pero la terraza está bien. Con la cuenta nos llegó una invitación para tomar una copa en un local que tienen al lado y que no la utilizamos.



Dos cosas que no me gustaron: la primera la puñetera manía de cobrarte el pan y los picos que te ponen con las tapas, en este caso 0,6 € por persona, que no es nada pero que me fastidia y la segunda lo ya comentado del sobrecoste del vino; yo creo que trabajar con un 100% de ganancia  ya va uno apañado, vamos, digo yo.

Al final y como siempre el vino, dos botellas, encareció la cuenta y pagamos 30 euros por cabeza, que no está mal.

21/03/2016. NAZCA TAPAS

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¡Joder como pasa el tiempo! Hoy es el vigésimo cumpleaños de mi hija. Veinte años que se han pasado en un suspiro, en un aleteo. A que poco saben estos veinte añitos. Te agarras a ellos y ves, sin solución de continuidad, que se te derraman entre los dedos como el agua; apenas gotas en la piel.



Desde hace un par de años ya no quiere venir a comer con nosotros cuando nos pegamos nuestras salidas domingueras. Esporádicamente como cuando es el cumple de Eva o en días muy muy señalados consiente en cedernos unas horas de su vida y, eso sí, siempre que la oferta que le pongamos delante de los ojos sea lo suficientemente atractiva como para no poder negarse.

En este singular evento, no todos los días se cumplen veinte años, le dimos la opción de que ella eligiera el sitio donde comer y cuál no sería mi sorpresa cuando pasó de soslayo por Yebra (sin duda alguna su bar preferido de toda la vida) y por Los Palillos (su segundo favorito) y no había forma de que se decidiera por ninguno en particular. Sacándole información con cuentagotas y haciendo propuestas al final decidimos ir a Nazca del que teníamos muy buenas referencias y es un tipo de comida que a mi hija le gusta.



Nazca Tapas, calle Baños nº 32esquina c/ Miguel Cid, teléfono  691 320 898 pertenece a la misma empresa que el bar Sidonia, que fue el bar al que dedicamos la primera entrega de este blog allá por octubre el año 2011. Está especializado en comida fusión, concretamente en comida  japo-peruana que hoy en día está en plena vanguardia culinaria y más desde que Gastón Acurio, con el tácito beneplácito de la guía Michelín,  subió a los altares gastronómicos la espectacular comida peruana.

Antes de entrar se han dirigido a nosotros diciendo que por motivos de caída de la red no tenían línea para la tarjeta y que entendían que en ese momento anulásemos la reserva. Está bien que esa información te la den al principio para luego no encontrarte con una sorpresa,



El sitio es muy cómodo, muy cuadrado, holgado y luminoso al hacer esquina dando a dos calles. El servicio impecable, a nosotros nos atendió una chica llamada Ángela toda amabilidad y buen hacer, siempre presta a la menor de nuestras indicaciones. La cocina, siguiendo una moda que a mí me parece perfecta, es abierta y se puede disfrutar del espectáculo de ver trabajar en su salsa a los cocineros.

El mantel hace las veces de carta y es bastante completito y para todos los gustos.

De bebida hemos tomado cervezas a 1,50 €, mi hija Coca-Cola Zero 2 € y al final unas copas de  Barbazul 2,90€. De entrada nos han puesto unas aceitunas.

Después de pensarlo concienzudamente y de dejarnos aconsejar por la chica nos hemos decidido por:

Ensalada de vieiras con emulsión de ají amarillo, cherry y zanahoria 8,50 €




Maki encevichado 3,50 €




Ceviche de barco 4,00 €




Capirotes de langostinos 3,50 €




Tartar de salmón con helado de jengibre 4 €




Yoki Soba con pollo, pak choi san, col y cebolla china 9,90 €



Todos los platos, sin excepción, estaban exquisitos. Sin duda para mi el mejor el maki encevichado que me pareció suculento, el que menos los capirotes de langostinos que me dio la impresión de ser industriales. Estupenda la corvina del ceviche, el helado de jengibre perfecto con el tartar de salmón, etc, etc 

Mi hija como siempre no se puede resistir a un postre y si este contiene chocolate entonces apaga y vámonos y efectivamente ha pedido un Coulant de chocolate, con sopa de Malibú, Crumbell y Helado 3,90 €




Al final nos han invitado a un sorbete de Espuma de pisco rocoto que estaba cojonudo.




El total de la cuenta ha sido 57,60 € y nos han cobrado 3 € por el pan y el servicio (1 euro por cabeza) pero en esta ocasión no he dicho nada porque en la carta esto ya se especifica, como es obligatorio, y por tanto y aunque no me parezca oportuno punto en boca.


Me ha parecido una relación calidad precio muy muy buena y no va a tardar nada para que vuelva a probar ese maravillo maki encevichado que me ha dejado con las patas colgando. No os lo podéis perder.

23/04/2016. EL CAMPERO

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Literalmente estoy ahíto de atún. Yo creo que ahora mismo me tiran al agua oceánica y nado raudo y veloz como estos portentosos túnidos, auténticas flechas doradas.


Un atún susurrándole al oído al gran José Melero

Ya tenía yo ganitas de volver por El Campero, la primera y hasta ahora última vez que estuve por esos lares fue un 31 de diciembre de 2014 y el recuerdo del pantagruélico festín se me quedó grabado a fuego. Glorioso recuerdo. Hoy, aprovechando que le debía una comida a mis hermanas por su regalo de Reyes, nos hemos ido toda la familia a degustar ese maravilloso manjar que es el atún rojo de almadraba.

Y qué mejor que catar un menú degustación para probar muchas cositas, sí, sí, muchas cositas, que aunque el atún parece un torpedo amorfo cuando ves un despiece (ronqueo para los entendidos) y empiezan a sacar las distintas partes se te queda cara de lelo: plato, cola negra, descargamento, piel negra, morrillo, mormo, contramormo, galete, facera, parpatana, hueva de grano, hueva de leche, tarantelo, cola blanca, piel blanca, descargado y ventresca. ¡Chupate esa Teresa!




Al loro, que es gerundio, que nos plantamos el sábado 23 los cinco (cónyuge, hija, hermanas y el menda) en el restaurante (previa cita por supuesto, que siempre está lleno y ese día más con el campeonato de España de motos en Jerez y el Rossi y el Marquez por aquí) y nos metimos entre pecho y espalda un  menú degustación cada uno.


Salón principal. A reventar estaba, a reventar

El menú degustación son ocho platos centrado en el atún y un postre, al precio de 59 € y sin bebida. Al que le guste el atún alucina y además es supergeneroso en cantidad, de una calidad extra y sinceramente cuesta trabajo acabarlo. Yo con el surtido de crudos y la parrillada como normalmente y bien, el resto es pura gula.

Paso a enumerar los platos con sus correspondientes fotos.

Lasaña fría. Un clásico que tienen más que logrado




Salmorejo de maíz amontillado con tartar de salazones. Cojonudo




Dados de lomo negro marinado. ¡Que maravilla!




Surtido de crudos (Tataki, Sashimi, Tartar). A cada cual mejor




Parrillada de crudos (Tarantelo, corazón, contramormo y ventresca). En ese orden de grado de grasa.




Piruleta de hueva de leche. Sí, sí, el semen del bichacarro.




Galete estofado con ajo papa de manteca colará. Tremenda mezcla atún-cerdo




Solomillo con cous-cous de coliflor y migas de comino. No me quité el sombrero porque no llevaba.




Y de postre un Cremoso de chocolate con sopa de fruta de la pasión y chupito de finas hierbas y de limonchelo.



Huelga decir que regamos la comida con un buen vino Saramuco


Fantástico, simplemente fantástico.

No os cuento como acabó la tarde entre mojitos y chachara.


CATA DE VINO: Saramuco 2013

Por D. Andrés Santamaría Santigosa.

Samaruco 2013. Gran vino, sin duda. Además andaluz, procedente de una de las bodegas, a mi juicio, más señeras de lo que se podría denominar “tinto andaluz”: la bodega Luis Pérez, ubicada en la ciudad de Jerez de la Frontera (Cádiz). La bodega lleva el nombre de su impulsor, Luís Pérez, Catedrático de Ingeniería Química de la Universidad de Cádiz. Samaruco 2013 se puede calificar como "un trabajo de artesano", y, a mi parecer, es el más interesante y personal de su creador; un vino que sorprende y desconcierta. Samaruco es un coupage de syrah (85%) y petit verdot (15%), la uva estrella de la bodega, criado en barrica durante 12 meses. Es un vino frutal, de aroma denso y color cereza intenso, con un fondo un tanto mineral, que recuerda algo a su “hermano pequeño” Garum. Es un vino que se puede calificar de cálido y a la vez fresco y redondo, no demasiado complejo pero sí para disfrutar en cualquier ocasión. Tiene, a mi juicio, una entrada algo dulzona y suave pero poco a poco cada vez más intensa (quizá esté ahí la petit verdot). Es, además, un vino persistente; un vino para recordar y disfrutar. Una cosa más, para quien desee conocer en profundidad la variedad petit verdot es muy recomendable probar el monovarietal de esta bodega, aunque, debido a la escasez y poca productividad de esta uva, su precio es elevado (unos 50 euros). Les agradará con toda seguridad. Ah, también producen un Tintilla 100%..., algo más asequible.

2/5/2016. RAICES

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Aunque no lo parezca esto va de un restaurante, pero antes...

Hace la tira de años, sobre finales de los setentas y comienzo de los ochenta pusieron en la tele, en aquella época la única televisión que emitía era TVE, una miniserie de varios capítulos llamada RAICES, donde se contaba la historia de varias generaciones de esclavos negros en el sur profundo norteamericano, comenzando con la captura del primero de la estirpe en Gambia y su posterior traslado y venta al propietario de una gran plantación de algodón hasta la emancipación del primero de sus descendientes varias generaciones después.




Conmovedora la historia de lucha y orgullo de este Mandinga llamado Kunta Kinte que nos marcó a toda una patulea de añejos teleadictos y que aún hoy día, muchos años después, persiste con vigencia  en nuestros recuerdos.

Bueno pues Raíces es el nombre de un nuevo establecimiento de comida peruana que se ha instalado entre nosotros no hace prácticamente un año y lo ha hecho en una zona un poco extraña de la ciudad, alejada de los circuitos gastronómicos al uso. Concretamente en C/ Juan de Zoyas nº 5 en un amplio y luminoso local de esquina que en su día albergó Binomio, donde por cierto tuve el placer de degustar de la mano del  chef Marcos Nieto (ahora en La Pepona) la mejor sopa de tomate emulsionado con langostinosque he catado en toda mi vida.

Como decía el local es muy amplio, con dos ambientes bien  diferenciados, ambos de mesas bajas pero uno más señorial que el otro. La cocina vista lo que siempre resulta agradable. Comida típica peruana con unos toques japo, aceptable oferta de vinos, incluido uno original del Perú y que fue el que nosotros tomamos.



Un único pero respecto a la mesa que nos asignaron; nos pusieron a los tres en una mesa que para dos es cómoda pero que para tres se queda ridículamente pequeña. Esa circunstancia hizo que en varias ocasiones tuviésemos que devolver un plato que nos traían a la mesa cuando aún no habíamos acabado el otro, ya que prácticamente no había espacio físico para colocar ambos. Creo que estas cosas deberían de estar más cuidada y desde luego eso no me ocurrirá otra vez ya que de producirse esa circunstancia, y máxime cuando tenía mesa reservado con tiempo,  me negaré a ocuparla.

Para refrescarnos Eva y yo empezamos  con una cerveza Estrella de Galicia  a 1, 50 € y Coca  Zero 1,80€ para Rocío. Posteriormente pedimos una botella de Gran TintoTacama, 20 € vino tinto crianza peruano.

Como a estos sitios se viene a probar cositas, pues nos pusimos mano a la obra y por este orden degustamos:

Maki encevichado 3,50 €. Muy bueno, diferente al de Nazca Tapas pero tan bueno o más.


Niguiri de pollo a la brasa  4, 35 €. Me resultó poca cosa, en cantidad y en sabor y para mas inri caro.


Ceviche carretillero de corvina salvaje 9,50 €. El mismo ceviche de piscifactoría vale la mitad. Este estaba muy bien sazonado, rico de sabor y con su punto justo de picante. Le faltaba algo de corvina




Papa a la causa  sobre tartar de salmón 3,90 €. La papa y el conjunto en general no me convenció del todo, un pelín falto de enjundia.




Pulpo al grill 8,50 €. Cojonudo, ni un pero que ponerle




Chicharrón de marisco (pulpo, zamburiña, pota y pescado) 4,50 €. Estupendo y novedoso




Tartar de atún (tomate, cebolla, kion confitado y helado de aji amarillo) 4,00 €. Fantástica la mezcla del helado con el sabor aromatizado del atún.




De postre mis dos mujeres pidieron;

Rocío se decantó por Selva negra con helado de Aguymanto 4,50 €. Huelga decir que no dejó ni migas.


Y Eva apostó por  Suspiro de Limeña y Quinoa Garrapiñada 4,50 €. Este prácticamente me lo comí yo, demasiado dulce para Eva.


Para rematar la faena  nos invitaron, previa solicitud mía, a un minicoctel de pisco que nos preparó con manos diestra Humberto Chavez.

Al final como siempre cuando me dan la cuenta me percato de que me cobran 3 euros por el pan y los servicios, pero mi mujer no me dejó protestar, que si vas a a dar el espectáculo, que si patatín que si patatán. Mutis por el foro. 

Resumiendo: Buen sitio y buena calidad pero en ocasiones deberían de ser más generosos ( no, más justos) en las cantidades de las viandas. Les quedan cosas por pulir (el cobro del pan, la mesa para tres, medir bien los tiempos en el servicio….), supongo, espero, que todo se andará.


ALITAS DE POLLO CARAMELIZADAS

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Hay un tipo en Argentina que es un bloguero pelotudo y afamado, el pendejo en cuestión se llama Diego Bianchi y su culinaria bitácora lleva por celestial nombre “Contacto con lo divino”. Divinamente cocina el prenda y encima hace unos reportajes fotográficos que te dejan con las patas colgando. El proceso gráfico de sus platos es tan didáctico que solo con sus fotos se pueden cocinar sus recetas sin necesidad de más explicaciones.

Diego es uno de mis permanentes referentes y disfruto cada vez que publica algo nuevo y, algunas veces, hasta tengo la osadía de imitarlo. Pura presunción por mi parte obviamente.




Hace no mucho publicó una receta de alitas de pollo caramelizadas al estilo oriental que nada más leerla me puse a salivar como los perros de Paulov y en ese preciso instante decidí que tenía que intentar emularla.

Este domingo he aprovechado que están cayendo chuzos de punta y no hay quien salga a la calle para meterle mano a la recetita ya que, previsor que es uno, tenía a mano congeladas un kilito de estupenda alitas.

Va por todos ustedes pero desde ya os digo que si queréis ver la receta en todo su apogeo entréis en el enlace de Diego que os he dejado anteriormente y paséis de la mía, que  a su lado no deja de ser una mala imitación chapucera.

Ingredientes:
1 kilo de alitas de pollo
3 cucharadas de azucar morena
5 dientes de ajo
Medio limón
Salsa de soja
Aceite, sal y pimienta negra

Hoy no me voy a enrollar y voy a ir al grano. He empezado separando las dos partes de las alitas, las he salpimentado y las he frito en una sartén por separado hasta dorarlas en abundante aceite.



Las he trasladado escurridas a una cazuela con un pelín de aceite donde les he añadido los ajos fileteados y les he dado unas vueltas. Acto seguido el bajado el fuego y le he puesto el azúcar removiendo sin cesar para que se vayan caramelizando.







Por último el chorreón de soja, el zumo del medio limón y vuelta que te vuelta con la paleta hasta que la salsa se ha espesado y se ha impregnado en la carne dejándola sumida en un precioso  lacado.



Punto pelota.


Para acompañar he cogido 6 patatas y las he cocido con abundante sal. Antes de que estuviesen en su punto las he sacado, pelado, troceado y colocado sobre papel vegetal en la bandeja del horno. Unas gotas de aceite y a 180º durante unos cuarenta minutos o hasta que veas que están tomando un apetecible color dorado. 





¡Cojonudo almuerzo!

26/05/2016. SEP7TIMO

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El 17 de mayo recibí este correo electrónico de mi amigo Andrés Santamaría (sí, sí, el pieza que hace las críticas enológicas de este blog):

Ricardo, sólo para decirte que cuando podáis os paséis por "Sép7timo", un local sito en la calle Pastor y Landero, frente al mercado del Arenal (en concreto el nº 21, creo).
Almudena y yo estuvimos el pasado jueves y nos pareció muy interesante. Creo que puede gustarte. Como muestra: una caballa marinada sobre crema de remolacha superior, sobre todo, a mi juicio, el punto de la caballa (no necesita más aditamentos); una morcilla de arroz frita con cremoso de piquillo, que es una sinfonía de sabores; y una pastela de confit de pato (yo nunca la había probado con confit) que, a mi juicio, supera a algunas que hemos probado juntos en diversos sitios. Carta de vinos no muy extensa, pero bien elegida. Yo tomé un Colonias Galeón de maceración carbónica (muy goloso y frutal) de Cazalla. Haciendo patria!!!
Vamos, que vayas y me digas. Creo que podría gustaros. Y el entorno, ya ves, El Arenal...


Ante tan sugerente misiva y viniendo de quien viene no pude por menos que hacerle caso y a la mayor brevedad posible (será mayor brevedad o menor brevedad, this is the cuestuon) me he presentado en el local a degustar las delicatesen prometidas. Lo intenté el domingo 22 pero cierra los domingos y aprovechando la celebración del Corpus reservé para almorzar junto a otra pareja.

La ubicación exacta de Sep7timo es  C/ Pastor y Landero nº 21, teléfono 954026280, justo enfrente de la puerta principal del remozado mercado del Arenal. El local hace esquina y es bastante luminoso, cómodo. La mesa para cuatro bien, nada de estar apretujados como ocurre en otros sitios.

Una buena carta con una oferta bastante más que aceptable y como viene siendo habitual en este tipo de establecimientos varios platos fuera de ella aprovechando el día a día de los mercados.




Durante toda la comida nos atiende un chaval muy agradable y es él el que nos aconseja el segundo vino que tomamos. Antes de nada le pregunto si nos van a cobrar el cubierto (léase pan), que no estoy dispuesto a pagarlo de ninguna de las maneras y me dice que no, que ellos no cargan el gasto del pan y cubierto en la cuenta. Bien empezamos.

Hacemos todo el pedido de golpe y dejamos en sus manos que nos lo vaya sirviendo según el criterio del chef.

Empezamos con una cerveza 1,20 € para calmar la sed y rápidamente nos pasamos al tinto, concretamente pedimos una botella de Colonias de Galeón 14 € y posteriormente otra de Dido 2014  22 € que como ya he dicho nos recomendó muy encarecidamente el camarero.

En una primera tanda de tapas pedimos:

Cecina de Buey de Astorga 4 €
Estupenda calidad, en su punto de tersura. Profundo sabor.



Caballa marinada sobre crema de remolacha 4,20 € ( Pedimos 2 tapas)
Una autentica pasada, tanto de presentación como de gusto. La textura y el sabor de la caballa para ponerle un piso con mucana incluida.



Morcilla de arroz frita con cremoso de piquillo 3,60 € (Pedimos 2 tapas)
Muy buena y bien combinada.



Pastela de confit de pato 7 €
El confit de pato pega con todo y en este caso no iba a ser menos.



Salmorejo de melón con cecina y gambón 3,60 € (Pedimos 2 tapas)
Sencillamente uno de los mejores salmorejos que he tomado nunca, suave suave y en boca se apreciaban todos los sabores, todos los matices.



Bacalao con salsa de pimientos 4,20 €
Estupendo, pero este, a diferencia del resto,  me pareció un poco pequeño, poco bacalao, muy bueno pero chiquito



Corvina plancha con toques de anis 4,20 €
De nuevo el punto de cocción de la corvina espectacular y el aroma y sabor de  su carne de diez.



Como teníamos el pico caliente y no nos quedamos del todo satisfecho pedimos una segunda tanda, eso sí un poco más cortita.

Risotto de gambones y chipirón 8 €
Probablemente el más flojillo de todos los platos que pedimos o es que yo me he vuelto un talibán de los arroces. Cuando pruebo un nuevo a arroz quiero que al degustarlo cerrando los ojos se me pongan los morritos como a las chicas de hoy día cuando se hacen un selfie y esta vez no me ha pasado. Un bien alto y va chutando.



Chipirón plancha con polvo de chorizo 4,20 €
Otro cojonudo,  logrado y bonito. El polvo de chorizo le da un puntazo.



Mollejas con setas.
Junto con la caballa y el salmorejo lo mejor. Una autentica sinfonía de sabores y texturas. 




El nivel general de los platos un notable alto alto, lo mismo que la atención y el servicio. El tiempo de servicio entre plato y plato muy bien calculado y durante la comida nos cambiaron los servicios completos una par de veces.

Mi mujer dice que el chef abusa del cebollino picado como adorno (todos los platos menos la cecina) y que algunos fondos de presentación se parecen misteriosamente unos a otros (morcilla, chipirón y corvina). en fin..........

Al final también pedimos un postre más que nada por autentica gula, pero se me olvido apuntar de que era, también costaba 4,20 €. Era tela de consistente.




31 euros por cabeza incluida cervezas y dos botellas de vino me parece una muy buena relación calidad-cantidad-precio.

Chupito invitación de la casa, apretón de mano, intercambio de tarjetas y a casita a pasar la tarde en pijama y buena compañía.

03/06/2016. APONIENTE

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Este fin de semana me he dado plenamente cuenta de que los establecimientos que yo frecuento son chichinabos (con perdón) comparados con los que juegan en la categoría superior; es más y muy a pesar mío he constatado que no siempre uno más uno es dos. En este caso dos es mucho más que uno más uno, en dos caben una buena retahíla de unos.

Trampantojo marino. Todo los embutidos están  hechos con productos marinos. Una pasada.
Aclaro lo anterior.

El viernes tuve la suerte de comer en Aponiente, el restaurante dos estrellas Michelín del restaurador ÁngelLeón especializado en productos del mar. Esta venturosa fortuna se debió a la extrema generosidad de mis dos hermanas que para celebrar mis sesenta cumpleaños nos regalaron a Eva y a mí esta fastuosa orgía de sabores. Nunca les estaré lo suficiente agradecido.


El menda a la entrada

Sito en El Puerto De Santa María en un viejo molino de marea de piedra ostionera rehabilitado, Aponiente es un espacio escénico difícilmente superable. Yo no frecuento estos sitios, pero dudo muy mucho que haya otros platós gastronómicos con la prestancia, presencia, mimo y otras muchas cosas  que este tiene. Cuidado al detalle y los detalles hasta la perfección.
Una de las muchas esculturas del pasillo
La entrada es magnífica, con su enorme patio remedando salinas y una amplia zona de butacones donde relajarse. Una vez dentro entre la recepción y el salón principal no menos de veinte metros repletos de estatuas y guiños marinos. A un lado las cocinas vistas, al otro ventanales y ojos que dan al caño marino.






Mientras una chica adorable te acompaña desde recepción hasta el salón después de agasajarte con una bebida, te  va explicando los entresijos del pasillo: aquí los restos de una de las piedras del antiguo molino, estos son acuarios, los espectaculares servicios, las distintas esculturas y las cocinas: primero los reposteros, luego el panadero y por último la gran cocina salada donde un mogollón de artistas maniobran como un pequeño ejército perfectamente engranado.


El largo pasillo, al fondo el comedor

Cuando llegamos al salón nos deja en mano de un compañero impecablemente vestido con un  traje negro que de nuevo nos da la bienvenida (es el cuarto) y nos acompaña a nuestra mesa y nos acomoda ceremoniosamente en las enormes sillas metálicas con respaldar imitando la cola de un pez. La mesa es para nosotros dos pero en ella caben holgadamente seis personas.


El salón. Los respaldos de las sillas en forma cola de pez. Detalles marinos por todos los lados
El salón es enorme y en él hay no más de catorce o quince mesas y al menos otros tantos camareros todos impolútamente vestidos de riguroso negro que atienden a los veinticinco o treinta comensales que estamos, atentos al mínimo detalle y cronométricamente compasados en sus actos. Te quedas un poco alelado cuando compruebas que te ponen y te quitan los platos de la mesa dos camareros  a la vez, con una asombrosa exactitud en un gesto mil veces repetido.


La cocina a plena vista

Huelga decir que nos cambiaron los cubiertos y platos  en cada uno de los bocados que íbamos probando y hasta las servilletas cuando pasamos de lo salado a lo dulce.



La carta tiene sólo dos menú degustación y nosotros ya sabíamos que íbamos a pedir el Menú Mar de Leva, el largo. De bebida pedimos una botella de Margarito y Amapolo un tinto andaluz con cincuenta por ciento de tintilla de Rota. Por cierto, el sumiller que nos atendió, exultantemente joven, tuvo el enorme mérito de estirar-estrujar  la botella hasta que llegamos a los postre. Cada dos o tres platitos nos escanciaba apenas un dedo. Un artista el menda.

No tengo la intención de analizar lo que comimos, sería presuntuoso por mi parte ponerle el mínimo pero a la variedad tan bestial de sabores que probé, simplemente decir que disfruté, disfrutamos, como dos enanos y nos deleitamos con una autentica sinfonía de sabores marinos.

Empieza el espectáculo.

Tortillita de camarones.



Las tortillitas no estaban fritas, eran a la plancha y finas como el papel de seda.

Dulcería Marina



De nuevo un trampantojo genial. Cuatro dulces que no lo son: San Marcos de Coñeta, Carmela blanca, Carmela de choco y polvorón de plancton.  El primero hecho con congrio, el segundo de erizo, el tercero de choco y el último de planctón. Una pasada

Matanza en alta mar: chacinas frías




Este es el momento en el que Ángel León se acerca a tu mesa con la mesa de chacina, te saluda y te corta alguna rodaja de lo que al él le parece. A nosotros nos puso "lomo", paté" y "mortadela". También es el momento en el que se me queda el móvil bloqueado y las fotos  que le hice cortando los embutidos se fueron a garete. Porca miseria

Chistorra de mojarra



Taco halófilo


El plato una obra de arte, como casi todos

Sardina asada

Tortilla de camarones + Descarte a la roteña



Este plato era dos en sí. En la cuchara una esferificación de una tortilla de camarones y unos camarones liofilizados y al lado un sashimi de no se que pescado sobre un bombón de no que cosa.

Ensalada de arbustos marinos y cañaillas





Una pasada el colorido de este plato. Antes te lo preparan junto a la mesa, extraen las cañaillas y las incorporan a la sopa-ensalada  de algas. Precioso el colorido y de lo bueno que estaba no digo na de na.

Royal de ortiguillas



Llevaba huevas de caracol.

Sopa fría de escabeche




Una sopa fría de mejillones en escabeche y gazpachuelo malagueño. El sabor de los mejillones, pequeñitos,  potentísimo.

Ostras encominadas




La cascara de la ostra realizada con regaña, el caldo con regaliz, zanahoria y un punto subido de comino. El plato un punto filipino.

Cocktail de galeras



El fondo de galera con tuetano de coliflor y espuma de naranja amarga.

Caballa



Caballa encevichada con maíz liofilizado y leche de tigre elaborado con cebolla.

Durante toda la comida el panadero se paseaba por el saló ofreciendo las distintas variedades de pan que iba confeccionando: de pasa, con zurrapa de atún, con plactón, normalito, etc, etc 



Berza marinera




Penca marinera con ravioli de choco, garbanzos secos y un fondo de penca.

Rablé de atún




Rablé (es un corte especial para sacar los lomos) de albur con reducción de espinas tostadas, envuelto en una fina lámina de criadilla de tierra.

Risino



Risino (pasta italiana a semejanza del arroz) en salsa de berberecho y planctón crujiente. Este me dejó ojiplático.

Melosidades




Guiso meloso de morena con su piel a modo de callos, hoja de alcaparras y alcaparras fritas.

Choco a la prensa




Vienen los dos con una mesa donde hay un montón de cacitos y un choco a la braza entero. Ponen al fuego un cazo con armagnac y un fondo de cocina espeso y meten el choco en una prensa. Lo prensan hasta que suelta todo su jugo y luego lo aderezan con mantequilla comprada a un afinador de mantequillas francés muy conocido (¿que coño será un afinador de mantequillas?). Le dan un fuerte punto de calor y te lo sirven sobre un sashimi de calamar y pasta sorrentino.
Es un plato de origen francés que se hace con pato, por lo visto lo intentaron con patos criados en los esteros de al lado alimentados con planctón, pero como que no. Es coña marinera mía.

Cortante mentol



De todo el plato que se ve arriba lo que se come es el ojo. Platazo para presentar una pequeña esfera con la que desprender el sabor salado de la boca. Estaba confeccionada con agua de manzana y rosas.

Antes de los vinos nos pusieron un vino dulce de arrope gaditano que hacía suspirar a un moribundo.

Helado de vainilla, albaricoque, aire de limón marroquí y notas de clavo



Cuando te metes el albaricoque y lo estallas en la boca te derrites literalmente.

Helado de chocolate, café, pomelo, oporto y crujiente



Bizcocho con sabayon de whisky y polvo de cacao




Cajita de bombones

Aunque no quisimos café nos obsequiaron con una cajita de bombones.


Después del ágape solazándose en el patio

Simplemente espectacular. Merece la pena una vez en la vida. 

Precio del menú degustación sin bebida: 195 € por barba. con maridaje de vinos 85 euros más. Sin comentarios.

CONCURSO DE TAPAS

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Sábado 11 de Junio de 2016. El Real de Jara.
Precio de la tapa 1,50 €


En la feria de tapas del año pasado se me fue el santo al cielo y sólo me dio tiempo a catar un par de ellas y me quedé con la miel en los labios. Así que este año me lo tomé  en plan profesional y a la una en punto del sábado ya le estaba hincando el diente a la primera del día.
Vaya por delante mi agradecimiento (y creo que este es un sentimiento bastante generalizado) a los establecimientos que han participado en este evento. No es baladí el esfuerzo que estos realizan, el trabajo que supone preparar tal cantidad de viandas y más aún sin saber cuál puede ser la aceptación por parte del público ni cuánto de este hipotético público visitará tu establecimiento.


Particularmente considero que una tapa que se presenta a un concurso de este tipo se sale un poco del  concepto tradicional y tiene que aportar otros valores añadidos: innovación, mezcolanza de sabores, osadía, presentación, etc. Desde luego no es lo mismo sacar un cuenco de caracoles de una olla, por cojonudos que estos estén, que esmerarse en montar uno a uno un plato con una base de puré de patatas, bacalao, setas salteadas y todo coronado con pimientos. No, no es lo mismo.

En el aspecto anteriormente comentado ha habido dos grupos muy diferenciados:

Por un lado los clásicos, es decir los platos que se cocinan conjuntamente y luego del “guiso común” se extraen  las distintas porciones y la posterior presentación es un asunto relativamente secundario. En esta categoría estaban “el guarrino frito”  de La Piscina, “los caracoles” del Orejilla, “la caldereta” de la Casa del Pueblo y el “pollo a la mostaza antigua” del mesón La Encina, aunque en este último caso sí había un mínimo cuidado en la presentación.

BAR EL MONTERO: Guarrino frito


Me encantan esas dos pedazos de hojas de perejil y ese trozo de laurel
con los que José Antonio adornó el colorido plato

BAR CASA DEL PUEBLO: Caldereta de venado


Junto con la caldereta nos agasajó con un plato de arroz con gurumelos.

BAR JARA: Caracoles


¿Cuando leches se le van a romper a Manolo esos cuenquitos de Duralex
del tiempo de Franco?

MESÓN RESTAURANTE LA ENCINA: Pollo a la mostaza antigua


Generosa tapa. El problema de la pechuga de pollo es que da muy poco juego
al ser la parte más insípida del mismo

Por otro lado los otro cuatro donde la técnica de trabajo, el montaje y la presentación es básicamente distinto; “el cochinito confitado” de Ignacio en la Casa de Cultura, “la brocheta de rape y langostinos con salsa de camarón sobre cachelo” del bar restaurante Castro, “lomo al eneldo”de Conchita en Mesón la cochera y “bacalao al puré” de Ángela en La Ribera.


BAR RESTAURANTE CASTRO. Brocheta de rape y langostino
Una apuesta novedosa por estos lares. Trabajada.

MESÓN LA COCHERA: Lomo al eneldo


Pedro juega con la ventaja de la experiencia y de un servicio bien engrasado.
El eneldo siempre es un valor seguro. Me gusto.

BAR CASA DE LA CULTURA: Cochinito ibérico confitado


Ignacio se lo ha currado bien de lo lindo y al final le ha quedado una preciosa tapa,
bien equilibrada y gustosa.

BAR LA RIBERA COCKTAILS. bacalao al pure


El bacalao me puede y este era de calidad. Lascas perfectas. La guarnición muy conseguida
y muy muy sabrosa. Visualmente muy agradable. Para mi la mejor, pero esto es una
apreciación particular y ya se sabe que para gusto los colores.
Yo abogo por este tipo de tapas para los concursos, sin menoscabo de las otras, son estas las que a mí me gustan paladear, disfrutar de nuevos sabores, probar mezclas originales, maridajes atrevidos, comer no sólo con el paladar sino también con la vista. En fin que se me ve el plumero.

De la tapa que presentaba el bar La Carcoma “tabla de quesos” no puedo opinar ya que el queso y yo no nos dirigimos la palabra desde que tengo uso de razón.

¡Que me gusta ver los bares de mi pueblo llenos!

Sin duda  el año que viene se superarán.



CERRADO POR VACACIONES

CEVICHE PERUANO

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Ya antes de irme de vacaciones a  Perú estaba enamorado hasta las cachas de su gastronomía, pero ahora con los ceviches está tomando esto unas dimensiones de auténtica locura, hasta el punto que he decidido incorporarlo a mi menú semanal.



Todas las semanas una vez al menos cenamos en casa ceviche se ponga el solo por donde se ponga. Hasta ahora he ido cambiando la base y ya los he catado de perca, de salmón, de merluza y de bacalao fresco y de todos ellos el que más me convence por el momento es el perca al tener esta una textura y consistencia perfecta para el marinado y encima te la venden ya en un gran filete que viene límpio de polvo y paja. El de salmón tampoco está mal.

El ceviche es la apoteosis de la sencillez, la cocina minimalista llevada a la enésima potencia y encima reúne unas maravillosas propiedades aparte de su exquisitez. Es una comida la repera de sana, sin grasas ni aceites, baja en calorías, se necesitan cuatro ingredientes mal contados y se prepara en veinte minutos.

¿Quién da más por menos?

Vamos al grano. Lo fundamental es un  buen trozo de pescado limpio de espinas y de partes grasas (los filetes de perca o los lomos limpios de salmón vienen al pelo) y por supuesto que esté fresco como una rosa. Como ya se me han acabado los limones peruanos que me traje utilizo lima y no desmerece en absoluto.

Ingredientes:
250 gramos de pescado
Limas. Con cuatro o cinco es suficiente.
Cebolla morada
Maíz cocido de lata
Batata cocida o en su defecto una patata cocida




El proceso es increíblemente sencillo. Se trocea el pescado en dados de un centímetro y medio de lado, se sala someramente y se coloca en un bol. Exprimimos las limas y con su jugo cubrimos los trozos de pescado. Llevamos el bol al frigo donde estará sobre diez minutos.





Mientras el pescado se está refrigerando picamos la cebolla morada muy finamente en juliana.


Al cabo de los diez minutos el pescado ha de haber cambiado de color al cocerse en el jugo de la lima. Lo escurrimos en un colador y yo le pongo el caldo a la cebolla ya picada durante unos minutos para atemperarla. Le viene muy bien.

Pues ya solo resta preparar el plato con el maíz a un lado, el pescado en el centro y las rodajas de patatas al otro. Encima de todo la cebolla morada escurrida  y si os gusta unas rodajas muy finas de pimiento y un toque de pimienta blanca.





Se te caen dos lagrimones que no te quiero contar.


Repito, enamorado estoy.

TORTILLA DE BERENJENAS Y YERBABUENA

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Hace mucho tiempo que tenía ganas de publicar esta receta que es una de las preferidas de mi santa esposa. La idea original de la misma me la dio su primo y mi amigo D. Mario Zapata Trigo, banquero jubilado que no deja hablar a nadie y que  ahora, como todos los abuelos, reparte su tiempo entre su nieto y todo lo demás a partes iguales.



La concepción de la misma es prácticamente igual a la de cualquier tortilla que se precie y su elaboración ídem de ídem. El punto novedoso y genial lo aporta la yerbabuena y su maravilloso aroma que hace que todo el conjunto adquiera unas cualidades espectaculares y un sabor cojonudo.

 Ingredientes:
2 Berenjenas medianas
1 cebolla
5 o 6 pimientos de freír pequeños y tiernos
Los huevos necesarios
Un buen manojo de yerbabuena
Sal y aceite

             


El proceso es sumamente fácil. Vamos a ello.

Picamos la cebolla y los pimientos en brunoise (vulgo cuadraditos muy pequeños) o como te de la real gana y en una buena sartén con un generoso fondo de AOVE los freímos amorosamente a fuego lento hasta que la cebolla empiece a blanquear.




En ese momento incorporamos las berenjenas que previamente habremos pelado y cortado a ojo de buen cubero en cubos de aproximadamente un centímetro de lado, salamos y rehogamos todo hasta que las berenjenas estén casi hechas.


En un bol batimos a conciencia los huevos.


Una vez pasada por el grifo y bien lavada, picamos la yerbabuena.



Añadimos al bol de los huevos batidos la yerbabuena picada, removemos bien y le ponemos la fritada de pimientos-cebolla-berenjenas. Volvemos a remover bien para que  todo se mezcle.



Por último con esa mezcla semicompacta hacemos la tortilla al gusto del consumidor. Yo suelo dejarla hecha por fuera y con un punto cremoso en el interior.


Probadla, el sabor de la yerbabuena aporta una aroma y una sutileza espectacular al plato.
                                

VIAJE A PERÚ.ENTRADA 1. PREAMBULOS

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Finales de Julio de 2016.

Entre el calor sofocante que está haciendo en Sevilla, el necesario aire acondicionado que no me gusta ni un pelo para dormir pero del que no puedo prescindir so pena de no pegar ojo, y la tensión pre-viaje, llevo tres o cuatro días, mejor dicho, tres o cuatro noches, que no descanso como Dios manda, y el caso es que antes de irme a la piltra me preparo concienzudamente para ello con dos o tres copazos de un buen Ribera del Duero. Pero que va, ni por esas. Se ve que Morfeo, el de Matrix, no el griego, está de uñas conmigo.


En el lago Titicaca

            Se me pasan las noches en un duermevela sudoroso dando vueltas como un trompo entre las pegajosas sábanas buscando algo de frescor, pero leches, na de na. Y como estoy obsesionado, febril, tan pronto me despierto persiguiendo alpacas por el altiplano como estoy con el agua al cuello en una tenue balsa de totora en el Titicaca. Ayer me corrió a escupitajos una puñetera y encorajinada llama que no sé por qué carajo la tomó conmigo sin yo hacerle nada; dos horas más tarde estaba a machetazos limpios, semiperdido y acojonado, en la frondosa y laberíntica selva que rodea Tarapoto buscando una trocha que me sacara de esa feraz e intrincada jungla. He paseado por las celestiales terrazas de Machu Pichu, cabalgado codo con codo con un cercano y altivo Pizarro en medio de una miríada de altivos guerrero incas presos con caras de malas pulgas, hablado en quechua y aimara con extraños personajes sacados de antiguos libros, tomado ingentes cantidades de mate de coca para superar el mal de altura en Puno, degustado un magnifico ceviche de conchas negras y otro de ojo de perdiz (vulgo corvina) en la playa de Cotan y otras mil cosas más que apenas atisbo a evocar. Mis noches han sido un magnifico calidoscopio de sensaciones, de vivencias apenas recordadas cuando sudoroso me despertaba, pero a las que me aferraba con ahínco como a una tabla salvadora para que no se me escurrieran como agua entre los dedos.


Eva y yo en Machu Pichu

            Me paso la mañana y la tarde delante del ordenador preparando el viaje, tomando notas, buscando excursiones, leyendo blogs de viajeros que me antecedieron por esos lares, encontrando lugares perdidos, salivando pensando en esa riquísima gastronomía peruana: anticuchos, rocotos, cebiches, ajís, cuyes, etc. Y claro, cuando me acuesto, toda esa información se desborda, se mezcla aleatoriamente y entra en ebullición hasta que me sale goteando por las orejas.  Apenas he cogido el sueño y antes de darme cuenta de que siquiera estoy dormido ya estoy en el hermoso barrio de Barranco degustando en una terraza con vistas al Pacífico un maravilloso chicharrón de pollo bajo el eterno cielo panzaburra de Lima con el fondo del malecón de Miraflores, y a los cinco minutos, sin margen de continuidad, ya me encuentro en la Amazonía, en los aledaños de Chachapoyas, siguiendo a un guía por un oscuro sendero que seguro nos llevará a contemplar una hermosa catarata ignota mientras una jadeante nube de mosquitos pululan a mi alrededor incapaces de alcanzarme gracias al maravilloso brebaje de Mercadona con el que me he embadurnado hasta el último trozo de piel.

            Ahora que lo pienso con más detenimiento, esta vez sí hemos planificado medianamente el viaje, por lo menos en el aspecto sanitario, y eso que  hemos tenido que correr de lo lindo para tenerlo todo previsto: vacuna en sanidad exterior contra la fiebre amarilla, el tétano, la hepatitis A, pastillas contra la malaria, amén de un botiquín adjunto con chorrocientas cosas: Omeprazol, ibuprofeno, paracetamol, antidiarreicos, Almax, y no sé cuántas medicinas más. A ver si hay suerte y no viene la venganza de Moctezuma (en este caso del Inca Garcilaso) y no nos tumba de un puñetazo en el estómago.


Mi hija en una playa del Pacífico

            Mención aparte merece la prevención contra los mosquitos. Entre el acojono del Zica, que está a todas horas en la tele por las polémicas Olimpiadas que se celebran en el convulso Brasil de la cuestionada Dilma, y la nefasta experiencia que tuvimos en Costa Rica, esta vez nos hemos perpetrado a base de bien: Coloridas pulseras antimosquitos de última generación, spray del Mercadona que es como la BBC del Madrid pero al revés, cojonudo, bonito y barato; otro mucho más caro aconsejado para viajes tropicales de extrema eficacia y por último un difusor eléctrico para las noches con su liquidito y todo. Vamos, que solo nos falta que metamos en la maleta una malla antimosquitos unipersonal. La idea, después de sopesarla concienzudamente, la hemos desechado en el último minuto por parecernos algo paranoica. La última preocupación, y no la menor, me la están dando estos cabrones de Air Europa. Todos los años el mismo cuento, llegan las vacaciones y empiezan las huelgas y el personal que se joda. Me tienen con la mosca tras la oreja ya que han convocado una huelga de tres días para el 31 de julio y mi vuelo sale el 28. Toquemos madera, pero de estos tíos no me fio ni un pelo.

LLEGÓ LA HORA.  NO HAY MARCHA ATRÁS

            Bueno, ya estamos en el AVE con destino a la capital del reino y nada más partir de Santa Justa el revisor nos ha pegado una bronca de padre y señor mío por dejar los maletones en el suelo en la plataforma que hay entre los vagones. ¿Dónde leches la dejamos? Con mucho trabajo, las maletas pesan como un mulo ahogado, las hemos trasladado a unas estanterías altas que amablemente nos ha indicado, y subirlas ha sido todo una hazaña. Luego el hombre se ha venido un poco abajo y nos ha tratado con cortesía desmedida, dándonos efusivamente las gracias por nuestra colaboración. ¡Si es que basta con conocernos para darse uno cuenta de que somos unos benditos!

            Dos asientos detrás tengo al pesado de turno que a voz en grito nos está informando a todos los usuarios del vagón de las interioridades de su empresa, de lo cojonudamente bien que le va económicamente y de la relevancia suya en el organigrama de la misma (en realidad se lo está narrando en un largo monologo a un hipotético interlocutor telefónico, pero lo suficientemente alto como para que lo oigan los que se están tomando un aperitivo en el vagón comedor adjunto), como si a nosotros nos interesara un carajo sus avatares empresariales y sus cuitas económicas. Fantasma. A la altura de Córdoba el menda da por finiquitada su perorata, bien por rotura de alguna de sus maltratadas cuerdas vocales o por fallecimiento de inanición de su oyente, y esto produce que más de un suspiro de alivio de algún abnegado y estoico oyente se oiga en los asientos aledaños, entre ellos el mío.


Catarata en Chachapoyas

            Ya en Atocha a correr se ha dicho para coger el tren de cercanías que nos lleva a la T4 del aeropuerto; otra carrerita y cogemos el circular que nos traslada a la T1. El aeropuerto de Madrid no es un aeropuerto, es un catálogo de Ikea repleto de terminales con enigmáticas siglas: P1, T3, A3, T4, TA, A5, para volverse loco si no fuera por lo cuerdos y sanotes que estamos, y por la ayuda de algún que otro lugareño al que recurrimos cuando las dudas nos atosigaban. Parecemos los cinco aurigas del Circo Máximo romano arrastrando nuestros maletones y tomando las curvas a tutiplén (la madre que parió a los maletones, ahora, después de tres carreras, ya no transportan a un mulo ahogado, sino a toda una recua de ellos bien apretujaditos). En referencia a esto, no contentos con llevar cada uno de nosotros una maleta de considerable dimensión y nuestra personal mochila al hombro con lo imprescindible por si nos extravían estos de Aena las maletas, un amigo de Ana que vive en Lima y que será nuestro anfitrión en la ciudad, le ha encargado que le lleve la compra del Mercadona. ¡Tócate los coyuntus neus! ¡Llevarle la compra del Mercadona de Sevilla a Peru! Una maleta repleta de piquitos, de aceite, chacina, avíos del puchero, café, aceite y no sé qué cosas más, bueno y muchas pipas. ¿Para qué coño querrá que le llevemos café a Perú? Ni que el café se recolectara por San Ildefonso, en la sierra norte de Madrid. Si de esta no nos detienen en la aduana por transporte de mercancías sospechosas me doy con un canto en los dientes.


Puesto de pescado en Tarapoto

            El avión sale a las 11:55 y llega a Lima a las 5:10; teniendo en cuenta que hay una diferencia horaria de siete horas esto hace una travesía de 12:15 minutos, pero bueno, el caso es que a las nueve y media ya estamos en la cola para facturar las maletas y quitarnos ese muerto de encima. Después de diez minutos de cola llegamos los cinco a uno de los mostradores de Air Europa y en ese momento el chico que nos empieza a atender se queda mirando hemipléjico, ojiplático total, al ordenador y le comenta al compañero que está en el puesto de al lado:

- La pantalla del ordenador se me  ha quedado en blanco. ¿Y la tuya?
- Igual le pasa a la mía.
- Y a la mía, y a la mía…

Repiten a coro los cinco o seis responsables de las distintas taquillas con evidentes caras de asombro. A mí me empieza a dar mal yuyu, pero supongo que será un fallo tonto que se reestablecerá inmediatamente. Media hora más tarde ya no pienso igual y le he preguntado varias veces al responsable qué es lo que pasa y éste, con cara de póker,  como un monje lama repitiendo un mantra en una iterada letanía mientras pasa las cuencas de un rosario o como leches se llame lo que ellos utilizan, solo responde una y otra vez que “se ha caído el sistema”. ¡Qué leches significa que se ha caído el sistema! ¿Tendrán algo que ver los albañiles que están trabajando por aquí? ¿O es qué un terrorista ha cortado unos cables? ¿No se habrá quemado un fusible? ¿Tal vez un inepto programador ha metido un comando equivocado y la ha jodido inexplicablemente? ¿O acaso es que un hacker envidioso de mi viaje ha decidido boicotearlo? Me juego el cuello que es esto último; algún envidioso me está saboteando a conciencia el viaje.



Esperando esperanzados y aburridos a que el sistema dé señales de vida.

            Una hora y media después el sistema sigue por los suelos, digo caído, y sin puñeteras ganas de levantarse. Lázaro, levántate y anda, ordeno mentalmente, pero leches, ni caso; se ve que no tengo mucha ascendencia allá en lo alto. Los empleados aprovechan para salir a fumarse un cigarrito o comprarse unas chocolatinas y comentan la incidencia entre ellos en susurros, evitando las miradas asesinas que caen sobre sus cabezas. Los pobres están tan a pe como nosotros y responden como pueden (que es poco e inconexo) a las preguntas que les llueven de todos lados.

- Señor lo siento, pero el sistema se ha caído. Es un problema de la central que gestiona el embarque en toda España.

- Me lo explique señorita, pero en los mostradores de Iberia, de Luftansa, etc, la gente está facturando sin problema alguno y nosotros llevamos dos horas esperando que el sistema se levante de una puñetera vez.

- Cada compañía tiene su propio servidor, ya se ha informado a la central de USA para que solucione el problema y lo están gestionando lo mejor que pueden.

- ¿Me está diciendo que mi viaje depende de la prestancia de un tío perdido  en una ignota ciudad americana que, seguro, en estos momentos se está zampando una hamburguesa y una Coca-Cola? Además el vuelo sale dentro de cincuenta minutos como bien puede ver en el panel de salidas, y a este paso me dan aquí las campanadas de nochevieja.

- No se preocupe señor, el vuelo no sale hasta que todo esté arreglado. De todas formas le comento que tiene tres horas de retraso por problemas atmosféricos.

-¿Cómooooooooooooooooooooooo?

Casi a las doce el sistema se levantó por arte de birlibirloque, mágicamente empezó a funcionar y yo, en mi fuero interno, me vi dándole las gracias a ese maravilloso e imaginario yanqui que, después de zamparse la burguer con su Coca-Cola correspondiente, se decidió condescendiente a solucionar el problemita que afectaba a unos chicanos-sevillanos  ¿Dónde coño estará Sevilla, por Sinaola?

Facturamos y al entregarnos los billetes de embarque nos dan con ellos unos tiques:

- Señor, la compañía, para compensar la espera por el retraso de tres horas debido a las condiciones atmosféricas, les ofrece un pequeño refrigerio consistente en dos sandwiches y sendas botellitas de agua.

- Señorita estamos viendo por internet las condiciones atmosféricas desde aquí a Perú y estas son óptimas; el único punto problemático está en el Caribe, concretamente sobre Cuba, pero supongo que ¿nosotros no vamos a visitar a los hermanos Castro?

-Lo siento señor, pero esa es toda  la información de la que dispongo.

            Cabizbajos nos fuimos al bar, nos comimos los sandwiches, nos bebimos el agua y nos pusimos a matar las tres horas de espera de la mejor manera posible mientras tres señoras mejicanas que viajaban con nosotros maldecían indignadas:

- Agua, nos han dado agua. ¡Pendejos! agua se les da a las vacas.
           

Zampándonos los sandwiches y con la colección de botellitas de agua

A la una y media el ambiente ya estaba calentito y entre los pasajeros empezó a correr el rumor de que las tres horitas de espera era un huelga encubierta, si no como iban a saber que la tormenta iba a durar exactamente tres horas que, curiosamente, es el tiempo que puede retrasarse un vuelo sin que los pasajeros del mismo tengan derecho a indemnización. La cosa se va calentando a medida que pasan los minutos. Avalancha de quejas, hasta el punto de que a las chicas que nos atienden, haciendo lo que pueden, se le acabaron las hojas de reclamaciones y aquello en lugar de una sala de espera parecía un aula nórdica con todo el mundo rellenando el formulario. Yo pululando por todos lados sin perderme detalle y, por deformación profesional, ayudando a los escribientes: “señor, especifique bien que el retraso le supone perder un enlace y ponga clarito número de vuelo, hora y destino” “No, no tiene usted que entregarlo aquí, puede usted hacerlo al llegar en la oficina de Lima”….

            A las dos de la mañana cambia la explicación. Un sacerdote (lo digo por el alzacuello que llevaba), que se ha llevado hablando con una encargada de la línea un buen rato, nos dice, en un tono sosegado, monacal, que el problema no es una tormenta tenebrosa y amenazante, sino que los aeropuertos de soporte del vuelo no están operativos. ¿Aeropuertos auxiliares en medio del Atlántico? Me permito dudar de la explicación y va el curita y me suelta una perorata de padre y señor mío sobre su afición desde chico a la aeronáutica, sus amplios conocimientos sobre el tema y la necesidad de que los aviones bimotores tengan rutas alternativas que los lleven a aeropuertos seguros en caso, Dios no lo quiera, de que les falle un motor; todo adornado con profusas explicaciones técnicas. Por supuesto este problema no lo tienen los cuatrimotores y por eso los aviones de Iberia y otras compañías están saliendo sin cortapisas. Cojones, ¡lo que saben los curas hoy día! Y en mi fuero interno me imaginaba una retahíla de portaviones yanquis puestos en fila en medio del Atlántico esperándonos con las banderitas al aire por si fallaba un motorcito. Como los extras de Berlanga en Bienvenido Mister Marshall, pero a la inversa y con mucha agua por todos lados.

A las tres en punto salimos por fin y las siguientes doce horas las pase constreñido en un asiento minúsculo sin pegar ojo y con el respaldar del asiento de delante a escasos centímetros de mi cara. Tutankamón en su sarcófago tenía mucho más espacio que el menda.

¡Lo que hay que hacer para conocer mundo!



ENTRADA 5. VALLE SAGRADO-MACHU PICHU
ENTRADA 6. UN MERCADO, UN MUSEO Y UNAS RUINAS EN LIMA
ENTRADA 7. PIURA-COLAN
ENTRADA 8. CHACHAPOYAS
ENTRADA 9. TARAPOTO
ENTRADA 10. COMER EN PERU


VIAJE A PERÚ. ENTRADA 2.TRES PINCELADAS DE LIMA

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EL SEÑOR NERI

En el aeropuerto nos espera el señor Neri con una “van” (término que se emplea como referencia a una camioneta o furgoneta) para llevarnos al hotel. El pobre lleva casi cuatro horas aguardando nuestra llegada. Bajito, enchaquetado, correcto, con un hablar dicharachero salpicado de constantes risas, se convertirá en un personaje fundamental durante nuestras cuatro visitas a Lima llevándonos y trayéndonos del hotel al aeropuerto y viceversa, amén de  las muchas veces que charlamos con él en la puerta del hotel mientras hacía tiempo esperando o a la captura de algún cliente al que embaucar.




Al segundo viaje que hacemos con él ya nos llama “mis amigos” y aunque insisto en que nos tutee, no lo consigo, y siempre sale de sus labios un: “doña Maria Eva, usted es la jefa, jejejeje...” o  “Señor don Ricardo, usted sí que sabe.  ¡Pos no se ha traído ya aprendido hasta los restaurantes!”

El señor Neri Ramírez es entrañable, siempre dispuesto y en los largos viajes que hacemos juntos, poco a poco, nos va desgranando pequeñas parcelas de su vida. Cuatro hijos a los que educar, dos y dos,  “Lo hice bien, eh, don Ricardo”, los cuatro estudiantes en universidades privadas a 700 soles mensuales por barba, cuatro bocas a alimentar día a día. Los chicos lo ayudan los fines de semana y en más de una ocasión son ellos los que nos transportan.

Como ya dije siempre al pie del tajo en la puerta del hotel esperando clientes. Cada vez que nos ve nos da la mano con una sonrisota que le ilumina la cara:

-          Buenos días, doña Ana, ¿y las señoritas como se encuentran hoy? Doña María un gusto saludarla.
-          ¿Usted cuándo duerme? Le pregunto yo inocentemente
-          Cuando puedo, don Ricardo, cuando puedo. A ratitos. Ya sabe, cuatro hijos, cuatro universitarios, una mujer, hay que llevar plata a casa

En la vuelta a Lima desde Piura nos sorprendió que no estuviese esperándonos. Hicimos un poco de tiempo, y al ver que no llegaba, llamamos al hotel para comunicar la incidencia. A los diez minutos se presentó todo apurado pidiendo excusas de forma reiterada,  muy preocupado por las consecuencias que esto pudiese tener en su relación laboral con el hotel. A nosotros la cosa nos parecía nimia, un pequeño retraso sin más, pero para él, el asunto tenía otra magnitud, hasta el punto que durante el trayecto de vuelta hasta su mujer lo llamó para abroncarlo  por su negligencia laboral. Lo tranquilizamos diciéndole que, caso de preguntarnos los responsables del hotel, lo exoneraríamos de toda culpa diciendo que todo fue un despiste nuestro.

El último día hicimos una carta para la gerencia del hotel donde agradecíamos la profesionalidad y excelente trato que el señor Neri había tenido con nosotros y, antes de entregarla en recepción, le dimos una copia a él. Inimaginable la cara de felicidad que se le puso, sobándose las manos como un niño chico:

-          Qué bueno, don Ricardo, pero ¡qué bueno!. Verán ustedes cuando se la enseñe a mi mujer. Que sorpresón, que sorpresón de mis amigos españoles.

Y nos arreó un abrazo de oso a cada uno de nosotros y durante el trayecto no hacía si no repetir como un mantra “Y mañana me llamarán de la dirección para felicitarme, je je je y yo me haré el tonto. ¡Pero qué bueno!. Gracias, mis amigos, gracias. ¡Pero qué bueno!”

Por cierto, que con uno de sus hijos vivimos una experiencia bastante peculiar. Volvíamos de Tarapoto y en lugar del señor Neri nos recoge uno de sus hijos. Nada más salir del aeropuerto, vemos que la avenida está casi colapsada y el tráfico no es que sea lento, es que está parado. En un momento dado el chico pega un giro y se mete por calles del Callao profundo buscando un atajo. Los sitios por donde vamos pasando literalmente acojonan y eso es lo que estábamos nosotros, acojonados, a pesar de ir con alguien de confianza. Cuando llevamos un rato callejeando vemos que la vía por donde vamos circulando se va estrechando paulatinamente con pivotes de obra hasta llegar a un punto por donde sólo puede pasar un coche justito, y ese estrechamiento está custodiado por dos hombres con petos amarillos y sendos cubos en las manos en los que los conductores depositan unas monedas.

Cuando pasamos por el embudo, muy intrigados, le pregunto al chaval sobre lo que acabo de ver y me da la siguiente explicación:

-          Esos dos hombres se encargan de arreglar los baches de las calles.
-          ¿Qué son operarios del ayuntamiento?
-          Que va, lo hacen por su cuenta. Compran la brea y con ella los tapan,  luego cobran unas monedas a los coches que pasan por la calle. Aquí no entran los trabajadores municipales.

Al cabo de unos instantes apostilla socarrón: Yo creo que son ellos mismos los que hacen los agujeros en las calles por la noche para arreglarlos por la mañana y justificar el cobro del peaje.



Una cosa es el señor Neri y otra son los taxis en general. Lima se encuentra prácticamente inundada por miles de taxis, la mayoría de ellos ilegales. De acuerdo con la Gerencia de Transporte Urbano de la Municipalidad de Lima, constantemente hay sobre 200.000 taxis circulando por la ciudad y ocupan el 60% de las vías principales. Solo el 5% de esos taxis pertenecen a empresas con los papeles en regla. Aquí se impone el regateo puro y duro. Son los mismos taxistas los que te abordan en cualquier lugar y antes de subir a él se negocia el monto del viaje, independientemente del tiempo que se tarde en el mismo. En general son muy baratos en comparación con España y, la gran mayoría, muy, muy viejos. Requeteviejos.

La circulación en horas punta en un auténtico caos y a duras penas se respetan los pocos semáforos que hay en las avenidas principales. Por supuesto los pasos de cebras no valen para nada; es más, yo creo que les vale de incentivo a los conductores para acelerar cuando ven a un viandante pasar por uno de ellos.




La avenida Arequipa es una de las principales de la ciudad, con 52 cuadras se extiende de norte a sur desde el centro hasta Miraflores pasando por San Isidro. Casi once kilómetros de longitud. Una tarde ya oscurecido, sobre las siete, cogemos un taxi casi al principio de la avenida para que nos llevara hasta la calle Berlín, sita muy cerca de nuestro hotel. El trayecto duró exactamente 52 minutos, en el que pudimos palpar y vivir el tormento del tráfico en todo su esplendor. El chico que conducía lo hacía a latigazo limpio, en un constante zig-zag, cambiando compulsivamente de carril para apenas ganar unos metros, independientemente de que el carril fuese el destinado a los transporte públicos. La ley del más fuerte. El que tenga más sangre fría y meta el morro primero se adueña del carril tenga o no prioridad para ello. En estas pugnas los coches van pegaditos unos a otros, rozándose hasta que uno se raja y se echa para atrás. No se respeta nada, ni siquiera las ambulancias. Durante un buen rato del trayecto (no menos de diez minutos), circulamos detrás de una ambulancia con la luz roja puesta, que va por su carril de preferencia, completamente colapsado de taxis, y sin que ninguno le haga el menor caso ni se aparte a su paso.

Le comento a nuestro conductor lo poco cívico que me parece ese comportamiento y, lapidariamente, lo único que dice es: -¡Bah, seguro que ese cuando llegue ya va muerto! Sin comentarios.

En otro periplo, y después del pertinente regateo, nos montamos en un taxi del año de Matusalen con unos cuarteados asientos de skay de lo más “vintage” y sin asomo de cinturón de seguridad por ningún sitio. Al cabo de un rato de ruta y después de preguntarnos nuestra procedencia, y una pequeña perorata, el taxista se queda pensativo y nos inquiere:
-          Dice usted que en su país ¿no se negocia la plata antes de tomar un taxi?  Entonces ¿cómo sabe usted lo que cuesta el viaje?

Le explico como buenamente puedo el sistema de contador incorporado al taxi, que calcula el costo en función del tiempo y el recorridoefectuado, y se me queda mirando con cara de incredulidad y como pensando que le estoy metiendo la trola madre y me dice:

-          Venga ya, ¿esas cosas existen de verdad?




Un peligro, los taxis y los taxistas, hay que tener un extremo cuidado al cogerlo, tanto, que la policía distribuye folletos entre los turistas con las siguientes recomendaciones del Ayuntamiento:

·         Si ha de coger un taxi opten por uno empadronado y verifiquen si la unidad tiene las franjas amarillas con negro en los laterales, el casquete de taxi y el número de placa pintado a los costados.
·         No aborde taxis detenidos en la vía, tampoco los que se encuentren primeros en las puertas de los cines, restaurantes u otros negocios.
·         Siempre ocupe el asiento trasero y mantenga la luna de su ventana semiabierta. Observe bien las características del conductor y del vehículo.
·         Si el chofer solicita detenerse en un grifo, esté muy atento. No acepte golosinas o cigarrillos, pues pueden adormecerlo.
¡Cojonudo!

Pero el señor Neri es otra cosa, es el   sursuncorda de los taxistas limeños

LIMA. MIRAFLORES

Lima son muchas Limas colocaditas unas junto a las otras sin solución de continuidad, pero con el cuidado justo de no rozarse; piezas separadas de un gigantesco puzle que adquiere sentido cuando se colocan correctamente y al encajar muestran la imagen escondida.

Lima es sencillamente monstruosa, gigantesca, una mega urbe sin apariencia de serlo, difícil de entender y de concebir para un urbanita europeo como yo, acostumbrado a vivir en una ciudad de tamaño medio y ordenada. Más de 10 millones de habitantes, casi la mitad de toda la población del Perú, pululan por una enormidad de extensión de 3.000 kilómetros cuadrados. Mogollón de distritos absolutamente distintos unos de otros; desde el peligrosísimo Callao son su sempiterno estado de excepción, tomado por el ejército, y donde pasear por sus calles a cualquier hora del día (no te cuento nada si es de noche) supone un serio riesgo para la integridad, hasta el bohemio y emergente Barranco, la europea y segura Miraflores,  San Isidro, el distrito bancario, el colonial “Cercado” en el centro de la ciudad y símbolo del poder político, Chorrillos y un larguísimo etc.

En el Cercado, delante del Palacio Arzobispal. De izquierda a derecha María, yo, Ana, Rafa, el del maletón de Mecadona, mi hija Rocío y Eva, hija de Ana

Lo primero que te sorprende al bajar del avión y salir de la terminal es la luz mortecina bajo un cielo nebuloso y una humedad que hace que el cemento de las aceras de las calles brille como si estuviese recién regado. Durante los ocho día que estuvimos en Lima (en cuatro etapas de dos días cada una), apenas en un par de ocasiones vimos un atisbo de sol al mediodía, y fue en nuestra primera visita, recién nombrado Pablo Kuczynski nuevo presidente de la Republica. Supongo que el sol se dignó salir a saludarlo y felicitarlo por su pírrica victoria sobre la hija del dictador Fujimori. De todas formas, es una inútil lucha la que mantiene el astro rey con la compacta capa de nubes que cubre constantemente la ciudad y que tiene el peculiar nombre de panzaburra. “El cielo panzaburra de Lima” lo llama Mario Vargas Llosa en su última novela “Siete esquinas”

En justa contraprestación a la ausencia solar tampoco llueve nunca, apena un tenue y tímido calabobo al amanecer, “garua” lo llaman los limeños, que no deja de ser más que minúsculas gotitas en suspensión. Como consecuencia de ello, la ciudad presenta un aspecto gris, con una perenne capa de polvo que lo incrusta todo, y menos mal que no llueve nunca ya que de hacerlo gran parte de la Lima colonial del centro se vendría abajo sin remedio, al estar las casas construidas de paredes de “quincha” (una mezcla de cañas, barro y paja) y multitud de casas carecen de techo protector


Techumbre de las casas en pleno centro.Como se puede ver, todo está patas arriba, sin protección en caso de lluvia, todo construido con quincha


Evidentemente, y como no podía ser de otra manera, elegimos como centro estratégico desde el que movernos un  hotel de Miraflores: Hotel Miramar, al ser el único distrito de todo Lima  donde se puede andar con tranquilidad después de oscurecer. Miraflores está repleto de carteles con el slogan “Miraflores, ciudad segura” y hay policías y cámaras de seguridad por todos lados. Aún así, te sales de las grandes avenidas y compruebas que  todas las casas bajas y chalets están rodeados de una pared alta coronada por concertinas o alambres electrificados, amén de cámaras por todos lados.

Vista desde el Malecón de Miraflores

Miraflores está junto al mar en una amplia zona de acantilados terrosos desde los que se tiene una impresionante vista del Pacífico. Abajo, junto a la playa, transcurre la Costanera, una vía de carretera que descongestiona el tráfico de toda la ciudad (bueno, por lo menos lo intenta). Toda esa ajardinada zona bulle durante el día de jóvenes haciendo deporte, ala delta, de parejas arrullándose en sus numerosos parques, de chicos y chicas en monopatín haciendo cabriolas imposibles, de personas mayores sentados en bancos disfrutando de los escasos rayos de sol  que, alguna vez que otra, asoman tímidamente, mientras abajo, en la interminable playa y sobre unas aguas muy contaminadas, multitud de sulferos galopan sobre las olas.


Otra vista, con Barranco al fondo

Como ya he dicho, Miraflores es la parte rica de la ciudad, y como era absolutamente previsible, tiene su centro comercial para “pitucos”(pijo limeño, rico, niñato y blanco). El centro se llama Lancomar y está repleto de tiendas de ropa, deporte, cines y muchos restaurantes que se asoman al malecón con unas vistas espectaculares. Todo de marcas conocidísimas y carísimas. Allí sólo se ven  europeos y a la jet de Lima. Las dos o tres veces que estuvimos no había mucha gente, desde luego con los precios de las tiendas, el limeño de a pie tiene prohibido asomarse por allí a comprar. Entramos en una tienda donde la estrella era un juego de camiseta de Messi y sus botas por 250 euros, el sueldo de más de un mes de un peruano. En otra comprobamos que el precio de los libros es desorbitante, una mala edición de bolsillo sale por casi treinta euros.
Lancomar, al fondo el Pacífico

Allí, en uno de sus muchos restaurantes, nos tomamos nuestra primera cerveza, una cusqueña; como dicen los limeños “después de chambear nos tomamos unas chelas con los patas” que en román paladino significa “después del trabajo nos tomamos unas cervezas con los amigos”
Tomando la primera chela

De noche la ciudad bulle literalmente abarrotada de gente alrededor del Óvalo y de los cientos de bares y sangucherias que rodean el parque Kennedy. Las sangucheriasson establecimientos donde te sirven enormes bocatas hamburguesados, pero con carne de la buena. Una de nuestras cenas fue en Sangucheria La Lucha, frente del parque Kennedy y realmente el bocata estaba exquisito; mi hija fue incapaz de acabarlo, lo que no fue óbice para que instantes después, Eva y ella, se zamparan un helado tuneado tres portales más abajo.

Apenas dos cuadras más allá, en la calle Berlín, el ruido de la música a todo volumen lo inunda todo, toda la calle es un local vociferante repleto de decibelios por un tubo. Sin duda la zona más moderna de todo Miraflores y con cervezas a un precio aceptable, sobre 6-7 soles la de 600 mililitros. En esta zona la comida estrella son las alitas de pollo a la barbacoa de cien tipos diferentes y para acabar la noche la bebida nacional del Perú: los piscos sour, a un precio que ronda los 15 soles,  sobre cuatro euros. En general la bebida, a diferencia de la comida, es muy cara, y los vinos absolutamente prohibitivos, pero de este tema ya hablaremos más tarde en una entrada especial.

El parque Kennedy también está repleto, pero de jóvenes cazadores de pokemones con sus móviles de última generación en mano absortos en sus pantallitas. “Pokemongos” les dice despectivamente un taxista que nos traslada al hotel cuando pasamos por allí. Están por todas partes y me viene la idea a la cabeza de que la estupidez humana no tiene límites.  Le he preguntado a varias personas sobre el nombre del parque y nadie me ha sabido responder; lo único que he sacado en claro es que Kennedy no visitó nunca el país, y de que el parque es el paraíso de los gatos.


             
Gatos por todos lados, una marabunta de gatos
             Cuando te vas acercando al parque empiezas a ver gatos callejeros tranquilamente por todas partes; orondos gatos sesteando tumbados en cualquier sitio, perezosos gatos acicalándose,  lamiéndose o bufando, pero cuando entras en el parque la plaga adquiere dimensiones bíblicas. Alguien, según cuentan, llevó una pareja hace muchos años para erradicar algunas ratas que había por esos lares. Cuando acabaron con ellas la gente, agradecida por el trabajo, empezó a cuidarlos y mimarlos, llevándoles comida y, claro, ante unas condiciones óptimas de vida, los mininos empezaron a procrear como posesos y ahora van a tener que contratar a un moderno flautista de Hamelin  para acabar con ellos.


¡Cuánto gato, por Dios! Gatos por todos lados. Una marabunta felina.

EL CERCADO. LIMA

                Todo el mundo conoce el centro de Lima por “El Cercado” (en realidad “El Cercao”) y el nombre le viene por las murallas que lo cercaron hasta el siglo XIX; de aquel entonces perdura la nomenclatura que ahora se ha hecho costumbre.

                Llegamos a Lima al día siguiente de la toma de posesión del nuevo presidente de la Republica, el señor Pedro Pablo Kuzczynski (apellido precolombino como bien se puede apreciar), quien, en un apretadísimo sprint electoral final, se llevó el gato al agua frente a su oponente Keiko, la hija del dictador, corrupto y encarcelado ex presidente Fujimori, por apenas un puñado de votos. En todos los círculos en los que nos movemos se respira satisfacción y esperanza, satisfacción por el desenlace de los comicios y esperanza por el perfil tecnócrata del nuevo presidente, del que se espera que frene la corrupción y sobre todo que dé un fuerte impulso a la economía del país, que bien que lo necesita los que sufren sus penurias.

Esperando el cambio de guardia

                En el hotel nos recogen a primera hora Rafa y María. Rafa es amigo de Ana y lleva viviendo cuatro años en Lima (este es el Rafa de la maleta del Mercadona) y María es amiga de Rafa, y apenas lleva un año por la ciudad. Ellos serán nuestros anfitriones. Lo primero que hace Rafa es enseñarnos a regatear con los taxistas, materia en la que es un verdadero artista. Cogemos dos taxis para los siete y después de quince minutos (es día feriado y no hay casi ningún tráfico), nos depositan en la Plaza Mayor o de Armas, justo delante de la catedral. Catedral que por cierto no pudimos visitar al estar cerrada al público con motivo de la celebración de la toma de posesión del día anterior. Hoy, una multitud de operarios están guardando en ella toda la parafernalia de achiperres y boatos que se utilizaron en el día de ayer durante las múltiples ceremonias.

                Casi más impresionante que la fachada de la catedral es la del Palacio Arzobispal que está a su lado, y encajonada entre uno y otro está la Iglesia del Sagrario, que tuvimos la suerte de encontrar abierta y en la que nos colamos raudo. Nos atiende solicito el sacerdote custodio de la misma y como el buen el hombre tenía unas tremendas ganas de cháchara  nos tuvo entretenidos un buen rato, enseñándonoslo todo a conciencia y sin prisas. Acabamos en la sacristía donde se encontraba depositada la imagen de Santa Rosa de Lima, patrona de la ciudad. Como curiosidad decir que toda la azulejería del templo es de Triana.
Santa Rosa de Lima
            La Plaza Mayor  es el principal espacio público de la ciudad. Está ubicada en el centro histórico de Lima y a su alrededor se encuentran los edificios del Palacio del Gobierno de Perú(antiguo palacio de Pizarro), la Catedral de Lima, la Iglesia del Sagrario, el Palacio Arzobispal de Lima y el Palacio Municipal de Lima.

             Después de unas vueltas por la plaza y de la correspondiente sesión de fotos que nunca puede faltar, de visitar un antiguo museo ferroviario reconvertido en ágora literaria para más gloria de  Vargas Llosa y para disgusto de  Rafa que es un enamorado de los trenes y de toda su parafernalia, de ver los puestos de artesanía que hay justo detrás del palacio a orillas del río Rimac, que apenas es un hilillo de agua oscura en medio de un inmenso cauce lleno de suciedad, de visitar un par de galerías comerciales donde compramos unos caramelitos de coca a una familia vestida con trajes tradicionales andinos, después de todo eso, nos dispusimos a ver el cambio de guardia en el Palacio de Gobierno y nos unimos a la gran cantidad de gente que se aglomeraban para ver el espectáculo. Decepción total.  Nos fuimos al cabo de un rato cansados por lo tedioso del mismo, cansinamente largo, muy orquestado y demasiado barroco, más coreografía que parada militar.
Vendiendo caramelos de coca

Mi mujer y mi hija
                Misteriosamente Rafa nos dice que nos va a llevar a un sitio fuera de los circuitos turísticos, sitio que él descubrió por pura casualidad en un día de vagabundeo por la zona. La casona donde vamos fue el antiguo hogar de un adinerado comerciante naval y hoy es la sede de varias academias peruanas, entre ellas la de la lengua y la de medicina. Nos recibe el portero de la misma que, cuando le comentamos nuestro interés por visitarla, tranca la puerta y nos hace de cicerone, sabedor de que le espera una buena propina por ello. El hombre es encantador y con un buen poso de cultura.

                La sala donde se reúnen los académicos de la lengua es muy modesta, carente del mínimo boato, apenas una gran mesa rodeada de sus correspondientes sillones, un gran escudo y algunos cuadros. Obviamente, todos nos hicimos una foto sentados en el sillón que ocupaba Mario Vargas Llosa (pongo ocupaba y no ocupa ya que hace la tira de tiempo que no pisa estos suelos). Muchos salones por todas partes, uno de ellos en particular, el dedicado a las conferencias, bastante espectacular, con una sillería y un techo de madera labrado bastante impresionante.


Sentado en sillón de Don Mario Vargas Llosa

Subimos hasta el mirador de la última planta desde el que se divisa una espectacular y a la vez devastadora imagen de Lima. El mirador, una curiosidad arquitectónica en la ciudad, lo mandó construir el dueño de la casa para poder desde él divisar sus barcos cuando estos arribaban al puerto del Callao. Hoy eso ya no es posible con el crecimiento descontrolado y salvaje de la ciudad.

Visitamos la balconada de madera, con tupida celosía, donde nos contó la historia costumbrista del siglo pasado cuando, durante un cierto tiempo, se puso de moda entre las damas de la alta sociedad salir a la calle con la cara totalmente tapada, cual burka actual, y nos recomendó la lectura del libro Tradiciones peruanas, del polifacético escritor Ricardo Palma, donde se narran estos acontecimientos y muchas otras curiosidades.

Acabamos la visita en la zona del edificio donde tiene su sede la academia de  medicina, y allí pudimos ver y tocar, ¡válgame Dios!, auténticos incunables de pergamino que nuestro cicerone sacó de una vitrina, y ante nuestros asombrados ojos, tocaba y manoseaba con la mayor de las despreocupaciones y sin ninguna medida profiláctica. Algunos con cuatrocientos años de antigüedad. No pude dejar de pensar en el tesoro que ponía en nuestras manos y en la nula seguridad en la que se encontraban, nada más fácil para un choricete interesado que simplemente entrar eludiendo al guarda, abrir la vitrina y cogerlo con total impunidad.


Manoseando incunables

Acabada la visita y después de gratificar espléndidamente a nuestro anfitrión, Rafa nos llevó paseando por céntricas calles repletas de espectaculares edificaciones, antiguas casonas todas ellas con magníficas balconadas de madera noble. Visitamos patios interiores diseñados a imagen y semejanza de los conocidos y frescos patios andaluces, y estuvimos en dos o tres grandes plazas, siempre presididas en su parte central por alguna gigantesca estatua, la mayor de las veces ecuestre, de algún prohombre de la nación, entre ellos el coronel Bolognesi del que encontramos estatuas y calles en todas las ciudades que estuvimos.


Estatuas ecuestres por doquier

                Nuestro periplo nos llevó a visitar el convento y la basílica de San Francisco de Asís, famosa por sus catacumbas y el enorme osario que ellas contienen, pero tuvimos la mala fortuna de que llagamos tarde y nos quedamos con las ganas. De todas formas pudimos ver al pequeño Niño Jesús que hay en una vitrina  a la entrada del convento y al que todos los días lo visten con las ropas más dispares. ¡Divino de la muerte estaba ese día! Un canto al colorido más abigarrado. Lástima que no se podían hacer fotos en el lugar (no hace falta ser un lince para adivinar el porqué) para inmortalizar el modelito que llevaba. Ágata Ruiz de la Prada en versión limeña.


Imagen del osario de San Francisco de Asis

           Sorprende la cantidad de limpiabotas que hay por todos los lados con su chiringuito perfectamente equipado; eso en España ya es imposible de ver. La gente suele aprovechar el tiempo para leer algún periódico mientras le lustran los zapatos. El precio de la operación ronda los dos-tres soles (sesenta-noventa céntimos)


Un limpiabotas cómodamente trabajando, en plena faena




En nuestro caminar un tanto aleatorio, nos dimos de bruces con un pequeño museo donde se guardaba buena parte de la historia de Perú, pero fundamentalmente dedicado a un aspecto antropológico muy interesante: sus momias, amén de otras curiosidades. Impresionante y conmovedora la colección de momias que albergaba, tanto como las fotografías de ellas que colgaban de sus paredes.


Fotos de momias

                Cuando la tarde empezaba a declinar Rafa nos urge a volver a casita, léase Miraflores. A pesar del enorme bullicio que todavía había por calles y plazas, de la ingente cantidad de transeúntes que lo inundaban todo, Rafa nos comenta que no es aconsejable seguir por esos lares, que la cosa se puede poner insegura en cualquier momento. A mí me parece demasiado aprensivo y algo pesimista, pero bueno, él es el que vive aquí y supongo que sabe perfectamente lo que se trae entre manos. Para volver a Miraflores cogimos primero un bus urbano de los años veinte donde prácticamente te meten a empujones, y que va repleto de trabajadores autóctonos que vuelven medio dormidos a sus residencias en los barrios periféricos de Lima, después de un intenso y agotador día de trabajo. Algunos te miran sorprendidos, preguntándose qué hacemos nosotros allí, pero la mayoría dormita como puede sin impórtale un pimiento el traqueteo y el ruido del autobús. Si para subir te empujan como a las ovejas cuando se las mete en el redil, para bajar no te cuento nada morena; poco más y nos tiran a la cuneta como a las balas de lana cuando las cargan en una falúa.
               
Preciosa balconada
Después cogimos El Metropolitano, que es un sistema de autobuses de tránsito realmente rápido y eficaz que tiene su vía personalizada, lo que le hace inmune al caos circulatorio de la ciudad. Este sistema es administrado por la Municipalidad de Lima y es operado en su mayoría por consorcios colombianos. Esta es otra constante en Perú, muchísimas de sus empresas están en manos de capital extranjero. En un plis-plas nos encajamos en Miraflores y acabamos en un restaurante Nikkei (comida japo-peruano) llamado Ache, sito en una calle donde de los muchos restaurantes de categoría que había, este era el único que no pertenecía al omnipresente gurú de la gastronomía peruana Gastón Acurio. Cojonuda comida, aunque he de decir que el sushi encevichado que ponen aquí en Sevilla en el restaurante Nazca de la calle Baños es tan bueno o mejor que el que probamos allí.

Comiendo en Ache

               De allí no fuimos a una chocolatería con el sugerente nombre de María da Placer, y posteriormente a la calle Berlín a tomarnos una copitas y …a las diez, dormidos como benditos como no podía ser de otra forma.

                ¡Que cansino es estar fuera de casa! Pero que bien se está, leches.

      Mañana nos vamos a visitar a los uros en el lago Titicaca


ENTRADA 1: PREAMBULOS
ENTRADA 2: TRES PINCELADAS DE LIMA
ENTRADA 3. PUNO-LAGO TITICACA
ENTRADA 4. DE PUNO A CUSCO
ENTRADA 5. VALLE SAGRADO-MACHU PICHU
ENTRADA 6. UN MERCADO, UN MUSEO Y UNAS RUINAS EN LIMA
ENTRADA 7. PIURA-COLAN
ENTRADA 8. CHACHAPOYAS
ENTRADA 9. TARAPOTO
ENTRADA 10. COMER EN PERU

VIAJE A PERÚ. ENTRADA 3. PUNO-LAGO TITICACA

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Dos días después de llegar a Lima emprendemos nuestro primer viaje por el país: Puno-lago Titicaca. Hemos llegado a un acuerdo con la dirección del hotel y hemos dejado los maletones en la consigna del mismo, por lo que viajamos ligeros de equipaje, como diría el buenazo de don Antonio Machado.


Isla flotante de los Uros, hecha de totora (junco acuatico)


Cogemos un avión y en apenas un par de horas estamos en el aeropuerto de Juliaca donde nos espera una van para trasladarnos a Puno, sito a 43 kilómetros de distancia. Juliaca es el aeropuerto de referencia de toda la zona sudeste del Perú y a su vez es una población de un cuarto de millón de habitantes y cultura aimara que se dedican casi en su totalidad al comercio (léase contrabando con la vecina Bolivia). Lo que yo vislumbré al paso de la cuidad es que es fea a reventar, la ciudad más jodidamente fea del mundo mundial. Las calles están llenas de agujeros donde te puedes bañar en un día de lluvia, un tráfico densísimo de motocarros y la inmensa mayoría de casas, por no decir todas, sin acabar, eso sí, muchas estatuas por todos lados, horrorosas por cierto. A la vuelta, cuando iba de Puno a Cuzco, la guía del autobús que nos trasladaba nos comentó que es una ciudad donde nadie paga impuestos (al que paga impuestos lo tienen por tonto), ni tasas de ningún tipo, por lo que la municipalidad está tiesa como una mojama y no puede abordar ninguna mejora en las pocas  infraestructuras que ya hay. Ah, pero ¿hay alguna infraestructura? me preguntaba yo sorprendido  mientras oía la explicación.


Juliaca, la ciudad más fea del mundo mundial

El trayecto hasta Puno es una carretera recta por un terreno árido y estepario, donde de vez en cuando se distingue una mujer con dos o tres ovejas o un par de vacas, cada una con una cuerda amarrada a una pata, perdida en medio de un desolado llano. Mucho antes de llegar a Puno se empieza a intuir la presencia del lago. Estamos en época seca y en estas planicies las aguas se han retraído muchos cientos de metros (cada año un poco más debido al imparable cambio climático) dejando un lecho vacío de  muchos kilómetros cuadrados.

Durante el trayecto empezamos a cruzarnos con coches profusamente adornado con coronas y flores. Ante nuestra extrañeza, el conductor nos comenta que es costumbre en esta zona del altiplano trasladarse hasta Bolivia con el coche, para que la Virgen de Copacabana del departamento de La Paz los bendiga. Luego, los dueños los engalanan y se pasean ufanos con ellos. Más o menos lo mismo que hacen con las mascotas animales en Madrid el día de San Antón.


Coche adornado
La señora qu bendice los coches
Puno es otra cosa, no mucho más, pero otra cosa. Nos hospedamos en Casona Plaza Hotel Centro, que como su nombre indica, está en plena Plaza de Armas de la ciudad, centro  neurálgico de la misma junto con su puerto.


Vista de la Plaza de Armas de Puno desde la ventana del restaurante Mojsa

La plaza es coqueta, bonita y muy bien cuidada. Justo al lado de nuestro hotel está el mejor restaurante de la ciudad: Mojsa,al que visitamos nada más llegar para degustar un fantástico menú por 60 soles (16 euros por cabeza) incluidas dos cervezas por barba consistente en:

Cebiche de trucha
Tortillitas de quinoa
Parrillada de verdura
Pinchitos de trucha
Lomo de alpaca

En otra ocasión, también en el mismo restaurante, probamos una trucha a la leña con salsa de mango para chuparse los dedos.

Por la noche la plaza y dos o tres calles aledañas tienen mucha animación y hay multitud de mujeres aimaras-quechuas con sus trajes típicos vendiendo ropas hechas por ellas mismas, confeccionadas con lana de alpaca. Eva, la hija de Ana, se compró dos jerséis de alpaca por 65 soles (apenas 20 euros). Al día siguiente fue mi hija quien se agenció uno, que no se lo quitó ni por asomo en los siguientes días.

Después de bastantes horas en la ciudad y a pesar de estar a 3810 metros sobre el nivel del mar no tenemos signos palpables del mal de altura; apenas Eva, cuando llegamos al hotel, sintió un leve mareo. En el hotel hay cuencos con hojas de coca y jarras de agua caliente por todos lados para el que quiera se prepare un mate de coca para prevenirse del soroche. Ana, muy preocupada por las consecuencias del soroche, se lo ha tomado muy en serio y, como medida profiláctica, le pega de lo lindo al mate. Al día siguiente Eva se despierta fastidiada. El mal de altura ha efectuado su presencia pero, raudo como una centella, le preparo un buen mate bien cargadito y por arte de birlibirloque desaparece. Yo estoy como una rosa, que es mucho decir a estas alturas de mi vida pero queda bien.

Hoy tenemos tour por el lago; lo tenemos contratado desde hace mucho tiempo por la módica cantidad de 40 dólares cabeza, día completo comida incluida. Toca diana a las 5:30. Nos recogen en el hotel y a las 7 y poco ya estamos montados en el barco que nos ha de transportar durante todo el día. No es un último modelo, pero da el pego; el único problema que le veo es que da un ligero olor a gasolina que al principio no molesta pero que al cabo de dos horas te tiene las pituitarias inundadas, en estado de shock. El guía se llama José Carlos y es realmente bueno. Luego, durante el día, me demostró que además de bueno como guía lo era como persona, al ver con el cariño con el que trataba a los uros y a los habitantes de Taquile.


Isla que visitamos
En un momento los niños montaron su puestecito

Loa niños de la isla
Las tres dueñas
El lago es enorme; 8.560 kilómetros cuadrado, de los cuales el 56% es del Perú y el 44% de Bolivia y su principal atractivo turístico son las islas flotantes de los Uros. Las islas flotantes son superficies artificiales habitables construidas de totora, una planta acuática que crece en la superficie del lago Titicaca. Las islas solo ocupan una porción minúscula del lago y casi todas están cerca de Puno y separadas entre sí por apenas un par de centenares de metros. Permanecen ancladas al estar amarradas con largas cuerdas a palos fuertemente clavados en el suelo del lago, de muy poca profundidad, apenas tres o cuatro o metros.

Al hilo de esto nos comentaban un uro con cierta sorna que cuando habia fricción o desavenencias con los habitantes de la isla vecina, bastaba con quitar los palos y la isla se trasladaba con toda su población, arrastrada por los vientos, a su nueva ubicación elegida. sus habitantes, los uros, son un antigui pueblo que actiualmente se concentra en la mesata del Collao y en Perú en las islas flotantes ubicadas en la bahia de Puno. su subsistencia se basa en la cultura ancestral ligada al lago, basada en los múltiples usos dados a la totora que brota del fondo y a la pesca. Hasta hace poco su economía estaba basada en el trueque que realizaban con los habitantes de la orilla.


Eva y mi hija con el conductor de la barca


Cortando totora


Ana y Rocio con las niñas en su puestecito

La construcción de estas islas se hace arrancando grandes bloques de totora con su cepellón en la orilla del lago durante la época de sequia; luego trasladan arrastrando con barcas los bloques al lugar elegico para ubicar la isla. Posteriormente cosen con cuerdas estos bloques entre ellos hasta alcanzar la supeerficie deseada y a continuación empezan a peoner encima densas esteras hechas con totora entretejida hasta que la estructura tiene la densidad y la fuerza necesaria para sotener toda la infraectrucutura que lleverá encima.

Constantemente, durante toda la vida de la isla, se le van incorporando sucesivas capas de totora nueva a medida que las que están en contacto con el agua se van pudriendo. Las viviendas también están construidas con esteras de totora, y cada una está compuesta por una sola habitación. Cocinan al aire libre para evitar incendios. En la actualidad hay unas veinte islas habitadas por entre 3 y 6 familias en cada una de ellas. La humedad es palpable y conscuencia de ella el reuma galopa a sus anchas.

Nos pasamos una hermosa hora departiendo con ellos, enseñándonos su cultura, exponiéndonos sus dudas y sus miedos, paseando en su barca, enseñándonos a coger y comer totora y, tristemente, apostillando que su ancestral cultura está abocada a desaparecer, que  no le queda más de veinte años de vida, que los jóvenes han descubierto otra forma de vivir, y que la suya es muy dura para mantenerla. Ley de vida.
Eva y Ana posan con un uro

Mi señora y yo. Al fondo el barco del paseo


Carita de satisfacción que tiene el menda

Remando

                Después de visitar la isla volvemos al barco no sin cierta nostalgia. Otra hora y media larga para llegar a nuestro siguiente destino, la isla de Taquile, la más grande del lago con 5,5 km de largo por 1,5 km de ancho, 2200 habitantes y con el punto más alto a 4050 metros. Todo cuesta y terrazas, sin un solo coche o moto, únicamente algún burro que otro para transportar materiales. Bueno, pues fue llegar y me dio el tío del mazo, el mal de altura, el puñetero soroche, se me vino de pronto y parecía que tenía un colocón de padre y señor mío. 


Entrando en Taquile y pagando por ello
      Desembarcamos y empezamos a subir por un camino ancho de piedra muy bien construido y que recorre toda la isla, y a mí que me iba a dar algo, sudores, mareos y un malestar generalizado. El pobre guía se quedó conmigo acompañándome en mi andar cansino y tambaleante, animándome como podía. Como pude, llegue hasta una casita a media ladera donde un matrimonio y sus hijos nos tenían preparada una humilde comida: sopa de quinoa y trucha o tortilla de verdura. Todo muy humilde pero puesto en la mesa con todo el cariño del mundo. También pusieron un té caliente hecho con un trocito de planta autóctona y que tenía un fuerte sabor


En la terraza donde comimos


Machacando la planta para limpiar la lana


El seor que nos sirvio la comida y familia

Prácticamente no comí nada pues nada me entraba. Cuando acabó la comida, el mismo lugareño nos hizo una demostración asombrosa de como lavar la lana de oveja que utilizan para sus tejidos con unas plantas machacadas que al meterla en agua producía una espesa espuma. Pues va el tío y mete unos mechones de lana sucios y grasientos en ese agua, lo mueve un poco, y salen limpios como una patena. ¡Alucina vecina! Posteriormente nos obsequiaron con unos bailes populares en honor a la madre tierra. Todo muy bonito, pero yo no lo disfrute como se merecía.

Después de saciar el apetito, el que pudo obviamente,  siguió la subida por un amplio sendero perfectamente construido en pos de la plaza principal del pueblo y con ello mi suplicio. ¡Qué mal lo pasé!, pasito a pasito, con la cabeza como un bombo y encima veía como me pasaba todo el mundo, los compañeros del viaje, las mujeres de la isla, hasta una que tiraba de una cuerda intentando hacer andar a una oveja remolona. Lo más humillante fue ver pasar a mi lado, como a un  bólido, a un lugareño con una bombona a cuestas y silbando el muy cabrón. El paisaje a medida que se sube se vuelve más y más espectacular, y al acercarnos a la plaza empezamos a ver grupos numerosos de mujeres vestidas tradicionalmente, bien tejiendo a la sombra de algún árbol, bien vendiendo mercancía, o simplemente en animada cháchara.


Uno de los miradores

Caminado e hilando a la vez


Mi hija por el camino

Cuando por fin llegamos nos encontramos toda la plaza ornada, y hombres y mujeres ataviados con sus mejores galas. Día feriado en honor a Santiago, patrón de la isla, y la plaza está repleta de autoridades, bailarines, puestos de todo tipo, músicos y un mogollón de visitantes.

                               Las autoridades, muy tiesas ellas, están sentadas ceremoniosamente en un lado de la plaza presidiendo la danza: ellos al fondo, sentados muy tiesos en sillas, vestidos con una chaquetilla negra, camisa blanca, collar de flores y gorro típico en la cabeza coronado con sombrero; ellas a sus pies, en el suelo, con blusa roja, tocado y falda negra con ribete rojo. La estampa es magnífica.

                Mientras un grupo de hombres y mujeres profusamente ataviados bailan en la plaza, no dejan de dar vueltas al ritmo acompasado que marca un hombre con un tambor que está situado en el centro del corro y unas flautas que tocan los hombres que bailan. Los danzantes llevan la cara tapada con cintas multicolores que le caen de un adornado gorro y sobre la frente tapada un espejito. Ellas, a cara descubierta, pero pudorosamente tocadas con un complicado gorro de tela de varias capas, una toca en la espalda y, lo más sorprendente de todo, su vestuario, unas polleras con multitud de capas multicolores. Bailan y bailan dando vueltas sin mostrar el menor síntoma de cansancio a pesar de que son bastante mayores.
Ana sentada entre las mujeres

Las autoridades de la isla
Cuatro escenas del baile

En la plaza todo el mundo está mascando hojas de coca, incluidos los bailarines, y el olor es bastante fuerte. Observo extasiado el ritual de saludo de dos hombres mayores vestidos tradicionalmente. Ambos llevan colgados a su costado unas bolsas de lana para el almacenaje de las hojas de coca. Cuando ambos se encuentran no se dirigen la palabra; se ponen uno junto al otro y uno de ellos abre su bolsa y extrae un puñadito de hojas de coca que mete ceremoniosamente en la bolsa del otro hombre, que la mantiene abierta para tal efecto; acto seguido se repite el ritual en sentido contrario, y unos segundo después ambos cogen dos o tres hojas de sus respectivas bolsas y empiezan a masticarlas. Entonces empieza la conversación.


Vendiendo un pollo

Madre atusando el vestido de su hija


Reunión de mujeres

Después de un buen rato disfrutando del espectáculo, toca volver, desandar el camino recorrido para volver al barco. Esta vez es cuesta abajo y lo llevo mejor, yo creo que el tufo a coca de la plaza se me ha debido de meter en la nariz y estoy como animadillo. Cuando me monto en el barco y empieza el olorcillo a gasolina se complica la cosa y hago las dos horas de vuelta como puedo, con los ojos entrecerrados y acurrucadito.

Ya en el hotel lo primero que hago es prepararme un mate  de coca calentito, seguidamente ir a una “inkafarmacia”, comprarme cuatro aspirinas (se venden sueltas, tu pides las que quieres y el personal coge unas tijeritas y te las corta) y tomarme un  par de ellas. Ducha y estoy como un reloj. El cuerpo humano es un misterio. Las inkafarmacias son farmacias-dispensarios varios-consultorio múltiple,…y todo lo imaginable, y abundan como las setas en otoño, llegando al caso de encontrarnos cuatro o cinco en una sola calle de apenas cuarenta

El día ha sido muy largo así que hacemos merienda cena en el restaurante La Table del Inca.  Tardan una eternidad en servirnos y cuando lo hacen la cantidad de comida es desorbitada. No está mal y el precio como siempre es muy barato. A las diez de la noche ya estamos amorosamente acostados. Mañana tenemos un largo camino en bus turístico de Puno a Cuzco, casi cuatrocientos kilómetros por el altiplano y siete horitas de viaje.  

Me duermo con la idea de que apenas llevo cuatro días en Perú y ya estoy reventaito


ENTRADA 5. VALLE SAGRADO-MACHU PICHU
ENTRADA 6. UN MERCADO, UN MUSEO Y UNAS RUINAS EN LIMA
ENTRADA 7. PIURA-COLAN
ENTRADA 8. CHACHAPOYAS
ENTRADA 9. TARAPOTO
ENTRADA 10. COMER EN PERU

VIAJE A PERÚ. ENTRADA 4. DE PUNO A CUSCO

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DE PUNO A CUSCO

Nos hemos levantado a las cinco y cuarto para hacer la mochila, recogerlo todo y tomar algo en el desayuno para poder estar en la estación de autobuses a las seis y veinte. A y media sale el autobús que nos ha de trasladar a Cusco siguiendo una ruta turística. Esto de madrugar se está convirtiendo en una rutina. La empresa se llama Inka Express Bus y la información que encontré por internet me pareció bastante buena, así como los comentarios de los distintos usuarios que la habían utilizado. Ayer, cuando llegamos del lago, a pesar de tener el morro como lo tenía, haciendo un esfuerzo, nos pasamos Eva y yo por sus oficinas y contratamos el viaje para los cinco. Les sacamos una rebajilla de 5 dólares por cabeza saliéndonos al final por 45 dólares, todo incluido; es decir, comida y entrada en el museo, restos arqueológicos e iglesia que visitaremos durante el camino.


Posando con una llama en un paso de los Andes


La primera sorpresa que nos encontramos es que para acceder a la estación hay que pagar dos pesos y medio, o pagas o no te montas en el autobús aunque tengas el billete en la mano. El bus es relativamente moderno y cómodo y en él nos acompañan dos chicas que nos atienden durante el viaje ofreciéndonos bebidas refrescantes, agua y el inefable mate de coca. Nos queda por delante más de siete horas de viaje en dirección a territorio inca, amén de las paradas programadas por el altiplano, dejando la cordillera de los Andes a la derecha y siempre bordeando los cuatro mil metros de altura.

En las dos primeras horas todo el mundo la soba menos yo; soy incapaz de pegar ojo. Instalado cómodamente junto a una ventana me dedico a empaparme del paisaje andino, de esta tierra ahora seca y árida pero que está cursada por cientos de arroyuelos provenientes del deshilo de las cercanas montañas, con multitud de ánades en sus remansos. Algunas ovejas y vacas, siempre al cuidado de alguna mujer perdida en la soledad de este interminable campo. A medida que subimos, el ganado cambia y ahora empiezo a ver llamas, alpacas y guanacos. Disfruto como un enano empapándome de todo.
Primera parada para visitar el museo de Pucara, humilde pero muy interesante. El museo se encuentra en la localidad del mismo nombre y está dedicado a una cultura que se remonta a 500 años a.C. Se caracteriza por grandes construcciones a modo de pirámides, estelas de piedra  y figuras antropomórficas de dioses guerreros con trofeos humanos entre sus manos.


Dios guerrero con trofeo de cabeza humana

En un momento dado, y después de unos años de tremendas sequias, los habitantes decidieron mandar a hacer gárgaras a sus dioses y emigraron en tropel hacía tierras más fértiles situadas en lo que  hoy es Bolivia. Dijeron “Anda y que te den” y cogieron las de Villadiego. Bien hecho, a los dioses hay que sujetarlos con mano de fierro o se convierten en unos tiranos.



Toritos de Pucara
Hoy Pucara es conocida por su cerámica y sobre todo por sus toritos. Pequeñas esculturas de cerámica que se ponen en lo alto de las casas como protección a todos los males que les puedan devenir. Están en toda esta parte del país. Nos dicen que primero eran figuras de llamas y que convirtieron en toros con la llegada de “nuestros mejores amigos los españoles”

En Pucara hice dos compras muy interesantes, la primera una máscara para mi colección particular que me costó 25 soles y la segunda una bolsa de hojas de coca (en realidad la bolsita la pagó Ana, pero me la apropié por la cara) de la que empecé a hacer uso nada más montarme en el autobús.



La siguiente parada fue en el puerto de Abra La Raya, el punto más alto del viaje con 4.300 metros. Yo, después del tute de hojas de coca, estoy como una rosa. Alturitas a mí, vamos; eso sí, mi mujer dice que apesto como un rumiante.

Hace fresquito y las montañas nevadas que vemos al fondo son impresionantes. Hay muchas mujeres y niñas vestidas tradicionalmente acompañadas de alpacas y llamas que se ofrecen a que nos hagamos unas fotos junto a ellas por unos soles. Casi nadie se resiste, y yo no iba a ser menos. En un valle que discurre por debajo de nosotros, apenas a unos pasos, hay todo un rebaño de llamas y alpacas entremezcladas con ovejas pastando tranquilamente.
Rebaño de llamas y alpacas, al fondo los majestuosos Andes
Del deshielo de esos picos nevados que  se atisban en la lejanía nace el río Urubamba que nos acompañará durante muchos días en nuestra búsqueda del Machu Pichu.

El hambre empieza a apretar y justo después de otra horita llegamos a un restaurante bastante lujoso en comparación con lo que se estila por aquí. Sicuani por nombre y con un buffet bastante aceptable. Además, un padre y un pequeñajo con instrumentos típicos (quena, charango y zampona) nos amenizaron la comida con una actuación a base de canciones de la zona entre las que no podía faltar El Condor Pasa, que desconozco quién es su autor, pero que a mí me fascina desde que la oí por primera vez en la maravillosa versión que hicieron de ella Simón & Garfunkel en su disco Los sonidos del Silencio. Luego la cosa entre ellos acabó como acabó, pero eso es otra historia.

Una vez matada la gazuza volvemos a la ruta en dirección a nuestro siguiente destino: los restos incas de Raqchi, nuestro primer contacto de verdad con la cultura inca. El sitio es imponente y su estructura más importante son los restos del Templo de Viracocha, una enorme estructura rectangular de dos pisos que mide 92 metros de largo por 25.5 de ancho. La estructura la compone una pared central de adobe de entre 18 y 20 metros de altura, con una base de piedra perfectamente labrada.


El gran Pchacutec. Pizarro llega a arribar en
 tiempos de este fiera y se lo comen hechos 
pinchitos


        Aquí por primera vez oí hablar del noveno inca, el gran Pachacútec,  el constructor de Raqchi, y quien convirtió al pueblo inca de un simple curacazgo en un gran imperio. A él le debemos muchas de las construcciones que se conservan hoy día y por encima de todo le debemos esa maravilla que es Machu Pichu. Mucho y muy bueno oiría hablar de él y de una forma bastante reverencial en los próximos días. De todas formas era un cabroncete sangriento muy redomado, pero eso lo era prácticamente todo el mundo por aquí.

A lo que iba, además de las ruinas del templo hay todo un entramado de calles, casas, campos aterrazados de cultivo y 156 colcas o almacenes de planta circular con 8 m de diámetro y 4 m de altura, ubicadas en líneas paralelas muy bien conservados. Estos almacenes fueron utilizados para guardar granos como el maíz y la quinoapapachuño, pescado seco traído de la costa, carne seca de alpaca, etc. Se ve que Pachacútec además de excelente general era un buen economista.


Restos del templo de Viracocha
Seguimos el viaje y llegamos al puente Checacupe, una réplica de un puente inca hecho con sisal y que está sobre el río Pitumayú entre dos farallones de piedra. En origen este puente era una pieza importante en el camino real Cusco-Collao. Por supuesto yo no crucé por tal sitio. No me interesan para nada las alturas ni el movimiento y aquí se juntaban peligrosamente las dos cosas. Con la excusa de hacer de fotógrafo atravesé el rio y la garganta por un precioso, cómodo y sobretodo seguro puente colonial de piedra que transcurre paralelo a él apenas a una docena de metros.


La figurita que está en el puente es mi mujer
Otra vez al bus y al cabo de media hora hacemos la última parada antes de Cuzco (El Cusco para los lugareños), la verdad es que llevamos seis horas y media y el tiempo no se nos ha hecho pesado con tantas paradas interesantes, un refresquito de vez en cuando, una cabezadita y dos o tres hojitas de coca bien rumiadas. Esto es vida.

                La última visita es a una iglesia, la iglesia de Andahuaylillas, a la que llaman la Capilla Sixtina de América. Resulta increíble que en un pueblecito de mala muerte, casi como el mío,  pueda haber una maravilla como esta, pero la hay. La iglesia ha pasado de mano de los letrados Jesuitas a la de los inquisidores Dominicos y ahora de nuevo ha vuelto a los Jesuitas. Esto se nota en muchos matices, por ejemplo los púlpitos son distintos según se hicieran en una época u otra, algunos altares están tapiados y sobre ellos se han construidos otros, etc. Peleas entre hermanos o hermanos que se llevan a matar. La ornamentación es barroca y absolutamente ostentosa, con repujados de oro por todos lados. Las pinturas, todas ellas realizadas por artistas aborígenes de la escuela cusqueña, son alegóricas, y en ellas los autores siempre han dejado algunas pinceladas ocultas con características quechuas (una planta de coca por acá, una cruz inca por otro lado, etc) como reivindicación ante los colonos españoles.






Delante de la entrada de la iglesia hay una enorme plaza con dos hermosísimos y enormes arboles a cuya sombra se despliega el inefable mercadillo que hay en todo lugar donde aparezca un turista. También hay perros, grandes perros tumbados por todos lados; en las escaleras de entrada del templo, entre los puestos, bajo los bancos, en todas partes. Muchos e indolentes perros. Son los primeros que veo en todo Perú. En un momento dado una pareja que venía en el bus con nosotros compra un bocadillo en uno de los puestos y se dirige tranquilamente a montarse en el bus. Chiquillo, aquello fue como si diesen una voz de alarma. De pronto se levanta un perrazo y se va lanzado hacía la señora salivando y mirando con ojos asesinos al bocadillo. Se pone a darle vueltas y por mucho que la mujer levantaba el brazo alejando la vianda de las ávidas fauces más se estiraba el perro para llegar a ella. Al instante estaban todas las mujeres de los puestos con palos intentando espantar al voraz can, pero no había forma. De hecho el asunto acabó tirando la mujer el bocata y saliendo corriendo para refugiarse en el autobús. El perro le dió las gracias efusivamente.

                Si  tengo que resaltar lo que más me ha impresionado de todo el día sin ningún  tipo de duda ha sido la maestría de estos tíos construyendo paredes espectaculares  sin ningún tipo de argamasa, con bloques de piedra, concretamente de granito, maravillosamente trabajados,  entre las que no cabe la hoja de una cuchilla de afeitar. Estaba alucinado y aún no había visto las joyas de la corona, aún no había pisado Cuzco.


Para que aprendan los albañiles de hoy día.

Al final llegamos a Cuzco a las seis de la tarde, ya anocheciendo y cansados, muy cansados. Expectantes por ver que nos depara la ciudad

CUZCO- EL CUSCO. PRIMER DÍA
              
        De las dos formas se dice aunque yo siempre he utilizado la primera, pero aquí no, aquí se utiliza casi exclusivamente la segunda.

Si Lima son muchas Limas, Cusco son tres Cuscos. Está  la ciudad monumental que atesora maravillosos vestigios de la cultura inca y colonial (casi siempre construidos sobre estructuras incas) con el eje Plaza Mayor- Palacio Qoricancha como epicentro;  el segundo Cusco es el anillo que se extiende rodeando todo el centro histórico, muy amplio por algunos lados y en otros muy estrecho, dependiendo de la pendiente del terreno. Esta corona está formada por calles y avenidas con casitas bajas sitas en terrenos relativamente llanos y con una buena estructura urbanística. Por último el tercer nivel lo forman los cerros que circunvalan todo lo anterior, de urbanismo salvaje tipo favelas brasileñas, casas construidas en cualquier sitio, unas encima de otras con infinitas escaleras que suben hasta los picos sin el menor atisbo de lógica ni infraestructura. Esta es la parte de la ciudad que se cruza al entrar pero que se olvida una vez dentro. A veces ni eso ya, que si vienes en avión, el aeropuerto está en el segundo círculo y no atisbas a ver la triste realidad de los alrededores.



Imagen de la Plaza de Armas de Cusco, eje neurálgico sobre el que gira la villa. Al fondo se ven las montañas que rodean la ciudad y se atisban el rosario de casas que serpentean cubriendo sus laderas hasta casi  coronarlas. Urbanismo salvaje que nos encontraremos en otros muchos sitios. 



Otra imagen de la Plaza, con Eva y Rocío posando, vista desde otro de los lados de la misma, y donde tambíén se ve claramente que por ese fondo de la ciudad las montañas aledañas estan ya saturadisimas de chabolas.

Le dedicamos al Cusco dos días, el primero de trabajo y el segundo de visita.

Eva y Ana están medio de turismo, medio de labores académicas y hoy tocaba trabajo. Visita a voluntarios de la Universidad de Sevilla que están colaborando en proyectos que tiene una ONGD llamada Guoman Poma de Ayala (contraparte allí de Solidaridad Internacional Andalucía) reuniones con los representantes de esa ONGD, visitas de campo para ver la labor que están realizando, etc. El Centro Guoman Poma de Ayala es un organismo no gubernamental de desarrollo que trabaja desde 1979 en  el Cusco. Trabaja en hábitat, ciudadanía, gestión de recursos hídricos, desarrollo económico, seguridad alimenticia, asesoramiento, etc.

A las ocho nos han recogido en el hotel en una van con Eliana, trabajadora de la ONGD que nos ha hecho de anfitriona, y nos hemos ido a ver una cañada entre dos enormes laderas sita  apenas ochocientos metros de la Plaza de Armas. Allí están intentando estabilizar las laderas, ya que la desforestación producida por la tala ilegal y los asentamientos salvajes están produciendo derrumbes sobre el cauce del río que transcurre en el fondo, y hay un serio riesgo de que se formen balsas. En algún momento de fuerte lluvias la riada que se produciría en caso de romperse una de estas balsas llegaría, arrasándolo todo, hasta la  misma Plaza de Armas. El ingeniero jefe nos ha dado una amplia disertación con todo lujo de detalles.


Ana, Eliana, el voluntario y Eva

Luego nos ha llevado a una ladera totalmente repleta de casas y pisos amontonados unos sobre otros sin orden ni concierto, donde han realizado canalizaciones con túneles para drenar los manantiales que hacían que se desplazase la tierra, y con ella casas y personas. Hemos visto puntos de anclaje que soportaban toda una parte de una ladera, etc.

La segunda parte se la hemos dedicado a emprendimiento, peronas a los que la ONG ayuda y asesora en múltiples facetas, y nos han llevado a visitar un invernadero de flores perdido en un riachuelo de una quebrada en otra de las laderas que rodea Cuzco. El trabajador se llama Modesto Llavilla Centeno, y además de llevar los tres invernaderos de flores, lleva una granja de cuyes (los cuyes son como cobayas y son los conejos del Perú). Encima le da tiempo para pintar. Nos mostró su obra y nos pidió encarecidamente que nos pusiésemos en contacto con él vía Facebook. Polifacético a tope el señor.


El señor Modesto explicándonos algunas cosillas. 

Seguimos con una visita a una asociación de vecinos de otra ladera, Camino Real,  cuya principal labor es la de concienciación de los habitantes de la misma para la preservación del entorno natural y las mejoras en su red de servicios urbanos. Acabamos la mañana en una especie de instituto politécnico dedicado a la carpintería donde forman a jóvenes en el diseño y ejecución de todo tipo de muebles.


Preciosa sala de diseño del instituto
A la hora de comer salimos de Cusco y nos fuimos los cinco, Eliana y la directora de la ONG que se nos había unido, a una chicharronería llamada Sumac,regentada por una señora emprendedora llamada Judit Cana y que montó el negocio con la ayuda y la asesoría de la ONG. La señora es muy conocida desde que ganó un prestigioso premio culinario en ”Mistura”, la feria que patrocina el archiconocido chef peruano Gastón Acurio. El logo del establecimiento es “En el Valle Sur la vida es más sabrosa”.



El chicharrón es una forma de cocinar, para nosotros es freír. Es decir una chicharronería es un establecimiento especializado en frituras, y este lo estaba en frituras de cerdo. Primero le dan un ligero cocimiento a los trozos de cerdo, luego lo adoban y por último lo fríen en su propia manteca hasta que está crujiente.

Yo disfruté mucho con la comida y con la charla lúdico-culinaria que tuve con una de las fundadoras de la ONGD, la señora Asunción. Durante la plática hasta me dio la receta, óptima según ella, que utiliza para preparar un buen pisco, la bebida nacional del Perú: 1 porción de zumo de limón peruano, 2 de azúcar, 3 de pisco y cuatro de agua helada. Dos claras de huevo y todo a la batidora para que emulsione bien. Lo probaré ya que me he traído pisco y limones de estraperlo. Es bastante curioso la distribución de los restaurantes en esta zona de la ciudad; va por barrios. En el que estábamos todos eran chicharronerias, en el siguiente barrio la especialidad era cuys al horno o fritos, en el de más allá arroz con pato, en aquel otro cevicherias, etc.

Acabamos de comer y sin dilación emprendemos nuestra última visita a una comunidad quechua en lo alto de una impresionante montaña, a varios kilómetros de Cusco. Mi primer encuentro con las carreteras de alta montaña. Hasta ahora he transitado por carreteras ubicadas en lugares muy altos pero relativamente llanos y hoy el sitio es muy muy alto, pero además la pendiente también lo es,  por lo que, si te sales del carril de tierra que nos lleva a nuestro destino, vamos a caer dando vueltas y rodando como un trompo muchos cientos de metros.

La comunidad son apenas media docenas de casitas y en ella Guoman Poma de Ayala está trabajando en dotarlas de placas solares, en la construcción de un salón cocina comunal donde el humo no resulte molesto y dotado de un frigo ecológico empotrado entre paredes de barro realmente novedoso, que mantiene el frío acumulado durante las gélidas noches a base de una capa de aire entre la pared de barro y el frigorífico en sí. Además les ha asesorado y dirigido en la construcción de lo que para ellos ha sido un importantísimo avance y una anhelada necesidad: un cuarto de baño con retrete, lavabo y ducha con agua caliente proveniente de las placas solares instaladas. El último proyecto, del que ya tenían gran parte realizado, era una gran piscina para la decantación,  recogida y posterior depuración de  aguas residuales. Todo ello sin productos químicos, sino a base de las propiedades depuradoras de  la totora, una planta autóctona.

Cuando llegamos un señor, quechua puro, estaba trabajando con maestría en la finalización del salón cocina, todo de barro excepto algunos azulejos alrededor de los fogones y el frigo ya mencionado. Las paredes estaban adornadas con esbozados bajorrelieves de sus ancestros incas y sus iconos más representativos: el puma, la serpiente y el cóndor. Descalzo, con una imagen muy humilde, sus manos ajadas por el trabajo y su tez castigada por el viento y el sol. A instancia del ingeniero que nos acompañaba, se puso a hablar relatándonos lo que para su comunidad suponían esos pequeños avances. Nos explicó lo que supone para su familia cocinar sin humo, poder ducharse con sus hijos y sentir el agua caliente, hacer sus necesidades con dignidad y no en medio de cualquier parte, etc, etc.  Nos dejó con la boca abierta por los sentimientos que expresaba y por como lo hacía. Su discurso era sencillo pero perfectamente coherente, la construcción de sus frases impecable, el conocimiento del léxico amplio y todo fluía de una forma natural y precisa. Encima nos deleitó un ratito hablando en quechua.

Cuando bajamos hacía El Cusco aún resonaban  en mis oídos sus palabras y la dignidad con que las había pronunciado.

A las siete todos de vuelta al hotel exceptos Ana y Eva que se han quedado en una reunión de trabajo con la dirección de la ONGD. Cuando, bien tarde ya, han vuelto y después de una reparadora ducha, nos hemos ido a cenar a uno de los muchos restaurantes que hay en la Plaza de Armas.

Toda un ala de la plaza está llena de restaurantes, uno al lado del otro, y la competencia por captar clientes es feroz. Ayer Eva, la hija de Ana, y yo nos pedimos una parrillada espectacular con cerdo, pollo, embutido y cuy. Mi mujer y Ana nos miraban con cara que expresaban claramente su desaprobación, literalmente decían “cómo os podéis estar comiendo esa montaña de carne”  y ellas, muy comedidas, se pidieron una sopita de pollo. Cuando le ponen la “sopita” nos da la risa a todos; la sopita era una palangana tamaño extra con un cuarto de kilo de fideos y medio pollo cocido. Las niñas, como viene siendo habitual, han acabado en una pastelería para endulzarse los sueños. Todos dormimos como niños pequeños, en la gloria


El cuy antes y después

Por cierto, el cuy no me pareció nada del otro mundo, se asemeja al cochinito al horno que ponen en Segovia. Mi hija no me lo perdonó durante todo el viaje, repitiéndome cada dos por tres “¿cómo te has podido comer una cosa tan linda?”.

CUSCO, SEGUNDO DÍA

Aunque Lima es la actual capital de Perú, Cusco es su “capital histórica”. Antiguamente fue la capital del Imperio Inca y posteriormente una de las ciudades más importantes del Virreinato del Perú, en cuya época, y en manos de los españoles, se engalanó de iglesias, palacios y plazas barrocas y neoclásicas. Todo este ingente patrimonio es lo que hoy la convierten en el principal lugar turístico de Perú. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1983 por la Unesco, suele ser denominada, debido a la gran cantidad de monumentos que posee, la "Roma de América". Toda la ciudad gira en torno a la Plaza de Armas, donde se encuentra la Catedral y el templo de la Compañía de Jesús, ambos construidos sobre antiguos edificios incas (como casi toda la ciudad). En el centro de La Plaza y presidiéndolo todo se irgue una gran estatua del Inca. La Plaza está flanqueada en dos de sus laterales por una arquería de piedra sobre la que sobresalen unas esplendidas balconadas de madera. Tuvimos la suerte de que nuestro hotel estuviese en la misma plaza y, el último día de vuelta de Machu Pichu, nuestra habitación daba acceso al balcón con la catedral directamente enfrente.



Casi todos los primeros pisos de estos dos laterales son restaurantes, obviamente las mesas más demandadas son las que están en los balcones, y en los días que estuvimos en la ciudad visitamos unos cuantos de ellos; los balcones no, los restaurantes. Como ya comenté en el capítulo anterior la captación de clientes es feroz, te abordan por la calle representantes de unos y otros metiéndote la carta por las narices y glosando alabanzas de su establecimiento; prácticamente se te disputan entre ellos a codazo limpio.

La comida es muy parecida en todos; ceviches, sopas, cuy, carnes a la brasa, trucha, parrillada de verduras, ají, etc. Los clientes son todos extranjeros y en uno de estos bares al que acudimos a cenar los tres mayores, (las niñas Eva y Rocío decidieron quedarse descansando) nos sentamos junto a un gran grupo de chicas y no tan chicas de no sé qué nacionalidad, que, por lo que pudimos observar, estaban celebrando una despedida de soltera y, ya después de la cena, le estaban pegando al pisco de mala manera. En el restaurante amenizaba un conjunto tradicional entonando canciones andinas y cuando cantaron una en cuyo estribillo se repetía muy a menudo la palabra Pachamama (madre tierra), aquello se salió de madre y el menor atisbo de pudor o vergüenza desapareció de aquella pléyade de querubines. Dantesco espectáculo el que presenciamos, disfrutamos y por momentos padecimos.

                La plaza es un hervidero de turistas de todas las nacionalidades. Entre los turistas pululan lugareños que, panfleto en mano, acosan a los turistas ofertando excursiones, y personajes femeninos múltiples ofreciendo todo tipo de mercancías: comidas caseras, pinturas, caramelos de coca, ropa de alpaca tejida por ellas, fotos con llamas ataviadas con coloridas lanas, puestecitos de todo, etc. También mucho hippie extranjero, que se ve que se han apalancado en la ciudad, vendiendo dulces para sacarse unos cuartos.




Personajes que pululan por la plaza

                Desde la plaza y en uno de los aledaños de la catedral sale la calle Hatun Rumiyuq (calle de la roca mayor, en quechua). En ella se encontraba el palacio de Inca Roca, sobre el que actualmente se yergue el Palacio Arzobispal. En esta calle, que va desde la plaza de Armas hasta el barrio de San Blas, se puede apreciar una magnifica pared de piedras perfectamente cortadas, pulidas y encajadas unas con otras entre las que destaca la famosa piedra de los doce ángulos. Nos costó un buen rato poder hacernos una foto en el sitio, tal era la cantidad de personas que había con el mismo objetivo que nosotros. La calle está llena de puestos de todo tipo y la afluencia de turistas que pasean por ella resulta un poco agobiante.

Delante de la famosa piedra
               

 La calle conecta la Plaza Mayor con el barrio de San Blas, barrio donde se concentran los artesanos, talleres y donde se encuentran tiendas de todo tipo. Es uno de los sitios más pintorescos de la ciudad. Sus calles son empinadas y estrechas, con antiguas casonas construidas por los españoles sobre importantes cimientos incaicos. En este barrio está la iglesia más antigua de la ciudad construida en el año 1563. El nombre quechua de este barrio es el de Toq'ocachi que significa "el hueco de la sal".

Calle de la roca mayor

La otra arteria vital de la ciudad es la Avenida del Sol que baja desde la Plaza de Armas hasta el Qoricancha (templo dorado en quechua). En esta vía hay varios museos, organismos oficiales y están las sedes principales de todos los bancos importantes, por lo que siempre tiene un gran bullicio de gente en sus aceras y un tráfico endiablado.


Magnifico el Qoricancha

El Qoricancha es sencillamente una maravilla. Fue el santuario más importante dedicado al dios Sol en la época del Imperio inca, un lugar sagrado donde se rendía adoración al máximo dios: el Inti (Sol), por lo que sólo podían entrar en ayunas, descalzos y con una carga en la espalda en señal de humildad, según lo indicaba el sacerdote mayor Willaq Umu . Se dice que este templo fue llamado el "sitio de oro" ya que todos sus muros habían sido recubiertos con láminas de oro por los incas. Sobre parte de los templos incas se construyó el templo de Santo Domingo pero en su centro, junto a un imponente patio, aún se pueden ver restos de tres templos incas  perfectamente conservados. Apabulla observar la perfección de esos artesanos en la construcción de paredes de bloques de granito con tal grado de exactitud en su encaje que no sobresale un milímetro uno de otro y es prácticamente imposible introducir una cuchilla de afeitar entre las piedras de granito. Aparte de los templos incas, el recinto posee una gran colección de pintura cusqueña y otras muchas cosas pero a mí, después de ver lo anterior, me pareció carente de interés. Cuando salimos nos encontramos con una representación de un baile típico inca en el Jardín Sagrado que flanquea el templo.


Templo dentro de templo. Impresionantes las paredes

De la visita cultural y siguiendo la Avenida del Sol hacía abajo, nos fuimos al mercado artesanal donde las cuatro mujeres dieron rienda suelta a sus más mercantiles instintos y compraron regalos para todas aquellas personas (hermanos, tíos, sobrinos, amigos, etc) que se les pasó por la cabeza. Yo también compré algo, pero pecata minuta en comparación con ellas.


En el mercado

                Después de toda la mañana caminando es hora de reponer fuerzas. Cuando bajábamos al mercado le hemos echado un ojo a una cevichería (o cebichería, que lo he visto escrito de ambas formas aunque más veces con v que con b) de lo más apañada: El Paisa. Y a ella dirigimos nuestros pasos. Esto no tiene nada que ver con los restaurantes de la plaza, es un local enorme, de por lo menos cuarenta por veinte metros, con un tablado que lo preside donde actúan una pareja, y chorrocientas mesas por las que serpentean a una velocidad del carajo cinco o seis camareros.

Ceviche y arroz con pato del Paisa

 Ni un solo extranjero excepto nosotros, lo que es síntoma de local puramente peruano que me gusta mucho. El tamaño de los platos es XXL y la cerveza baratita, la Cusqueña de 620 mililitros a 6 soles, una ganga. Por supuesto después de la caminata nos tomamos unas cuantas. Nada más sentarnos nos obsequian con un chupito de leche de tigre y luego nos pedimos un arroz con pato, chicharrones de pescado, un ceviche y no sé qué cosas más mientras, relajados, observábamos como la orquesta, el dúo, animaba el cotarro ahora cantando, ahora glosando las maravillas del establecimiento, ora haciendo propaganda de algún tipo de artículo o cantándole el feliz cumpleaños a un comensal que se levantaba agradecido por el detalle mientras el resto del comedor aplaudía a rabiar. 

 

Son casi las cuatro de la tarde y con el estómago contento, ahítos, emprendemos penosamente la subida por la  avenida hacía la Plaza de Armas. Una vez allí, fotos por doquier y nos encaminamos a la calle de la Roca Mayor donde de nuevo foteamos y paseamos un rato. Las mujeres deciden que quieren seguir viendo tiendas y yo que nanai de la china, que por hoy ya está bien de paseos y visitas; así que, sin dilación de ningún tipo, cojo las de Villadiego y me largo al hotel a estirar las piernas y ellas a lo suyo, a ver trapitos, cachivaches o lo que se les ponga por delante. Luego, cuando volvemos a encontrarnos en el hotel, me cuentan que acabaron tomando un cafetito con su correspondiente tarta en un local que semejaba ser una especie de museo del café.


Mi hija y Eva. no se puede ser más guapas

Mañana recorreremos el Valle Sagrado y pasado mañana, si todo transcurre con normalidad, nos toca visitar la joya de la corona, el ansiado Machu Pichu.


 ENTRADA 1: PREAMBULOS

ENTRADA 5. VALLE SAGRADO-MACHU PICHU
ENTRADA 6. UN MERCADO, UN MUSEO Y UNAS RUINAS EN LIMA
ENTRADA 7. PIURA-COLAN
ENTRADA 8. CHACHAPOYAS
ENTRADA 9. TARAPOTO
ENTRADA 10. COMER EN PERU

VIAJE A PERÚ. ENTRADA 5. VALLE SAGRADO, MACHU PICHU

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VALLE SAGRADO

                En un plis hemos estado de quedarnos sin ver Machu Pichu, vamos, es que lo pienso y me da el telele. En Cusco, a tiro de piedra de una de las maravillas del mundo y no poder ir  visitarlo hubiese sido algo grotesco y jodidamente puteante. Un mes largo con el tour completo pagado, billetes de tren sacados, hotel en Aguas calientes, tickes de subida de autobús, entrada en el recinto, todo todito organizado y bien organizado con la empresa Mapi Adventures, y dos días antes va la representante de la empresa y nos dice que los guías se han puesto tres días de huelga por el precio abusivo de los autobuses que hacen la subida y bajada de Machu Pichu (24 dólares para los extranjeros y 15 para los nacionales), que han cortado con una barricada la carretera y por tanto nadie puede acceder a Aguas Calientes, y si no llegas hasta allí no hay nada que hacer. Ella sospecha que la cosa se arreglará, pero de todas formas nos recomienda que recemos a ver si los dioses se apiadan de nosotros.
Machu Pichu


A muy última hora se desconvoca un día de huelga y eso nos permite hacer el tour que teníamos programado, aunque un día más tarde de lo que pensábamos, lo que nos va a impedir tener un diita de descanso antes de volver a Lima: primer día Valle Sagrado y tren, pernoctando en Aguas Calientes, segundo día subida a Machu Pichu, tren de vuelta   y autobús a Cusco. Palizón garantizado, pero el que algo quiere algo le cuesta.


Va lle Sagrado

       El Valle Sagrado de los Incas está compuesto por numerosos ríos que descienden por quebradas y pequeños valles; posee numerosos monumentos arqueológicos y pueblos indígenas. Este valle fue muy apreciado por los incas debido a sus especiales cualidades geográficas y climáticas. Fue uno de los principales puntos de producción por la riqueza de sus tierras y lugar en donde se produce el mejor grano de maíz de todo Perú. El Valle Sagrado está comprendido entre las poblaciones de Písac y Ollantaytambo, y transcurre paralelo al río Vilcanota

                Ya no tenemos ni que poner el despertador de tan cogidas como tenemos las horas. Vienen a recogernos diez minutos antes de la hora y no en bus, sino andando, y sin solución de continuidad y a toda leche nos llevan a una calle porticada posterior a la Plaza Mayor.  Allí nos dejan junto a un numerosísimo grupo de personas en manos de un guía y nos hacen esperar al menos una hora mientras llega gente y más gente. No dejan de salir autobuses repletos de turistas a medida que estos se van llenando. Por fin, sobre las nueve, nos montan en un autobús y emprendemos la marcha. Mal empieza la cosa, la empresa organizadora del tour nos garantizó que éramos quince e iríamos en un microbús. Somos al menos el doble y el autobús ha conocido tiempos mejores.

A la hora de empezar el viaje nos paran en un pequeño poblado donde hay un mercado con las cuatro cosas de siempre y sus correspondientes mujeres con las llamas y alpacas de rigor. Estamos más de media hora perdiendo míseramente el tiempo, aunque eso sí, no nos podemos sustraer a inmortalizarnos con las fotos  de rigor. Una de ellas no escupía, pero al menor descuido te arreaba un mordisco.

La que está detrás de Eva te mordía al menor descuido

El guía es un inepto total que no nos proporciona la más mínima información interesante, solo lugares comunes y control de quien lleva las entradas pagadas para las distintas visitas. Cuando llegamos a nuestro primer destino, Pisac, en lo alto de unas impresionantes montañas, ya hay más de cien autobuses visitando el lugar y tenemos que aparcar a casi un kilómetro de la entrada. Una hora de visita es todo lo que tenemos. Ya en el recinto, el guía, en un intento de ganarse el sueldo, nos da unas explicaciones que de malas que son, nos da hasta risa. Confirmación de que Jimmy, nuestro guía, es un incompetente caradura de mucho cuidado. Ejemplo de su ineptitud: Nada más salir de Cusco y a la vista de un bosque de eucaliptus comenta que fueron “nuestro mejores amigos los españoles” los que hicieron la locura de introducir la especie en tiempos de la conquista. De modo que en España se introduce a finales del siglo XVIII y nosotros ya en el siglo XVI ya lo estábamos llevando a Perú. Y así todas.


Impresionante las terrazas de cultivo de maíz en la montaña

Visitamos las ruinas del Parque Arqueológico por nuestra cuenta, a nuestro aire. Los estudios indican que se trató de la hacienda real del inca Pachacutec (de nuevo aparece el amigo Pachacutec). El parque incluye espacios para uso doméstico y otros ceremoniales. Está conformado por numerosas plazas y barrios, compuesto por edificaciones rusticas de piedra construidas al borde de los precipicios. Tiene dos barrios principales: Qantus Racay para los agricultores y Amarupunku que es el barrio ceremonial, construido en estilo trapezoidal,  destinado a la nobleza. Hay una tercera parte religiosa pero no se puede visitar por lo peligroso del sendero que lleva hasta ella (el año pasado un turista se desnuco al resbalarse cuando transitaba por el sendero).  Toda la ciudad está rodeada  de atalayas y puntos de observación y defensa, así como por innumerable andenería. Pero lo más impresionante está fuera del complejo, las inmensas terrazas escalonadas sobre las interminables laderas perfectamente conservadas dan muestra de la perfección e importancia de los cultivos agrícolas en la vida cotidiana inca.

Memorable y sobrecogedor.

                Vuelta al bus y al ratito de nuevo nos paran, esta vez en un taller de orfebrería especializado en plata donde nos vuelven a tener otra media horita para, según palabras del amigo Jimmy, que observemos el fino trabajo artesanal de los orfebres. Yo he venido a ver ruinas incas, no a ver a un tío martillear una bolita de plata para hacer unos pendientes. Me estoy mosqueando un taco y no dejo de mirar el reloj; a este paso no estamos a las cuatro y media en la estación de  Ollantaytambo para coger el tren. Se lo comento al guía y el cabroncete intenta no darle importancia con un escueto  “no problema”.

                De nuevo en el bus y, sorpresa, se nos monta un vendedor ambulante que micro en mano  nos da una disertación sobre las infinitas bondades digestivas de una bebida elaborada con anís que su familia fabrica desde tiempos incas. Logra vender cuatro o cinco minúsculas botellitas a veinticinco soles a alguno de los tontajos que nos acompañan en el viaje. Paramos para comer y ya son las dos. El sitio está muy bien y la comida bastante buena, la cerveza mejor. Son las tres y sigo con la mosca detrás de la oreja, aunque ya no es una mosca, es todo un bullicioso enjambre de ellas zumbándome al oído. Nos falta todavía por visistar las ruinas de Ollantaytambo (la joya del Valle Sagrado) y no me cuadra el horario. Vuelvo a insistir al guía y puñetero el caso que me hace. Tal como me temía, entre que nos montamos en el bus y hacemos el camino,  cuando llegamos son casi las cuatro. Jimmy nos dice que recojamos las mochilas y las llevemos con nosotros en la visita y que de allí nos vayamos directamente a la estación.

- ¡Ah, pero no nos llevan ustedes a la estación en el bus!. En las condiciones del tour pone que nos dejarían allí.
- No, lo siento, pero nosotros no prestamos ese servicio. Los autobuses no bajan a donde el tren.
Como insisto y no estoy de acuerdo apostilla:
- Si tiene alguna queja diríjase usted al tour-operador con el que contrató la visita.
Para mis adentros pienso “joputa, ¡te vas a enterar! como rabo de perejil te voy a poner en las redes sociales”

El pueblo de Ollantaytambo

Dejo de discutir para no perder ni un minuto más, ya que tenemos el tiempo justo para dar una vuelta por la parte baja del recinto, y morirnos de envidia viendo al tropel de gente subiendo a las estructuras principales.

Ollantaytambo, centro militar, religioso y agrícola, es uno de los complejos arquitectónicos más monumentales del antiguo Imperio inca, comúnmente llamado «Fortaleza», debido a sus descomunales muros. Fue en realidad una ciudad-alojamiento, ubicada estratégicamente para dominar el Valle Sagrado de los Incas.

Construido por el emperador Pachacútec (este tío era un fenómeno) protegía el valle de las posibles invasiones de los pobladores de la cercana selva. Por desgracia y como ya he comentado lo pudimos disfrutar muy poco antes de salir por patas hacía la estación. Eso sí, antes de irme, le dije dos palabritas al nefasto guía al que por un oído le entraron y por otro le salieron.





Delante de la gran escalinata
Para ir a Aguas Calientes el único camino posible parte de aquí y se hace por tren. No hay carreteras y sólo hay un sendero paralelo a la vía por la selva como ruta alternativa, cuatro o cinco horas de caminata. No te cuento nada,  morena. Para jóvenes en forma y con espíritu aventurero está muy bien, pero para un gordo sesentón como yo, la cosa no está tan clara. El tren Inka Rail lo regenta una compañía francesa y es la leche de caro para los extranjeros y eso que solo son apenas veinte kilómetros de trayecto, pero es lo que hay; los peruanos tienen otro que solo pueden utilizar ellos y que es muy, muy barato. Resumiendo, 72 dólares para nosotros; unos pocos soles para ellos.

El viaje se hace muy largo, más de dos horas, y transcurre entre angostas gargantas junto al Urubamba, un serpenteante y caudaloso río, al que por cierto vimos nacer a 300 kilómetros de aquí en un nevero junto a la Raya cuando hicimos el trayecto entre Puno y Cusco. Discurre entre escarpadas montañas que poco a poco van cambiando de vestido, al principio rocosas y desprovistas de follaje y lentamente, a medida que consumimos kilómetros, se van vistiendo de maleza y árboles, apoderándose la selva de ellas hasta que llega un momento en que esta se enseñorea por completo del paisaje. El trayecto es tan escarpado y las montañas de laderas de granito que lo constriñen tan altas, que desde el asiento del tren, cuando se mira el techo de cristal del mismo, apenas se divisa el cielo, solo se ve un túnel verde y rocoso que se eleva hacía arriba, hacía arriba, hasta perderse de vista difuminándose en las alturas. Una autentica pasada viendo la en las alturas la selva y la nieve al mismo tiempo.


El tren es cómodo y nos agasajan con un aperitivo y algo de picar. Yo estoy sentado con un matrimonio mejicano más o menos de mi edad que, al igual que nosotros, están de visita turística. Nada del otro mundo sino fuera porque los acompaña un hijo como de veinte y algo años con la mirada perdida, que apenas puede andar, y con un evidente problema neurológico. Ya para subir al tren lo han tenido que ayudar, no me imagino como harán para subir a Machu Pichu. Me impresiona su determinación y entereza. Nos tiramos un largo trecho  hablando de Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera, el póker de ases de la política española; las estrellas mediáticas del último año electoral. Hasta los mejicanos, estupefactos, comentan con cara de asombro los grotescos avatares de nuestros políticos.

-¿Pero de verdad va a haber unas terceras elecciones?
- ¿Tercera dices? A ver si hay suerte y nos quedamos en eso

Aguas Calientes es turismo puro y duro y estación fin de viaje. Aquí se viene con el único objetivo de subir al Machu Pichu, que no es moco de pavo. Se llega, se duerme, y al día siguiente uno se larga con viento fresco. Tres largas calles que flanquean un caudaloso torrente lleno de enormes rocas caídas;  tres largas calles donde casi todas las casas son restaurantes u hoteles y están abarrotadas de turistas.

El pueblo está hasta las cachas de extranjeros, un Babel multirracial,  se oye hablar en todos los idiomas posibles y hay pintas de todas las calañas.  El hotel que nos ha proporcionado la agencia no es nada del otro mundo, pero tiene cómodas camas y una buena ducha que es lo único que necesitamos. Aseo, un pelín de descanso, y a tomar una cervecita con algo de picar antes de acostarnos.

El pueblo en medio de feraces montañas


En uno de los muchos restaurantes, apenas a veinte pasos del hotel, un chico nos convence ofreciéndonos la cerveza heladita a cuatro soles y ante tan irresistible proposición allí que nos aposentamos. La primera cerveza perfecta, y encima viene acompañada de unos nachos con guacamole, así que no nos lo pensamos y pedimos la comanda. Al cabo de media hora no había señales de vida por ningún sitio, como si estuviesen pescando los peces para poder cocinarlos. Algunos de los comensales que hay en las mesas contiguas tienen el mismo problema y se están largando con caras largas entre protestas, cansados de la espera. Después de llamar al camarero en un par de ocasiones y manifestarle nuestro malestar por fin nos traen la comanda y no está mal (excepto la pizza de mi hija, que pidió una “al gusto” donde elijes los tres ingredientes que quieres para aderezarla, y le pusieron los que buenamente les pareció a ellos, eso sí,  sin acertar ni en uno de los tres). A la hora de pedir la cuenta observo ojiplático que en la cuenta ponen un cargo de 26 soles por el servicio y encima me quieren cobrar un suplemento del 8% si pago con tarjeta. Nati de nati, colega, discusión con los dueños y al final no les pago los 26 soles ni el ocho por ciento que me querían colar de vaselina, faltaría más.

Duermo como un bendito pensado en el día de mañana.

MACHU PICHU

En octubre de 1943 el poeta chileno Pablo Neruda hace durante cuatro días la ruta del inca y sube a Machu Pichu. Tan profunda impresión le causó que le inspiraron una de las quince secciones que componen su Canto General, uno de los poemas fundamentales de la literatura universal del siglo XX:

"Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas. 
No volverás del tiempo subterráneo"

              

        La experiencia no es para menos, el problema es que yo no soy Pablo Neruda.

         A las cinco de la mañana me despierta un jaleo en la calle de padre y muy señor mío. Al principio, aún somnoliento, pienso que todavía algún grupo de empedernidos noctámbulos está de celebración, pero el ruido es distinto, monocorde, como de muchas conversaciones a la vez. Picado por la curiosidad me asomo a la ventana y observo estupefacto como toda la plaza es una inmensa cola de gente en ropa y calzado de montaña y con su mochila al hombro. ¿Qué leches están haciendo estos tíos aquí a estas horas? Me pregunto no muy seguro de lo que estoy viendo. Multitud de banderitas multicolores ubican a los distintos guías que se reparten  entre la muchedumbre que conforma  la cola.

Toma cola, morena

                Esto no sería nada extraño si no fuera porque estamos en la otra punta del pueblo, a casi un kilómetro de la estación donde se cogen los autobuses para subir a Machu Pichu. Los primeros autobuses empiezan a subir a las seis y media y son los más solicitados para poder ver el amanecer desde lo alto de las montañas, y las colas para cogerlos empiezan entre las dos y las tres de la mañana. Nosotros hemos quedado con nuestro guía arriba donde nos dejan los autobuses; él nos esperará en la entrada del recinto a las once de la mañana, así que no tenemos prisa y nos lo tomaremos con calma. Desayunaremos tranquilitos y cuando amaine el temporal ya nos pondremos en cola.

En una de esas montañas está Machu Pichu


                Cuando a las ocho nos incorporamos a la riada humana todo seguía exactamente igual, en el mismo punto, y en ella nos pusimos dispuestos a esperar estoicamente lo que hiciese falta. Dos horas y quince minutos fue lo que hizo falta, que se dice muy pronto. Dos horas y quince minutos para acomodarnos en el bus que nos llevaría al cielo inca. Qué alegría cuando por fin llegamos a nuestros asientos en el autobús. Nos relamíamos solo de pensar que dentro de un ratito llegaríamos al que sin duda era nuestro primer objetivo turístico en Perú. Comenzamos el recorrido de apenas nueve kilómetros y yo no pierdo detalle, los ojos como platos. Al principio seguimos una carretera monísima perfectamente asfaltada junto al río Vilcanota, pero poco a poco la garganta se va cerrando y lo único que se ve son paredones de granito de muchos cientos de altura y montañas que ríete tú del abuelo de Heidi. 

Cruzamos un puente y por arte de birlibirloque desaparece el asfalto y este es sustituido por una pista de tierra de no más de cuatro metros de ancho y que tira para arriba como las cabras tiran al monte. La carretera se convierte en un constante zigzag por una ladera que ni los muflones transitan. ¡Qué sufrimiento! Y cuando tenía que tomar una curva no te cuento; el morro del autobús fuera, en el aire, y yo con los ojos cerrados y agarrado al asiento delantero con tanta fuerza que los nudillos los tenía morados. Hasta mi mujer que tiene menos vértigo que un halcón peregrino está acojonada.

La carreterita de los cojones

Cada cierto trecho hay pequeños ensanches. Un camión cisterna riega constantemente la pista para compactar la tierra y que no se produzca polvo.  Los conductores de los quince buses que constantemente suben y bajan transportando mercancía humana van conectados  por una emisora y avisándose constantemente de por dónde van para que al cruzarse el que baja espere al que sube en uno de esos ensanches. Todo hipotéticamente muy bien estudiado y coordinado. Bueno, pues a la vuelta el cabroncete que nos bajaba se saltó el protocolo y nos encontramos con un bus que subía en una de las curvas; frenazo, discusión entre los conductores y el tío que se pone a darle marcha atrás a un autobús de veinte metro en un maldita trocha donde apenas cabe, y con un precipicio del carajo precisamente en el lado en que yo iba sentado. Del cague que me entró, se me quitó el agnosticismo de un plumazo y retorné a mi tierna infancia cuando rezaba padrenuestros compulsivamente para que algo no sucediera.

En fin, que el trayecto Aguas Calientes-Machu Pichu en bus tiene cojones para los que no somos muy amantes de las carreteras de alturas con cortados laterales y  precipicios sin fondo, que le quitan el hipo a una cabra montesa.

Mi hija y yo con el guia

Una vez arriba te olvidas de todo. El guía se presentó a la hora acordada y todo salió a pedir de boca. Un par de horas inolvidables en un sitio maravilloso y asombroso.

Machu Picchu habría sido una de las residencias de descanso de Pachacútec(hasta en la sopa aparece este). Sin embargo, algunas de sus mejores construcciones tienen un origen anterior y una presumible utilización como santuario religioso. Es considerada al mismo tiempo una obra maestra de la arquitectura y de la ingeniería. Sus peculiares características arquitectónicas y paisajísticas y el velo de misterio que ha tejido a su alrededor buena parte de la literatura publicada sobre el sitio, lo han convertido en uno de los destinos turísticos más populares del planeta. Ese día, después de estar cerrado por la huelga, estaba abarrotado, no menos de diez mil personas disfrutaban de él, haciendo complicado sacar una foto con un mínimo de intimidad.



Distintas imágenes de nosotros en el mágico lugar

Machu Picchu está en la Lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1983, y desde el 7 de julio de 2007 está declarado como una de las nuevas siete maravillas del mundo moderno gracias a una votación que contó con la participación de cien millones de votantes en el mundo entero. Yo lo vote y ahora me alegro infinito de haberlo hecho. También voté por las ruinas mayas de Chichen Itza, que tuve la enorme suerte de visitar: Eva y yo solos en todo el recinto a las seis de la mañana amaneciendo,  hace ya algunos añitos. Si tengo que quedarme con alguna de las dos experiencias me quedo con esta. Una vivencia inolvidable y multitud de sensaciones que te inundan, te colman y a la vez te empequeñecen. El complejo es tan mágico y enorme, el sitio es tan disparatado, hay tal cantidad de cosas que ver, que te mueves como en trance, con todos los sentidos alertas y a la vez confusos, dudando de que realmente pueda existir una maravilla como esta en un sitio tan inaccesible e ignoto.

Intipunku, la puerta del sol. Entrada original en Machu Pichu

En un momento de la visita me encuentro con mi amigo el mejicano que, acompañado de un ayudante, está visitando el recinto en compañía de su hijo, al que llevan cogido cada uno de ellos por una axila para ayudarlo en su penoso caminar. La madre no va con ellos y luego en la estación me comentan que durante la visita se iban turnando para hacerla más llevadera. ¡Ole tus huevos y tus ovarios!

Impresionante como tallaban las piedras

Llama comiendo en las terrazas del contrafuerte de la ciudadela

A las dos horas Eva y yo decidimos volver tranquilamente hacía los bares que hay en la entrada del recinto para tomarnos una cerveza. Eva, Ana y Rocío se quedan para dar otra vuelta, pasear y hacerse fotos. La cusqueña nos la clavaron bien, casi cinco euros por una botella de un tercio, pero nos supo a gloria. Vemos que ya hay muchísima gente esperando el bus de bajada y nos ponernos en la inevitable cola. Si la  subida en bus fue como fue, que fue tela marinera, no te cuento nada de la bajada. Infarto puro y duro.

Ya en el pueblo almorzamos en otro restaurante distinto al de la noche anterior y de nuevo tuve que discutir con la dueña que me quería cobrar por el servicio. Te atienden como el culo y encima te quieren cobrar como si te sirviesen en Arzak. .“Te quie i ya pa í”

Volvimos al hotel donde tuvieron la deferencia de dejar que nos refrescásemos y descansar una horita en la sala de espera mientras hacíamos tiempo para coger el tren de vuelta.

Montañitas que rodean Machu Pichu

El viaje en tren duró más de la cuenta, por alguna razón que se me escapa y que eludieron decirnos. Durante largos periodos estuvimos parados en la vía sin motivo aparente. Ahora me ha tocado sentarme con una familia granadina (padre, madre e hija) que están aprovechando que la niña ha estado estudiando en Bogotá para venir a visitarla y de camino pegarse una tournée por estos lares. Congeniamos rápidamente y nos llevamos todo el viaje hablando sin parar. El padre, antiguo camionero reconvertido a empresario exportador de frutas, me comentaba la obsesión que tiene en fijarse en todos los detalles que pueden hacer que un viaje salga mal.

- Mira Ricardo, ¿a que no sabes en lo primero que me fijé cuando subimos a Machu Pichu? En las ruedas de los autobuses. Mis camiones van perfectamente calzados, bueno, pues las ruedas de los autobuses que nos subían y bajaban tenían pequeños “tomates”, que en un  momento dado al rozar con una piedra o con la rueda de otro autobús pueden reventar. ¿Tú te imaginas que revienta una rueda en una de esas curvas allá arriba? Con cucharilla nos tienen que recoger. No queda de nosotros ni carnaza para los gallinazos negruzcos  estos que tantos hay por aquí.

Y a mí, solo de imaginarlo, me entraban sudores fríos. Vamos, que si hablo con este tío antes de coger el autobús, me niego en redondo y me uno a la retahíla de visitantes que hacen la subida y posterior bajada a pie. Aunque claro, todavía estaría subiendo y  tampoco es plan.

Y terciaba la mujer:

- Es que es un agorero, Ricardo, un agorero. Yo creo que  lo hace por fastidiar, siempre igual. Menos mal que ya no le hacemos caso, ¿verdad niña? Sin ir más lejos, el otro día en Bogotá cogemos el teleférico y en lugar de mirar el paisaje se dedica a mirar fijamente el cable  que lo sujeta y del que va colgado el teleférico y va y me suelta ¿te has fijado en que el cable de acero tiene pelillos sueltos?  ¡Será malaje!

-Que no lo puedo evitar Ricardo, que no lo puedo evitar. Que me monto en un avión y lo primero que hago es mirar los remaches de las alas a ver si falta alguno.

Y el cabroncete se reía con una risa compulsiva y contagiosa.

Llegamos a Ollantaytamboya de noche y yo, después de la aciaga experiencia con mi amigo Jimmy, no las tenía todas conmigo, dudaba de que nos estuviesen esperando para llevarnos de vuelta a Cusco. Pero sí, nos esperaban y nos montaron en otro decrépito autobús que no salió de la estación hasta un eterno rato después, hasta que se llenó por completo después de arduos regateos con los pasajeros del tren que no tenían contratado el regreso a Cusco, y a los que sangraron de lo lindo para darles un asiento. Otras dos largas horas de viaje y como casi siempre, todos dormidos menos yo, que no hay forma de que pegue un ojo en los viajes, ya sea tren, avión, barco o autobús como era el caso. También es verdad que esto me permite ver cosas que se le escapan a los demás.

Llegando a Cusco, y cuando atravesábamos la zona montañosa que la rodea, esa que está llenas de casitas, las favelas cusqueñas, observo una escena impresionante: al menos treinta perrazos, pero perrazos, perrazos, rodean tres contenedores de basura volcados y con todo su contenido desparramado por el suelo, y prácticamente se están destrozando entre ellos para acceder a los mejores bocados de la basura; una autentica manada de hienas ante la carroña pero sin orden ni jerarquía, disputándose a dentelladas limpias los despojos de una ciudad.


Al hilo de los perros un comentario que se me escapaba. Cuando estuvimos viendo las favelas con la ONGD ya nos sorprendió la ingente cantidad de perros que había por todos lados y la explicación que nos dieron fue demoledora en su sencillez: “Aquí nadie tiene buenos cierres en las puertas ni tampoco tiene seguro de robo; de eso se encargan los perros. Cada propietario tiene dos o tres perrazos que velan por la seguridad de sus pertenencias mientras ellos trabajan o están fuera. Campan a sus anchas y normalmente están echados en las puertas de sus casas. Ni se te ocurra intentar entrar en una casa sin ir con alguien de la misma” Sin comentarios.

Llegamos a Cusco reventados a las doce. La Plaza aún bulle con los últimos viandantes, muchos de ellos muy perjudicados etílicamente, después de una actuación que ha habido en un enorme escenario montado delante de la catedral.  Demasiado cansados  para participar de nada, nos vamos directamente a nuestras magníficas habitaciones que prácticamente no vamos a disfrutar. Ducha y piltra, ya que al día siguiente cogemos a punta mañana el avión de regreso a Lima.

¿Quién fue el incauto que dijo que el verano era para descansar?



ENTRADA 5. VALLE SAGRADO-MACHU PICHU
ENTRADA 6. UN MERCADO, UN MUSEO Y UNAS RUINAS EN LIMA
ENTRADA 7. PIURA-COLAN
ENTRADA 8. CHACHAPOYAS
ENTRADA 9. TARAPOTO

ENTRADA 10. COMER EN PERU

VIAJE A PERU. ENTRADA 6. MALI Y LA FUENTE DE COLORES

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MALI Y LA FUENTE DE COLORES. LIMA

Una tarde quedamos para ver el museo Mali, una auténtica joya que alberga 3000 años de arte en Perú, multitud de objetos de culturas de las que no tenía ni la más remota idea de su existencia. La parte pre-inca es absolutamente maravillosa, con una calidad y conservación de las piezas expuestas apabullante, tanto que mi amigo Rafa sostiene la peregrina idea de que son réplicas de originales. Réplicas o no, el caso es que cuando llevas un rato paseando y deleitándote con tanta belleza se te rompen los esquemas preconcebidos europeístas, sobretodo que Colón descubrió y colonizó un mundo de salvajes.


El museo nos muestra un vasto patrimonio de objetos que se distinguen tanto por su excelencia artística como por la destreza de su confección. Esta panoplia de objetos dispares  fueron concebidos como símbolos de poder, ofrendas funerarias y elementos propiciatorios en rituales de vida y muerte. Aunque es difícil, y a veces imposible, desentrañar el complejo sentido de sus símbolos, estas piezas representan la principal ventana al universo de creencias, valores y costumbres de los tiempos anteriores a la conquista española (como bien habrán podido intuir los que me conocen, parte de esto lo he copiado de la web oficial del museo).






El caso es que es una pasada y hay que verlo ,y enterarse que antes que los incas existieron muchas otras civilizaciones y culturas: Chavin, Nazca, Mochicas, Paraca, Wari, Chachapoyas, Pucara, Lima y un largo etc. Como me dijo un taxista en Cuzco, que nos dio una larga, docta y documentada conferencia sobre la conquista mientras nos llevaba al aeropuerto, “al fin y al cabo los incas no fueron sino la guinda sobre el pastel de otras muchas civilizaciones”. Viendo esto me lo creo a pie juntilla.






En el museo está totalmente prohibido hacer fotos, pero ante el mueble colonial de la foto de al lado, no nos pudimos resistir e incumplimos la norma.  Tenemos una amiga, Dede,  doctora en arte de la Universidad de Sevilla y especialista en este tipo de muebles y cuando lo vimos no nos pudimos resistir a la tentación de hacerle llegar una imagen de esta maravilla. Sencillamente preciosa.


Por cierto,  ¿qué os parece lo picarones que eran los Mochicas? (si no te has fijado repasa la figura primera). Como esa había muchas, algunas realmente subiditas de tono; mínimo dos rombos de nuestra época.

A la salida del museo y ya oscurecido, nos volvimos a encontrar una gran quedada de jóvenes cazadores de pomekomes enfrascados en sus cuitas personales y ajenos al devenir de lo que ocurría a su alrededor. Modernos zombis pegados a un teléfono en pos de no se sabe qué tontería. Definitivamente la raza humana está abocada a la extinción sin remedio; lo de los dinosaurios va a ser de chiste comparado con lo que nos va a pasar a nosotros. Este mundo no tiene solución, sin paliativos de ningún tipo.

Del museo nos fuimos dando un paseo a ver el Circuito Mágico del agua del parque de la Reserva, apenas a tres cuadras del museo, por la avenida Arequipa. Recorrer tres cuadras suponer cruzar tres avenidas más o menos anchas, con un tráfico infernal y sin atisbo de semáforo por ningún lado. Un peligro lo mires por donde lo mires, ya que la fauna automovilística no se para por nada ni por nadie.

El proceso de cruzar una calle es como a continuación te cuento. Supongo que como todo el mundo, habrás visto algún documental de los que ponen en la segunda cadena de televisión por la tarde una vez que el eterno Jordi Hurtado ha acabado su concurso “Saber y ganar”. Entonces has tenido que ver las famosas migraciones de los ñues, porque eso lo ha visto todo el mundo. Pues imagínate a esos televisivos ñues cuando en su migración anual llegan al río Mara y lo tienen que pasar sabiendo que está lleno hasta las cachas de cocodrilos que los esperan expectantes y hambrientos. No me digas que no, que eso lo hemos visto en la tele la tira de veces.  Van llegando a la orilla y allí se quedan apelotonándose, haciéndose los remolones (tú primero, que a mí me da la risa) y empujando los de atrás a los de delante hasta que la tensión es insostenible y la tragedia se masca en el ambiente. Y en eso,  el primero de ellos, el más valiente o el más tonto, se  lanza al agua y luego, como las ovejas modorras, todos los demás lo siguen en tropel, uno detrás de otro como posesos en una secuencia poética e ininterrumpida. ¡Maricón el último!

Exactamente eso es lo que hacemos la gente de a pie en Lima para cruzar las calles; igualito que los pobres ñues. En este caso los peatones hacemos de  ñues y los cocodrilos son los voraces coches que nos esperan con las fauces abiertas (léase motor arrancado y acelerando) esperando que te bajes del acerado y pongas un pie en el asfalto. Un poema lo mires como lo mires. Lo dicho ¡Maricón el último!

El Circuito es un maravilloso conjunto de 13 fuentes ornamentales, cibernéticas e interactivas en donde el agua, la música, la luz, las imágenes y los efectos láser, en perfecta conjunción y armonía, se mezclan para presentarnos espectáculos únicos e increíbles, llenos de magia, ilusión y fantasía (esto también lo he plagiado de su página oficial, porque queda pero que muy requetebonito y bien dicho, y encima me ahorro pensar las frasesitas a poner). A mí no me pareció una cosa del otro mundo, aunque, ahora que caigo, estamos en el otro mundo. Bonito sí, pero no para tirar cohetes. El espectáculo del laser sobre la cortina de agua (lo más impactante para los peruanos y lo más famoso de todo el circuito) me recordó el mismo espectáculo del lago de la Expo 92 en Sevilla, pero sin la calidad del de nuestra ciudad. Qué se le va a hacer; realmente pusimos el listón demasiado alto.




Y como colofón una foto tela de cursi de nuestras siluetas recortándose sobre el agua de una de las fuentes y el fondo nocturno.




VIAJE A PERU. ENTRADA 7. PIURA-COLÁN

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Plaza de armas de Piura
Nuestro segundo destino en Perú es la ciudad de Piura, a la que, ya era hora, venimos por estrictas razones de trabajo. Pasamos del sur al norte, de las estribaciones de los Andes a la playa norteña, de la frontera con Bolivia a la de Ecuador, de los quechuas a los amerindios, del fresquito de las montañas al calor veraniego del Pacifico, del rosa al amarillo como dice el dicho.

Piura es conocida como "la ciudad del eterno calor". Su Plaza de Armas es una de las más antiguas y bellas del país, tiene típico corte español cuadrado. En uno de sus laterales domina una hermosa catedral construida en la época colonial que conserva sus retablos.  En la plaza hay una multitud de árboles, ficus, poncianos, cucardas, crotos, tamarindos  y papelillos. Piura es grande, más de 450.000 habitantes, y está partida por la mitad por el río de su mismo nombre.

Nada más llegar, con el tiempo justo de dejar las maletas en Intihotel Piura, en pleno centro de la ciudad, a escasos cincuenta metros de la Plaza de Armas, cogemos un taxi que nos lleva a la primera reunión de trabajo con los estudiantes de la universidad que están aquí. Desayunamos todos juntos en una de las casas donde se hospedan, y Ana y Eva tienen una larga reunión con ellos.


Desayuno de trabajo

Lo primero que nos impacta de Piura es el ruido ensordecedor de sus coches, su constante pitido. Prácticamente todos los coches están cortados por el mismo patrón, muy pequeños para poder moverse con soltura por las angostas calles del centro. A este tipo de coches les llaman “ticos”,son extremadamente ruidosos y curiosamente todos, en un momento u otro, se reconvierten en taxis. No importa que lleve el distintivo de taxi o que no lo lleve, que sea el coche de un particular o que sea un taxi oficial, pero tú caminas por la calle y todo coche que pasa por tu lado te toca la bocina con un clásico y corto pi-pi ofreciéndote sus servicios para llevarte donde te apetezca. Si en lugar de pi-pi es un continuado pipipipi… entonces no es a ti a quien se dirige, es que están dirimiendo un problema de tráfico entre ellos. Esto en el casco antiguo, porque fuera de él, los que mandan son los mototaxis; baratísimos y omnipresentes en todas partes.


Motocarros por un tubo

Basten dos referencias para entender en profundidad de lo que estamos hablando:

·         De acuerdo a las cifras ofrecidas  por la municipalidad, más del 50% de vehículos de Piura que ejercen de taxi son “piratas”. La mayoría de estas unidades está en mal estado o ya cumplió su periodo para circular y son protagonistas del caos y los accidentes que se producen todos los días. Es decir, de 10.000 taxis que hay en la ciudad 6.000 son ilegales. Esto entre los que llevan el distintivo de taxi, de los coches particulares que se te ofrecen  ni te cuento, morena. En cuanto a los mototaxis (motos con una estructura posterior habililitada para llevar hasta dos pasajeros) hablamos de que 15.000 de los 20.000 existentes son ilegales.

·         El 5% de piuranos, es decir aproximadamente 25 mil personas, sufren hipoacusia, o disminución del nivel de audición por efecto del ruido. Esta pérdida parcial del oído se debe fundamentalmente a la contaminación sonora generada por vehículos.


Carros, mototaxis y pitidos al tuntun

Después de la reunión de trabajo y tomando como referencia los consejos buscados en internet, nos hemos ido a comer al popular restaurante La Tomasita donde, entre otras cosas, nos hemos comido, como hacemos siempre,  un espectacular cebiche y hemos descubierto una nueva joya culinaria: un tacu-tacu para quitarte el sentido. Hemos probado algún otro plato que, eclipsados por los dos anteriores, ahora mismo ya no me acuerdo. El tacu-tacu consiste en arroz cocido y restos del día anterior mezclados hasta formar una masa homogénea bajo el calor de una sartén. Los restos utilizados suelen ser el frijol y las lentejas. Hacia el final de la cocción se suele freír la masa para que quede crujiente. Se sirve acompañado de muchas cosas, en nuestro caso fue de una salsa de pescados y mariscos. Cojonudo, este estaba cojonudo, no sé si todos estarán así, pero este de matrícula.


Tacu-Tacu de La Tomasita

Ahítos, paseito hasta el hotel y descanso. Al llegar, la recepcionista del hotel nos ha dado una invitación a cada uno para canjear por una copa (cerveza, pisco,  tres botellitas de agua, etc) en el restaurante. Trueque que podemos hacer durante nuestra estancia aquí. Eva y Ana se van a otra reunión con tres voluntarios que están con otra ONGD distinta de la de esta mañana, SOLCODE. Viendo la tele mientras holgazaneaba, veo a Mireia Belmonte ganar la primera medalla de oro de las olimpiadas de Brasil.  ¡España, España, España!

Cuando salimos, ya atardecido, descubrimos una ciudad en total ebullición. Aquí, gracias a Dios, no hay turistas por millares como en Machu Pichu. Nosotros no contamos, nosotros nos mimetizamos con el ambiente que es una pasada, ríete tú del leopardo de las nieves. Todo el mundo está en la calle y la actividad comercial está en plena efervescencia. Las aceras son un hervidero humano. Digo acera y solo acera porque el asfalto sigue siendo potestativo de coches y sus eternos pitidos, y Dios te coja confesado si osas bajarte del protector acerado. Pones un pie en el asfalto y te llueven los pitidos de los coches que transitan por la calle, ofendidos porque le estas profanando su espacio vital. Manda huevos. Por todas partes hay multitud de minúsculos puestos donde ofrecen todo tipo de dulces caseros, sobre todo de cocos. No llegué a probarlos por temor a la venganza de Garcilaso, ahora me arrepiento de haber sido tan pusilánime.


Dulce casero de coco

En las calles aledañas al hotel, hay multitud de tiendas de ropa, enormes, y con un sinfín de empleados a tu disposición. Su estética recuerda a las tiendas que había en Sevilla hace treinta años, por la calle Puente y Pellón. Como no podía ser de otra forma, mi mujer me ha hecho recorrer alguna de ellas y esperarla mientras  se probaba un tocho de prendas de las que se ha quedado con algunas. ¡Dios mío, que le gusta a una mujer una tienda de ropa! Luego, de vuelta al hotel, cuando le ha comunicado la buena nueva a Ana y Eva, les ha faltado tiempo a ambas para repetir la operación. Mi hija no, ella ha decidido que hoy no sale y que se queda en el hotel descansando de no hacer nada.

Acabamos la noche paseando por la Plaza de Armas, imbuidos en el perfume de tamarindos,  crotos, cucardas, ficus, poncianas, y papelillos y por último acomodados charlado y tomándonos unas cusqueñas en uno de los muchos restaurantes de la zona.

Al día siguiente tenemos playa, el único día de playa de todo nuestro viaje. Suerte que es domingo o no la pisamos.

Empezamos cogiendo un taxi que por unos soles nos lleva a una de las estaciones de autobuses de la ciudad, apenas un decrépito corralón donde malamente caben un par de autobuses. Compramos por 6 soles (1.70 euros) un billete de ida y vuelta Piura-Paita, trayecto de 53 kilómetros, para desde allí dirigirnos hacía las playas de Yacila o Colán. La primera idea era Colán pero un taxista nos ha convencido de que Yacila es mejor opción. El autobús sale cuando se ha ocupado su último asiento, ni antes ni después. Aprovechamiento máximo de los recursos.


Playa de Yacila

La carretera transcurre por un paisaje semidesértico, de tierras muy blancas, con los arcenes convertido en auténticos basureros. Cuando salimos de Piura y durante muchos kilómetros, observamos muy sorprendidos que los campos alrededor de la carretera están erizados de pequeñas casitas de madera o cañas apenas esbozadas. Construidas con cuatro tablones de madera delimitando un cuadradito y un chamizo de cualquier cosa para protegerse del inclemente sol. Llegando a Paita ocurría lo mismo. Posteriormente nos informan que son “invasores”, familias venidas de no se sabe dónde, que escogen un terreno y lo ocupan sin que nadie les diga nada. Poco a poco van transformando sus precarias viviendas en casas de adobe, cemento, etc.

En la estación de Paita, otro callejón estrecho y maloliente, espera una flota de coches y “van” para quien quiera ir a la playa. Negociamos a cara de perro con el dueño de una “van” que nos lleva a Yacila y nos trae de vuelta por 40 soles. Yacila es un minúsculo pueblo de pescadores asentado en una ensenada con forma de herradura delimitada por un farallón de piedras en uno de los  extremos y el puerto pesquero en el otro. Junto al puerto un grupito de pescadores cómodamente instalados en balsa de madera se afanan en remendar redes, ajenos a todo lo que sucede a su alrededor. Apenas nos dedican una mirada entre puntada y puntada.
Balsas de madera y pescadores remendando redes. Los pelícanos observan

La playa es de guijarros gruesos y no hay un alma, sólo un numeroso grupo de pelícanos chapotea en el agua. La verdad es que no sé muy bien que esperábamos si aquí es invierno pelado.

Por todas partes hay toscas balsas de madera, cuatro palos mal amarrados con restos de redes, romos por las puntas de tanto arrastrarlos por la playa de gruesos guijarros. Supongo que será el rudimentario medio de transporte que utilizan los pescadores para arribar a los grandes barcos que están fondeados en el puerto a unas decenas de metros de la orilla. Huele a pescado tela marinera.


Rocío en Yacila

No nos convence y, por otros cuarenta soles, nos largamos a Colán.

                Colán es otra cosita. Conocida como la Esmeralda de Colán por la belleza de su océano, esta playa, ubicada a 63 kilómetros de Piura, es uno de los balnearios por excelencia de los piuranos, donde las casas levantadas sobre pivotes, están construidas de madera y prácticamente metidas en el mar. Colán mira por un lado al Pacífico y por su parte de atrás a un amplio conchal prehispánico donde se ubican restaurantes, hoteles y operadores turísticos que ofrecen actividades acuáticas. Pero también una de las iglesias más bellas y la más antigua que existen en  Perú: el templo de San Lucas.


Ana, Eva y Eva en la puerta del templo

La iglesia, la más antigua de todo Perú, de estilo barroco y construida con barro y piedra caliza de origen marino, fue levantada por los dominicos sobre un adoratorio de l a época Chimú. Su interior es de madera, igual que su altar, que está formado por cuatro columnas salomónicas, y en sus paredes descansan imágenes de santos y vírgenes en roble y cedro, algunas de gran antigüedad.

La playa es de arena fina y de una anchura ridícula. Cuando hay marea alta prácticamente no hay playa ya que las construcciones llegan hasta la misma agua.


El Pacífico

Todo está ocupado, y el acceso a la playa se reduce a tres o cuatro callejones de arena, diminutos y estrechos, entre dos construcciones, eso si el callejón no está ocupado por una barca. Todas las casas tienen una amplia terraza, sustentada sobre pivotes de madera hincados en la arena, sobre el mismo mar. Un lujazo tumbarte en una hamaca en una de estas terrazas con una copita en la  mano mientras las olas van muriendo lentamente debajo de ti. Todas son casas privadas, dicen que de pitucos, pero yo creo, por el Parente abandono de muchas de ellas, que los pitucos hace tiempo que se fueron de aquí hacía las playas del sur de Lima.



Alguna ventaja tienen que tener estas construcciones. Una es que debajo del suelo de las terrazas y entre los pivotes de madera se está de lujo, fresquito,  fuera del alcance del sol. La otra es que hay millones de cangrejos de todos los tamaños entre las piedras y los palos,  subiendo y bajando en un baile eterno. Me lo paso pipa viéndolos en su constante deambular. Me comentan que la nueva ordenanza municipal va a obligar a demoler todas estas casas para recuperar un mínimo espacio donde construir un paseo marítimo, que las expropiaciones ya están firmadas. Me da a mí que la cosa no va a ser tan fácil y que largo me lo fiais.


Pelícanos en la playa
  Comimos en un buen restaurante y después periplo de vuelta al hotel, primero en la misma  “van” que nos trajo hasta Paita y luego en bus a Piura Hicimos el trayecto amodorrados. Hotel, ducha, un pelín de reposo y a la calle de nuevo a patear la ciudad. Antes de salir del hotel decidimos que nos íbamos a tomar un Pisco con las invitaciones, pero nos encontramos con el restaurante cerrado, en recepción nos comentan que precisamente hoy están de limpieza general y está cerrado. Mala suerte colega.

               Desde que llegamos a Perú hemos oído hablar mucho de las “chifas”. El “chifa” es un término utilizado en  Perú para referirse tanto a la cocina traída y adaptada al paladar local por los inmigrantes chinos, a finales del siglo XIX, como para denominar a los restaurantes donde esta comida es servida. El origen del término “chifa” provendría de la combinación de los términos cantoneses “chi” y “fan” que significan, respectivamente “comer” y “arroz”. El término habría surgido en la década de  los 30 entre los limeños al escuchar a los chinos utilizar la voz “chifan” como llamada para comer en las fondas que ellos regentaban. Hoy día forma  parte de la gastronomía de Perú.

                Bueno, pues decidimos que esa noche íbamos a cenar en un “chifa” y apostamos por uno de ellos, Chifa Taipa, bastante conocido y recomendado por el santo grial gastronómico que es TripAdvisor y dicho y hecho, allí nos encajamos en un santiamén .


Dos platos chifa

El local es enorme y está abarrotado. Después de una mínima espera, nos acomodan y atienden con una celeridad pasmosa. Pedimos nuestra protocolaria cerveza y tres platos para los cinco y el camarero nos miró con rictus de extrañeza marcado en su cara por pedir tan pocas viandas. La comida no nos pareció nada del otro mundo, en realidad  más bien dejaba bastante que desear: mucha cantidad, excesiva salsa y todo groseramente cocinado, sin sutileza ni refinamiento. Todos los platos sabían igual.

Durante el rato que estuvimos allí, disfruté de unos de esos momentos impagables observando disimuladamente la mesa de al lado. Llega una familia de al menos diez personas, todos mayores y todos de buen ver con alguna arrobilla de más per cápita. El ambiente entre ellos es festivo y cariñoso, familiar. Empiezan pidiendo tres botellas de dos litros de Inka Cola y una de vino que rápidamente se zampan entre brindis y efusivas felicitaciones dirigidas a una de ellas. En un momento dado hay un atisbo de cante, un conato de cumpleaños feliz, pero no cuaja.

El camarero, después de servir las bebidas, empieza a traer no menos de quince enormes platos de comida (arroz, carne, marisco, chicharrón de pescado, yo que sé) y los va depositando como puede entre las mesas. Cuando acaba de servir, en las tres mesas que ocupan, no hay el menor de los huecos. Un festín pantagruélico rodeado de ávidos comensales prestos a devorarlos, pero nadie ha tocado la comida. Y de pronto, zas, como una hambrienta jauría de licaones, a una señal imperceptible, se lanzan en pos de los manjares sirviéndose y pasándose las raciones como posesos. En diez minutos no quedaba ni atisbo de comida, como si una famélica marabunta hubiese pasado por el lugar. Como alguien muy conocido y docto dijo: “En dos palabra im-presionante”

Acabamos como todas las noches, a las diez en la cama soñando con rollitos de primavera y angelitos negros bailando mientras Machín los jalea con sus maracas.

A la mañana siguiente, esperando el bus del hotel que nos ha de llevar al aeropuerto y, una vez entregada las llaves de la habitación, al liquidar la cuenta, tenemos una pequeña discusión con la encargada, discusión que refleja perfectamente el carácter del trabajador asalariado peruano: muy servicial y trabajador pero inamovible en sus directrices laborales. No se sale del camino marcado ni aunque lo maten a palos. Relato con imparcialidad suiza lo acaecido

En las habitaciones hemos consumido dos botellitas de agua de las más pequeñas, de esas que suele haber en los mini frigoríficos de los hoteles  La chica de recepción nos dice que son 6 soles y le comento que tenemos cinco invitaciones por valor de quince botellas y que no las hemos podido utilizar ya que el restaurante del hotel permaneció en el día de ayer cerrado por limpieza, que se las entrego y listo. Compensadas las dos botellas gastadas por las quince sin utilizar. Negocio redondo para el hotel.

- Eso no puede ser señor, las botellas de agua de la habitación y las del restaurante tienen un código distinto. Son seis soles, señor
- ¿Un código distinto dice usted? ¿Qué significa un código distinto? Señorita, son exactamente iguales. Clones idénticos.
- Lo siento señor, pero me tiene que pagar las dos botellas. Ordenes de la dirección del establecimiento.
- Bueno, pues deme usted las quince botellas correspondientes a los vales, yo subo a la habitación y pongo dos en el frigo, regalo las otra trece y todos contentos.
- No puede ser, porque tienen código distinto
- ¿Qué leches es eso del código? ¿O, acaso, se refiere usted a que las del frigorífico estaban marcadas en el tapón con una X con un rotulador de tinta indeleble?
- No lo sé señor, pero la dirección no permite ese cambio que usted propone. Le repito que son seis soles. Si no lo abona usted, señor, me lo quitan de mi sueldo.

Quince minutos con el mismo discurso y no hay forma. Botellas para arriba, botellas para abajo, códigos, rotulador, dirección… Mientras, en la recepción, el botones, el chofer que nos ha de llevar al aeropuerto y algún que otro huésped siguen disimuladamente la discusión, expectantes ante el imprevisible desenlace. Encima me chantajea emocionalmente con eso de que se la van a quitar de su sueldo, y eso ya hace que tire la toalla antes de que me derroten por KO técnico.

Al final, viendo que aquello es como dirigirse a una pared o argumentar frente a un koala, y que no llegamos a tiempo al embarque, claudico  y me presto a pagarle cuatro soles que es lo que llevo suelto encima. Mi interlocutora, suspirando, acepta no sin algún meneo reprobatorio de la cabeza.

Muy digno, me vuelvo, llamo al botones y al chófer y, en voz bien alta para que todo el mundo se entere, le regalo los cinco vales encomiándoles encarecidamente a que esa tarde se zampen cinco copazos como cinco soles a nuestra salud.

Al aeropuerto y para Lima.




ENTRADA 8. CHACHAPOYAS
ENTRADA 9. TARAPOTO
ENTRADA 10. COMER EN PERU

VIAJE A PERÚ. ENTRADA 8. UN MERCADO EN LIMA

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Si hay algo a lo que no me puedo resistir cuando viajo es a los mercados; me encantan y mientras más exóticos más me gustan. He visto muchos durante estos años y de muy diversa índole, grandes, pequeños, de animales, de frutas, de artesanía, de todo tipo y calaña, y aún tengo a fuego grabado en mi memoria la visita que realicé a uno en la ciudad de Mérida, en Yucatán hace ya la tira de años. Pues en esta ocasión no podía ser menos la cosa y en uno de nuestros retornos a Lima, concretamente a la vuelta de Piura y antes de partir para Tarapoto,  aprovechando que Ana y Eva tenían toda la mañana ocupada con un proyecto en El Callao, donde visitarían a la voluntaria sevillana que estaba colaborando en un proyecto de la Fundación COPRODELI y posteriormente se reunirían con el responsable del mismo, decidimos Rocío, Eva y yo pegarnos un garbeo y visitar uno. 
Multitud de tipos de maiz

Teniendo en cuenta que el Callao es el barrio más conflictivo de todo Perú, su mayor puerto marítimo por donde entra todo tipo de mercancía (sí, sí, ese tipo de mercancía que estás pensando también) y que está en estado de excepción tomado por el ejército y para que nadie se asuste he de decir que la visita al El Callao la realizaron con todas las protecciones del mundo debido a la altísima peligrosidad de la zona, baste con decir que allí no entran ni los taxis ni la policía a no ser que vayan en pelotón. Un punto filipino.


A lo que iba, al mercado. A Rocío no es que le hiciese especial gracia la visita, pero no puso la menor pega en acompañarnos. Eva sí estaba encantada con la idea, y yo no digamos,  como un niño con castañuelas. Nos pegamos un buen paseo y nos encaminamos a visitar el mercado nº 1 de Surquillo, fundado en 1939, y que ha pasado desde entonces por diversas fases, remodelaciones y pugnas políticas. Ha sobrevivido a  los vaivenes y hoy tiene más vida  y futuro que nunca.

Es cierto que no forma parte de la lista de los mejores mercados del mundo que publicó The Daily Meal, relación encabezada por el Mercado de la Boquería, de Barcelona y seguido por el Borough, de Londres, y el Mercado del Pescado, de Seúl. Pero no podemos fiarnos de una lista en la que figura en el séptimo lugar el Mercado de San Miguel de Madrid, que está más cerca de ser un espacio gourmet que un mercado de abastos. Es cierto que no forma parte de la lista de los mejores mercados del mundo que publicó The Daily Meal, relación encabezada por el Mercado de la Boquería, de Barcelona. Pero no podemos fiarnos de una lista en la que figura en el séptimo lugar el Mercado de San Miguel de Madrid, que está más cerca de ser un espacio gourmet que un mercado de abastos.


Mariscos
Pescados par ceviches
Lima tiene en esta plaza un refugio de chefs, aficionados a la gastronomía, estudiantes de cocina y limeños de buen paladar, que encuentran en este sitio productos frescos que difícilmente se venden en un supermercado o en cualquier otro mercado de barrio. Este mercado no se ha convertido, como han hecho otros, en un bulevar de tiendas de delicatessen caras, ni en unas vitrinas ficticias, donde apenas se vende, sino que la gente picotea en la puerta. Es una plaza de las de toda la vida, bulliciosa y pegada al barrio. Donde las veteranas vendedoras todavía no han sido desplazadas por jóvenes representantes de charcuterías exclusivas, ataviados con largos delantales negros.
Mucho tipos de papas


Al entrar en este recinto lo primero que llama la atención es la limpieza, el orden de los productos, la presentación y simetría expuesta; la búsqueda de la belleza en cada puesto. Es un mercado en el que, a diferencia de los de España, todavía se exhiben las reses enteras en los  puestos,  en los que hay alpacas y se despelleja animales como el cuy (cobaya) y sin embargo, no hay malos olores ni moscas. Los peruanos consumen al año unos 22 kilos de productos pesqueros.

De alta mar a las  costas y sin pasar por el congelador, vemos anchoveta, atún, langostinos, mero,  corvina,  jurel, caballa, bonito, machetecojinovapota (calamar gigante),  conchas de abanico, coco, lenguado, pejerrey, corvinata, cabinza

         Hablar de patas (patatas) es punto y aparte. Cada papa nativa tiene su lugar exacto en la cocina peruana. Si pides un kilo de papas, te preguntarán si prefieres amarilla, Tomasa, Perricholi, negra huamantanga, canchán, chimbina, camotera, sapa negra, cacho de buey, conda arenosa… y muchas más, por hablar solo de las más comerciales.

      Y del mundo del ají para que contarte: ají amarillo, ají panca, ají mirasol, ají limo, ají charapita, rocoto


En la variedad está el gusto
También hay quesos ahumados de Arequipa o curados de Cajamarca, setas de Porcón (Cajamarca), aceitunas de botija,  encurtidos de nabo y alcaparras en enormes baldes.  Abundan lo frutos secos que, de solo ver la manera de empaquetarlos, dan ganas de llevarlos a casa: nueces, pistachos, maní de Bolivia, pecanas(nueces de sabor más suave y menos amargo) de Chile y especies de todo gusto y perfume: curry verde, amarillo, rojo, trufas negras, sales de colores…
         La sierra alta, la selva y el desierto costeño  se juntan en una explosión de colores en los puestos de fruta: Pepino dulce (melón de árbol), pitahaya, granadilla, lúcuma (para dulces y helados), tumbo (banano de la pasión), maracuyá, los higos chumbos tipo tuna y sanky, aguaymanto (tomatitos silvestres), guanábana, mangos, maracuyá, camu camu… En las puertas del mercado y en todo su alrededor hay muchos bares pequeñitos, apenas un cubículo con cuatro sillas y un par de mesas, y una ingente cantidad de puestecitos donde se vende todo tipo de comida, tamales tradicionales, yuquitas, cebiches al paso, sanguches, anticuchos, picarones y  raspadillas. 






La gran mayoria de la fruta me era totalemte desconocida
        En uno de estos puestos cualquiera, te puedes meter entre pecho y espalda un buen combo de ceviche y un chilcano (una parte de pisco y tres de ginger ale); te lo ponen por doce soles y sales como un rey, más contento que un niño con zapatos nuevos
         No puedo por menos que pensar que un buen mercado y su entorno callejero son el reconocimiento de la propia identidad y la mejor prueba de respeto hacia la cultura popular. El mejor cortafuego a la comida basura.


Chirimoyas tamaño XXL
         Parece bastante claro que gran parte de mi descripción del mercado (tipos de patatas, de aji, etc) lo he sacado de referencias encontradas en la red y a los autores de las mismas les doy las gracias. En especial a Fernando Ruiz, mi principal fuente, autor de un precioso y preciso artículo titulado “La revolución de los mercados” publicado en la revista Público.es
      Después de mi recorrido por el mercado aún me dio tiempo para visitar el de artesanía, donde compré una nueva máscara para mi colección.

       Manías que tiene uno. La edad no perdona



ENTRADA 8. UN MERCADO EN LIMA
ENTRADA 8. CHACHAPOYAS
ENTRADA 9. TARAPOTO

ENTRADA 10. COMER EN PERU

VIAJE A PERU. ENTRADA 9. CHACHAPOYAS

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Después de un par de días en Lima, en los que Ana y Eva han tenido una jartá de visitas y reuniones, y las dos chicas y yo hemos aprovechado para ver mercados, pasear, llevar la ropa a una lavandería (que verdadera falta le hacía), ver algunas cosillas de los juegos olímpicos, etc. llega el momento de empezar el periplo selvático: La Amazonía.


Hoy hemos batido todos los record de tiempo desde el traslado del hotel al aeropuerto. Normalmente tardamos entre 40 y cincuenta minutos, y esta mañana lo hemos realizado en la mitad de tiempo, un poco más de veinte minutejos. Se ve que alguien muy importante estaba haciendo el mismo trayecto que nosotros, iba detrás de nosotros y eso ha hecho que nos hayamos encontrado todos los semáforos en ámbar y en cada uno de los cruces al menos un policía dándonos prisa para pasar. Rápido, rápido, te hacían señales gesticulando con las manos. Perfect. Vuelo cortito de una hora y algo a Tarapoto.

Bajarnos del avión, salir de la terminal y sentir un golpetazo de sofoco es todo uno. Del fresquito de Lima al calor de la selva. En realidad no hace tanto calor, al menos para un sevillano, apenas son una treintena de grados; es la humedad bestial que te empapa al menor esfuerzo. Como cuando entras en una de esas saunas que hay en los spas de algunos hoteles y parece que el vapor te da una bofetá.

Legando a Tarapoto

Nos espera una “van” que nos ha de trasladar a nuestro siguiente destino: Chachapoyas (sin premio, dejémonos de coña,  que esto lo coge el escatológico del Carlitos Herrera y te monta un número de padre y señor mío). El trayecto es de apenas 360 kilómetros, como de Huelva a Granada, pero se tardan al menos ocho horas en recorrerlos. Cuando me dice nuestro chofer que serán ocho horitas, no me lo creo, ¿Cómo leches vamos a tardar ocho horas? ¿Es que vamos a ir a velocidad de tortuga? La vanes minúscula y entre nosotros y las maletas va a tope, sin el menor espacio libre para estirar un poco las piernas. Yo me siento delante con el conductor y en vista de que vamos a estar muchas horas juntos codo con codo, intento en repetidas ocasiones establecer una mínima conversación con el colega, pero lo único que le saco son monosílabos. Le preguntase lo que le preguntase, me contesta con un escueto monosílabo: sí o no y eso es lo que  hay.

No estoy muy seguro de si este tío me entiende o no, tengo la mosca detrás de la oreja y me estoy mosqueando.  En algún momento dado me huele que me contesta al tuntún y estoy pero que muy tentado de hacerle una pregunta trampa del tipo “¿usted cree que realmente a Newton le cayó una manzana en la testa y a partir del porrazo recibido se le encendió la chispa y dedujo la ley de gravedad, o más bien piensa que eso es un bulo bienintencionado propagado por las hordas masónicas?” a ver por dónde sale, pero no me atrevo, no vaya a ser que se me ponga fiera y me monte un número.

El buen hombre ha puesto en el UBS de la van un pen donde acumula miles de cumbias, y hacemos todo el trayecto envueltos en esa música de letras pasionales, amores prohibidos y tormentosos y cuchilladas sentimentales. Cuando me bajo en Chachapoyas estoy de cumbias hasta los coyuntus neus pero, inconscientemente, se me ha metido el gusanillo en la barriga y me bajo de la vandando pasitos de baile hasta que mi mujer me mira con carita de asombro y un rubor pecaminoso me colorea las mejillas. Menos mal que las letras son en español, y disfruto con esas historias truculentas de amores desgarradores, celos patógenos y reconciliaciones imposibles. Este viaje lo hace Marcial Lafuente Estefanía, y con las letras de las canciones tiene argumentos para otras cien novelas.

A la vuelta, con el mismo conductor y temiendo otra sesión de cumbias, utilicé el subterfugio de que mi mujer tenía que cargar el móvil y le jodí el invento al monopolizar la única entrada UBS de la van. ¡Qué tranquilidad de viaje sin tanta cumbia por medio!

El viaje es sencillamente precioso y lo disfruté de lo lindo. Yo tengo esa facilidad para sacarle partida a todos los viajes, que se le va a hacer; me encanta observar el paisaje. Los primeros cien kilómetros son relativamente llanos, de tierras semicultivadas donde abundan plataneros, cocoquetos y arrozales. Los arcenes de la carretera están llenos de casitas bajas  rodeadas de frutales y donde, invariablemente, en la puerta de cada una de esas construcciones hay un par de mujeres que tejen o cosen y hacen de guardianas de grandes lonas tendidas en el suelo donde se secan granos de café o cacao. Si son jóvenes no hacen ni una cosa ni la otra; se dedican a hablar por teléfono como cualquier joven en cualquier lugar del mundo.

Luego empieza una zona selvática de naturaleza apabullante y orografía un poquito peliaguda, plagada de subidas y bajadas con curvas imposibles. La carretera está muy bien y en las curvas se amplía. Aun así, en una de ellas, un camión tráiler cargado con enormes troncos de madera que nos encontramos de frente nos mandó por derecho a la cuneta, y ni se inmutó el cabronazo del conductor que siguió como si tal cosa. A mí, que lo vi prácticamente encima, no me dio un infarto de puro milagro, pero el tembleque en las piernas me duró un buen rato.

Aquí las casas ralean. De vez en cuando una señal en la carretera que pone “Zona urbana” nos indica que, un par de curvas más adelante, nos encontraremos con dos o tres  casitas con techo de chapa, algunos perros que nos ladrarán al pasar, mujeres y niños y, un poco más apartado, entre el escaso margen que hay entre el asfalto de la carretera y la selva, un guarro comiendo o dormitando plácidamente amarrado por una pata a una estaca. Lo que no faltan son hombres  machete en mano. Los ves andando por el arcén en medio de la nada o saliendo de la selva por alguna trocha con un racimo de plátanos al hombro; también algunos niños cuidando de una solitaria vaca en pequeños huecos que deja la feraz selva, tan pequeñajos que al andar, el machete que llevan va rozando el suelo soltando chispitas. Muchos motocarros conducidos por chavalines cargados de mujeres, plátanos, cocos o cualquier otro tipo de fruta.

La selva al fondo
Pasada esta zona montañosa y selvática de peligrosa carretera entramos en la amplia planicie del Alto Mayo. Estamos en zona de arroz; campos de arroz por todos lados. A diferencia de los arrozales del Gualdalquivir donde todos se siembran, se cultivan y se recogen en el mismo tiempo, aquí, al ser la temperatura constante durante todo el año, hay arrozales en todos los estadios de producción. Al lado de una parcela donde una decena de hombres encorvados se afanan en sembrar, hay otra con el arroz crecido ya un par de cuartas, y al lado, sin solución de continuidad, otra donde están ya recolectando.

Campos de arroz del Alto Mayo

Muchos pueblecitos, muchos almacenes y muchos camiones, pero sobre todo muchos motocarros. La carretera aquí es rectilínea, con rectas interminables pero llenas de enormes y altos  “rompemuelles” (badenes para nosotros) de cemento que ralentizan enormemente la circulación en un constante acelero, me paro, acelero, me paro... Observo estupefacto que la existencia de rayas continuas o discontinuas en el asfalto es meramente ornamental, ya que nadie le hace el más mínimo caso y, lo que ya me deja alucinado, tampoco se le hace caso a las motos, bicis o motocarros que te encuentras en el camino. Que te encuentras un vehículo más pequeño que el tuyo delante de ti, pues le pitas para para que se aparte por la cuenta que le tiene; que lo ves venir de frente y tú en ese momento vas a adelantar, pues adelantas como si no viniese nadie y el otro que espabile. La ley del más fuerte, simple y llanamente.

A los autobuses y camiones se les adelanta en los rompemuelles, al tener ellos que transitarlos más lento que tú; si por casualidad en ese momento viene un coche de frente, por un acuerdo tácito, se para y te deja pasar. ¡Alucina, vecina!

A las cinco horas paramos a comer en un “restaurante” perdido donde Dios dio las tres voces, en medio de una exuberante cañada. El establecimiento es un  galpón con  paredes de madera donde nos pusieron las cervezas a temperatura ambiente (temperatura ambiente selvática entiéndase) y comimos un filete de chancho (cerdo) con arroz mientras las gallinas del dueño picoteaban a nuestro alrededor. Por cierto, años hacía que no veía a una gallina clueca picoteando en el suelo, contorneándose toda ufana con toda su pollada tras ella imitándola y pisándole los talones. Me enterneció la imagen.

En los últimos cien kilómetros el paisaje vuelve a cambiar por completo y empezamos a subir hacía los Andes, en la frontera con la selva. El follaje va despareciendo y la carretera vuelve a empinarse, un constante subir y bajar para ir sorteando los muchos desfiladeros y barrancos que hay por estos parajes. Los kilómetros finales, antes de la última subida que nos lleva a Chachapoyas, se hacen en paralelo junto al caudaloso y trepidante río Utcubamba, en un cañón espectacular.


Cañon del Utcubamba

En muchos tramos la carretera está empotrada en la pared rocosa, en semituneles hechos a base de pico y pala. A las siete de la tarde, después de más de ocho horitas de ajetreo, cumbias, curvas y leche en pepitoria, llegamos por fin a Chachapoyas y nos instalamos en el hotelito que tenemos reservado; chiquito, humilde, pero con una señora encantadora que lo regenta y hace prácticamente de todo.

Chachapoyas se yergue en la vertiente oriental de la cordillera de los Andes, en una planicie de la cuenca del río Utcubamba. Su nombre proviene del vocablo nativo “sachapuyos” que significa ‘hombres de la neblina’, atribuyéndole este nombre por la densa neblina que habitualmente cubre el cerro de Puma Urco, el cual se encuentra junto a la ciudad. En un lejano y heroico antaño los “Chachapoyas” se unieron a “nuestros mejores amigos los españoles” contra el Inca.

Plaza Mayor de Chchapoyas
La ciudad está en fiestas patronales en honor de Santa Asunta, y hay una enorme animación en la plaza principal, engalanada junto a algunas calles que dan a ella para la ocasión. Mucho espectáculo callejero años ochenta, bastante chabacano desde nuestro europeísta punto de vista y basado en las burlas y mofas de los que se prestan a participar

Estamos tan cansados del viaje que damos una somera vuelta por el centro, buscamos un buen restaurante donde tomarnos unas birras heladas, comer algo para reponer fuerzas, y nos vamos a la cama a dormir como unos benditos. Ni nos enteramos del ruido de los fuegos artificiales que hubo, y eso que el hotel está muy, muy cerca de la plaza.
De paseo por una de sus calles
Eva en un patio tradicional

Mi habitación está en la planta baja y da a un enorme y desangelado patio interior. A eso de las cinco de la mañana un puñetero gallo, salido de no se sabe dónde, se pone a cantar al lado de mi ventana. Me asomo y lo veo allí, todo chulapo y encrespado, lanzando su desafío mañanero a todo bicho que ose retarlo. Tentado estoy de saltarme e intentar trincarlo para apaciguar su furor y que me deje dormir en paz, pero no me atrevo. A la madrugada siguiente  y a la otra, cuando se repite la matutina historia, me arrepiento por mi cobardía.

        El día siguiente, aprovechando que es domingo, tenemos excursión a la catarata de Gocta de 771 m (en dos caídas, una de ellas de 540 m.) lo que la ubica en el lugar n.º 15 en la lista mundial de cascadas.  Si se cuenta sólo la caída de 540 metros, entonces resulta que es el séptimo salto más alto del mundo en una sola caída libre. Lo mismo da que da lo mismo, el caso es que es una catarata de padre y señor mío, y eso que estamos en temporada seca. Para ver  la chorrera, como le dicen por allá, nos llevan en autobús hasta el pueblecito de Cocachimba del que parte un sendero de ocho kilómetros que lleva hasta el pie de la cascada.


      Durante todo el trayecto el guía no deja de decir que la excursión exige un buen nivel físico y que hay constantes subidas y bajadas durante las seis o siete horas que se tarda en ir y volver. A quien quiera se le ofrece la oportunidad de hacer casi todo el trayecto a lomos de caballos que los aldeanos te alquilan por cuarenta soles. A la ida solo dos de los casi cuarenta que estamos se deciden a alquilarlos.

      Mi hija durante el trayecto en el bus a Cocachimba se ha sentido malucha y hemos tenido que parar para que vomitara; ya ayer noche no se encontraba muy bien y no quiso cenar, lo que es un auténtico milagro en ella.

Hemos empezado la excursión con todos los ánimos del mundo, como campeones dispuestos a comerse lo que se le ponga por delante a mordiscos rabiosos, pero que va, todo el fuelle se nos fue por la boca. Rocío y yo nos empezamos a quedar atrás con las primeras subidas, ella porque está muy floja y yo porque me pesan mucho los años y sobre todo los kilos. A los dos kilómetros hemos tirado la toalla y los dos nos hemos vuelto hacía el pueblo, y allí nos hemos instalado cómodamente en la terraza de un hotelazo de lujo con unas vistas a la cascada de escándalo. Yo me he refrescado del sofoco con cervecita fría y mi niña con su Coca Cola Zero de rigor.

Vista de la catarata desde el hotel
Dos butacones donde estirar los pies y un paisaje de ensueño. Entre trago y trago me mentalizo que nada más comenzar el curso empiezo mi vigesimoprimera dieta. Esta vez la buena, sin duda.

Si a la ida sólo dos personas iban a caballo, a la vuelta la historia se cuenta de otra forma.  A la vuelta son un montón de ellos los que vuelven montados sobre las bestias, vamos casi todos menos las más aguerridas y valientes, Eva, Ana y Eva entre ellas.Los lugareños, astutos como zorros, tenían una remesa de caballos a los pies de la catarata sabedores de que muchos se rendirían a la comodidad. No se equivocaron ni un pelo. ¡Cómo nos conocen los jodios!

Cuando, al cabo de una eternidad, aparecen las tres chicas, lo hacen con una enorme cara de satisfacción, orgullosas de haberlo logrado y encantadas con la experiencia. Encima han tenido la oportunidad de haber visto un rojo “tunqui” o gallito de las rocas.
En el sendero hacia las cataratas

                Almorzamos en el pueblo en un restaurante en el que previamente antes de la salida habíamos concertado el plato que queríamos a elegir entre tres opciones cerradas que nos daban, cerradas y bien cerradas. Si el plato era con papas cocidas y tú lo querías con patatas fritas, nanay de la China, de cambios nada caballero, y no insista usted que no hay nada que hacer. Son tela de cerrados y no hay forma de que admitan cambios. Durante la cena de la noche anterior en La Tushpa, cuando pedimos los platos de la comanda, le dijimos al señor que nos atendía que no nos pusiesen ensalada, aunque en la carta venía como guarnición. Como el que oye cantar morena, cuando nos trajeron a la mesa las viandas, estas, como no podía ser de otra forma, venían acompañadas de su montañita de ensalada. Incorregibles; si aquí pone esto, esto es lo que hay y chitón.

                A la vuelta la que se puso indispuesta fue Ana, con un golpe de calor que hizo que nos llevásemos un buen susto, pero que, gracias a Dios, se quedó en agua de borrajas.

                De vuelta al hotel, y después de la ducha y el descansito reparador, salimos a dar unas vueltas y nos fuimos a cenar a un restaurante que nos habían recomendado dos vascos con los que pegué la hebra mientras esperaba a que las mujeres volvieran de la excursión (los vascos fueron y vinieron a caballo, por lo que llegaron con bastante antelación). Me lo vendieron muy bien, con la única pega de que eran un poco lentos, cosa que por lo visto es bastante común ya que la noche anterior también nos pasó a nosotros en otro restaurante diferente.

                El restaurante se llama El Batan del Tayta y es bastante extraño en cuanto a decoración y mobiliario. Cuando llegamos estaba casi vacío; apenas un par de mesas ocupadas. Nos atiende una chica y nos da una escueta carta para que elijamos. Mientras vemos la sucinta carta, nos pedimos unas cervezas y le pedimos a la chica que nos ponga un ceviche de trucha. Después de mirar y remirar los platos que hay en la carta, no nos decidimos por ninguno de ellos. Sin embargo, los cuatro comensales que están en la mesa de al lado y que están alojados en el mismo hotel que nosotros, están disfrutando de unas esplendidas viandas en unos originalísimos platos. Llamamos a la camarera y le preguntamos por lo que están comiendo nuestros vecinos, nos dice qué es pero nos especifica  que eso no está en la carta, que ellos lo encargaron por la mañana para que se los tuvieran preparado.  Porca misería. Al cabo de cuarenta minutos, sin exagerar, y después de pensar que estarían pescando las truchas, nos traen nuestro ceviche en un barquito, muy mono todo, monísimo de la muerte. Cuando nos abalanzamos sobre él y empezamos a deshacer la enorme montaña de cebolla picada que lo cubre buscando los trozos de trucha, esta no aparece ni por asomo; desaparecida en combate. Apenas dimos con tres o cuatro trocitos del tamaño de la uña del dedo meñique. Con cara de pocos amigos lo devolvimos no sin antes pegarle una buena bronca a la camarera.

Mucha cebolla y pocas nueces, digo trucha

Nos largamos con viento fresco y acabamos comiendo una pizza (yo no, evidentemente, yo me comí una parrillada de carne) en un bar donde ondeaban una ikurriña y una estelada. A llegar al bar y ver las banderas empezamos con el cachondeo de que les faltaba una de La Republica Libre de Triana. Cuando casi estamos acabando de cenar nosotros cuatro, a Eva no le habían traído aún su pizza por lo que llamamos a la camarera y le preguntamos por la tardanza, y nos dice la cuajona que es que se ha acabado el queso. Mi mujer se acostó sin cenar y con un mosqueo de madre y señora mía. Yo creo que se lo hicieron a posta por el cachondeito de la bandera trianera.

El siguiente día nos toca trabajo. Es jornada laboral para Eva y Ana, que van a visitar a unos alumnos que están colaborando en un colegio para niños con necesidades educativas especiales, a la vez que enseñan técnicas específicas a las profesoras cuidadoras de dichos niños. Nos trasladamos hasta Mendoza a apenas 75 kilómetros de Chachapoyas, pero que suponen casi tres horas y media de viaje.

Me cago en los coyuntus neus de la carreterita

Si antes ya hemos transitado por carreteras de montaña en las que es mejor rezar, esta que cogemos ahora es de auténtico pánico. Como dice el dicho, no se la deseo ni a mi peor enemigo. La carretera no mide más de cuatro metros de ancho y evidentemente no caben dos coches más que en algunos lugares donde expresamente hay ensanchamientos para ello. Esto no sería un gran problema si la carretera transitara por un lindo llano, pero claro, no es el caso.

El camino discurre por las laderas de montañas tela de altas y siempre a uno de los laterales de la carretera hay un precipicio de carajo. Yo voy al lado del chofer que se sonríe cada vez que hago gestos de miedo, que es constantemente y eso que a la ida el precipicio lo tengo en el lado contrario de donde voy sentado. A la vuelta, le cedo gustosamente el sitio a mi hija y, no contento con eso, cuando transitamos por esa zona voy con los ojos bien cerrados haciéndome el dormido.  Me comenta el chofer que para carretera espectacular la de Cajamarca, que a esa no hay ninguna que le eche la pata. ¡Por Dios, no me lo quiero ni imaginar!

Antes de cada curva se pita copiosamente para avisar si viene otro vehículo de frente, menos mal que son apenas una decena de kilómetros; luego ya entramos en valles y zonas no tan abruptas. Durante muchos kilómetros vamos en paralelo a un caudaloso río (aquí todos los ríos llevan agua por un tubo) y me sorprende no ver a nadie pescando. De hecho en todo el tiempo que llevo en Perú, sólo he visto a dos niños pescando con un sedal amarrado a un largo palo en un riachuelo junto a Cusco. Intrigado le pregunto al chófer y me contesta que los avíos para pescar son muy caros y que nadie pesca con caña; la modalidad que se utiliza es con explosivos. Tiran un cartucho de dinamita y la onda expansiva mata todo lo que hay alrededor de donde cae, luego no hay más que recoger los peces a medida que van saliendo, ya cadáveres o simplemente aturdidos, a la superficie del agua. Apostilla la conversación diciendo que eso lo hacen solo algunos años, que luego hay que dar unos años de estricta veda para que la población pueda reponerse de las bajas sufridas. Menos mal, me tranquiliza lo de la veda.

Pasamos por un palmeral, El bosque de palmeras de San José y Ocol, que es una monería, una preciosidad, de estampita para poner como fondo de pantalla del ordenador. Estas palmeras no dan fruto alguno que se pueda aprovechar y su única utilidad es para hacer tablones con la madera de su tronco hueco; de hecho todas las vallas que vemos durante el camino están hechas con este material. Tanta cantidad de palmeras y ni un mal dátil que llevarse uno a la boca.

Palmeral de San José

Pasamos la mañana en EL CEBE Virgen del Carmen, un Centro de Educación Básica Especial, viendo el trabajo que allí se desarrolla y en posteriores reuniones. El CEBE es una institución educativa que atiende con un enfoque inclusivo a los niños, niñas y adolescentes con discapacidad severa y multidiscapacidad en los niveles de inicial y primaria.

Con los niños del Virgen del Carmen
Después de la jornada laboral, nos trasladamos todos juntitos al centro de la ciudad para comer, concretamente a la chicharroneria Rosita especializada en pollo. Como haya unos dos kilómetros entre el colegio y el restaurante, para trasladarnos a él paramos al primer coche que pasó y nos acomodamos los ocho como buenamente pudimos, previo pago de dos soles por cabeza. El dueño del coche encantado con el dinero extra que se encontró y nosotros nos ahorramos una buena caminata por un precio ridículo. El corto viaje, como ya dije 2 kilómetros mal contados, me pegó una paliza de aupa y me dejó los riñones y las posaderas molidas.

Cogiendo el bus

                Por la tarde, ya de vuelta al hotel en Chachapoyas, seguimos con la rutina de siempre; ducha y un ratito de descanso, aunque Eva y Ana no pudieron descansar ya que se tuvieron que ir pitando a una cena de trabajo con el director de la DREA (Dirección Regional de Educación de la Amazonía).

Rocío, Eva y yo nos fuimos a patear la ciudad y buscar un buen sitio para cenar, lo que por cierto, nos costó bastante pues nos encontramos muchos establecimientos cerrados. Se ve que, una vez acabada las fiestas patronales, los negocios se toman unos días de vacaciones como en todos los lugares del mundo.

A las diez acurrucaditos y frititos entre las sábanas.
Me duermo pensando en el puñetero gallo.
Mañana toca el retorno a Tarapoto.
 Otras siete horitas de traqueteo en la van y cumbia tormentosa.
Ronco como un bendito.

Posdata: Nos hemos quedado con las ganas de hacer una excursión a Kuélap, importantisimo sitio arqueológico preinca con una curiosísima cultura funeraria. Monumento grandioso de más de 600 metros de largo y con murallas de hasta veinte metros de altura situado en lo alto de una pared rocosa a 3.000 metros de altitud. En mi próxima visita no me lo pierdo de ninguna de las formas.

La encantadora señora del hotelito donde nos hemos quedado nos lo aconsejó efusivamente y puso cara de no comprender nada cuando desistimos de hacer la excursión; pero el tiempo es el que es y, sintiéndolo de corazón, no nos ha sido posible.

Otra vez será.


                Sirvan estas espectaculares imágenes sacadas de internet de consuelo:







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